Por mucho tiempo un rumor se escuchó en las calles del pequeño poblado de Neltume, una localidad cordillerana de la Región de Los Ríos: en esa zona había habitado hasta los años 80 un animal emblemático del país, el huemul.

A mediados de la década de 2000, Fernando Vidal, investigador de la Universidad Santo Tomás de Temuco y reconocido por su trabajo con pudúes -otro representante de la familia de los cérvidos- recibió un llamado de Ivonne Reifschneider, presidenta de la Fundación Huilo Huilo, que administra la Reserva Biológica de mismo nombre, un área natural protegida que se ubica a 860 km al sur de Santiago, en la comuna de Panguipulli. "En la fundación tenían un sueño: traer de regreso a ese viejo habitante", dice. Aceptó el desafío y lo primero que hizo fue recorrer Neltume con láminas en la mano para preguntarles a los lugareños de mayor edad si reconocían a ese animal que es el ciervo más austral del mundo. "Lo habían visto, pero se extinguió y nadie sabía por qué", dice Vidal. "Desapareció sin pena ni gloria y ese hecho te muestra el poco interés que ha tenido la sociedad chilena por su patrimonio silvestre, en este caso, el huemul", se lamenta Vidal, quien hoy es director de vida silvestre de la Fundación Huilo Huilo.

La Conaf estima que en el país hay entre 1.200 y 2.000 ejemplares. Para Vidal, "es un secreto a voces que no hay mil quinientos. Este país todavía no se da cuenta de lo grave que es la situación: el huemul se está extinguiendo".

La merma del huemul, que antiguamente habitaba zonas cordilleranas desde Santiago a Magallanes, se explica, en parte por la caza y la introducción de especies invasoras, como ganado y animales domésticos, además de plantas y árboles que suplantaron la vegetación endémica y fueron disminuyendo el alimento. La hipótesis de Vidal es que las enfermedades del ganado doméstico han sido clave, ya que el sistema inmune de ese animal no está preparado para combatirlas. Tiene sentido, porque en estos días la Conaf está en estado de alerta por la muerte de dos huemules en la Reserva Nacional Cerro Castillo, en la Región de Aysén, por una enfermedad transmitida desde el ganado doméstico.

Para tratar de revertir la situación, en abril de 2005 un helicóptero del Ejército trajo desde zonas montañosas de Aysén a la cordillera de Neltume a Tukun y Pewun, los dos ejemplares dieron origen al Centro de Conservación del Huemul, de la Fundación Huilo Huilo. El proyecto original aprobado por el SAG aspiraba a contar con cuatro hembras y dos machos, pero sólo pudieron sacar a esta pareja, ya que algunas organizaciones protectoras del animal se opusieron a que trajeran más.

A fines de ese año, Tukun y Pewun tuvieron su primera cría y hoy existen alrededor de 20 huemules y van en la tercera generación, dice Rodolfo Cortés, director ejecutivo de Fundación Huilo Huilo, quien agrega que el centro ha logrado que se reproduzcan en un ambiente controlado, lo que ha permitido aprender sobre su comportamiento y manejo. Hace tres años se sumó a la iniciativa Latam, a través del programa Cuido Mi Destino: Conservación del Huemul, colaborando, entre otras cosas, con la capacitación de los guardaparques del centro y en la construcción de una guardería para facilitar el monitoreo y la investigación del proyecto Huemules.

El 26 de noviembre de 2016 se inició el proceso de reintroducción y los primeros cinco animales fueron liberados dentro de la misma Reserva Biológica Huilo Huilo, que tiene 100 mil hectáreas, resguardadas en dos áreas de 50 y setenta hectáreas que son de acceso restringido precisamente para protegerlos y que la Fundación Huilo Huilo y Latam nos invitaron a conocer.

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Foto: Álex Miranda

Fotos: Álex Miranda

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A la aventura

Yerko Parra tiene 29 años y es guardaparques en la reserva desde 2007. "Me capacité trabajando acá", dice. Llegó dos años después de iniciado el proyecto y dice que nunca deja de aprender cosas nuevas. "Lo que sintió Humboldt cuando llegó a América Latina yo lo siento todos los días", dice citando al biólogo que exploró el continente a inicios de 1800.

Antes de iniciar un trekking en su búsqueda, Yerko dice que el huemul es un animal frágil, pero capaz de reconocer los peligros y por eso sólo se deja ver si no se siente amenazado. "Hay que ganarse su confianza", advierte y agrega que "es muy elegante en sus desplazamientos, en la forma de comer, en su plasticidad. También es muy grácil". Sugiere caminar en silencio, que el grupo se mueva como en un solo cuerpo, y en caso de avistar a uno, quedarse quieto, evitar los movimientos bruscos y no acercarse.

