La idea de Dollhouse tiene potencial. Y mucho. Una serie centrada en una organización que utiliza a personas para cumplir con distintas misiones, imprimiéndoles cada vez una nueva personalidad especialmente diseñada para la tarea. Entre cada misión, les borran la memoria y los mantienen encerrados. Desde el punto de vista televisivo, la alternativas para distintas historias y aventuras son innagotables (se renuevan con cada personalidad), con el bonus de poder desarrollar un arco dramático más profundo a través de su protagonista, Echo (Eliza Dushku), quien ya en el primer capítulo se vio guarda más de un secreto.
El problema es que Dollhouse marca el regreso de Joss Whedon a la TV. Y al creador de Buffy la cazavampiros y Firefly hay que exigirle más. Si bien es cierto que el piloto de la serie es ágil, entretiene y deja ver el potencial que tiene la historia, también tiene el gran problema de que resulta demasiado superficial.
Sin escarbar mucho, Dollhouse pone sobre la mesa una serie de problemas morales, que encontrando la combinación justa entre acción y reflexión podrían elevar el producto a TV de primer nivel. Pero al menos en el primer capítulo, la serie demuestra una mínima intención de abordarlos.
Es cierto, se trata sólo de televisión, pero la pantalla chica a estas alturas ha demostrado que está para palabras mayores, y es exigible de un productor ejecutivo con el currículum de Whedon que vaya más allá y no se quede conforme cumpliendo con lo justo. Es decir, que se atreva a explorar, sin discursos pero con intención, los temas más complejos que la sola premisa de su serie hacen patentes.
Además, ignorar los temas más profundos que subyacen en la historia de Dollhouse sólo logra hacer daño, porque al espectador exigente tiene que molestarle el potencial no explotado y la responsabilidad de los narradores no atendida.