Avanzamos en dirección a la cordillera por una zona boscosa. El guía monitorea la ubicación de los huemules a través de un sistema de una antena de telemetría en muy alta frecuencia (VHF, por sus siglas en inglés). Los animales tienen un radio collar con una frecuencia y el aparato empieza a sonar con mayor o menor intensidad, dependiendo de la cercanía, y con mayor o menos rapidez si el animal se está moviendo. Yerko levanta la antena con su brazo derecho, como quien busca señal en su celular. Eso determina la ruta a seguir.

Tras 15 minutos de caminata Yerko apunta al suelo, donde hay pelos de huemul, lo que es una buena señal y significa que andan cerca. Estos animales cambian de pelaje dos veces al año para adecuarse a las estaciones y cada invierno los machos renuevan sus astas a diferencia de las hembras que no tienen cornamenta. "Paciencia", dice el guía al ver que, entusiasmados, el grupo ha comenzado a apurar el tranco. "Si te mueves rápido el animal interpreta algo estresante porque son muy instintivos. La naturaleza tiene su ritmo y si vamos lento tenemos más posibilidades. La clave del éxito en un avistamiento es la tranquilidad", insiste.

Yerko levanta la antena para hacer telemetría otra vez. El "tic, tic, tic" se siente más fuerte. "Está para allá", apunta. Estamos en plena pampa y pega el sol, y nos dirigimos a una zona boscosa. "Debe estar a unos 15 minutos", dice el guía. Además de pelos, en el camino hay huellas entre el barro. Más allá aparecen algunas fecas frescas que el guía dice que son de huemul.

De pronto el paisaje cambia drásticamente. El plano soleado se convierte en selva valdiviana: un bosque denso de coigües y ñirres, uno de los favoritos en la dieta del huemul junto con el calafate, el notro y hierbas como el diente de león. La diversidad de la selva valdiviana es un banquete para este ciervo y, por lo mismo, un hábitat ideal, sobre todo cuando hace mucho calor.

Una hora de camino callados y el guía pide todavía más en silencio. Unos metros más allá se detiene, no hay rastro del huemul. "Es mejor devolverse un poco y buscar otro sendero. El camino por acá está peligroso". Mientras buscamos una nueva ruta para seguir subiendo, alguien nos observa.

Se acerca lentamente entre los árboles. Se detiene a unos ocho metros. Está con la cabeza levantada. Nos mira fijo. Levanta las orejas al menor ruido. Nos huele. Se llama Calfu –en mapudungún, habla de la tierra-, en diciembre cumple los cuatros años. Se queda unos minutos y luego se mueve tan sigilosamente que sus pasos no se escuchan.

"¿Se fijaron que nos vio, nos rodeó y tranquilamente se dio la vuelta? Es la conducta propia de ellos. Se acercan porque no nos ven como una amenaza, nos observan y siguen su curso", explica Yerko y agrega que las posibilidades de verlo eran cincuenta y cincuenta por ciento y que muchas veces los visitantes no tienen tanta suerte como tuvimos nosotros.

El grupo está contento. Después de que Calfu nos deja otra vez solos en el bosque iniciamos el regreso, pero en el plano, detrás de un árbol, hay otro huemul que pareciera estar esperándonos. Volvemos a avanzar todos juntos, en silencio. Es una hembra joven que no se mueve un centímetro y no deja de mirarnos, totalmente alerta. Se llama Pichifoschen, es hija de Foschen, la primera cría que nació en la reserva y nieta de los dos ejemplares traídos desde Aysén.

Pichifoschen se empieza a acercar lentamente y los integrantes del grupo nos quedamos como petrificados para no espantarla. Avanza otro poco, y otro más hasta quedar a unos dos metros y nos mira. Nadie habla ni se mueve. Apenas respiramos.

Luego de unos minutos se marcha a paso lento y nosotros, los humanos, quedamos enloquecidos. Una hora internados en el bosque buscando a Calfu y de repente Pichifoschen se acerca así, como si nada.

Mientras caminamos de vuelta, felices, recuerdo las palabras de Fernando Vidal: "Los chilenos no sabemos qué significa perder una especie. Esto no es una cuestión emocional, una especie tiene un rol ecológico que afecta el bienestar del ser humano". En ese momento, lo mío es pura emoción.