¿Es muy obvio decir que Chile se encamina hacia un cambio estructural del esquema político que ha tenido por más de 30 años? ¿O muy exagerado? ¿O prematuro?
En la noche del jueves pasado, en un teatro de Bellavista, algo más de 200 personas acompañaron a confirmar la candidatura presidencial de Carolina Goic a nombre de la DC. Por lo menos en ese acto, dicen los testigos, ya no había quién pensara que aún queda espacio para negociar dentro de la Nueva Mayoría. Nadie habló, tampoco, de algún acuerdo para la segunda vuelta. Molesta como debe estar, el ala más "izquierdista" de la DC ya no pudo frenar ni el chovinismo de la proclamación ni los portazos de los partidos socios.
Así es la historia. Cuando sus pesadas patas se empiezan a mover, parece que no hay nada que pueda detenerlas. Los griegos, que eran alegremente fatalistas, veían en este movimiento la fuente de la tragedia.
La DC llegará a las elecciones de noviembre con Goic. ¿Cuál será su desempeño electoral? Este es un misterio. El hecho esencial es que todos esos votos se restarán a la candidatura de la Nueva Mayoría, que por ahora es Alejandro Guillier. Si sólo recibe la votación media de la DC en las elecciones más recientes –alrededor de 12%, lo que no consiguió Claudio Orrego en las primarias del 2013-, esa resta será decisiva. Cifras superiores a esa cambiarían todas las proporciones del cuadro y exigirían un análisis enteramente nuevo, lo que de momento parece difícil, pero de ningún modo imposible.
Como quiera que esté disminuida, la DC sigue siendo el partido individualmente más fuerte de la coalición de gobierno, y el debate acerca de si se desarrolla mejor o peor dentro de una alianza sólo puede ser zanjado con una prueba extrema como la que va a intentar. La delgada piel de la DC aguantó con escasas alergias la cercanía socialista por más de 30 años, pero la cercanía comunista le resulta lacerante, y no son pocos los simpatizantes que vinculan su voto a una única pregunta: ¿Seguirá aliada con el PC?
Antes de ese momento crucial hay seis meses en los que va a ocurrir algo inédito: Goic luchará con creciente denuedo por diferenciar a la DC de sus ex socios, mientras algunos de sus militantes destacados –y nada menos que el ministro del Interior- permanecen con ellos en el gobierno. Es una situación extraña, y quizás sería insostenible en otro contexto, pero la verdad es que el gobierno está en fuga, contando las horas para que llegue el 11 de marzo y cruzando los dedos para que no se cumpla ese pálpito presidencial –también alegremente fatalista- de que "cada día puede ser peor". La Nueva Mayoría ya sobrevive, criogenizada, sólo en los edificios de gobierno.
En línea con la decisión del comité central que liquidó a Lagos, la mesa directiva del PS se apuró a desechar cualquier pacto parlamentario con la DC un poco antes de la proclamación de Carolina Goic. No era un mensaje para evitar ese acto, sino más bien una notificación de que el PS ha tomado otro rumbo y que los creadores del "acuerdo histórico" con la DC ya no mandan.
Para el sector que tomó el control del PS, la alianza privilegiada con la DC es incómoda. Le impide ser más de izquierda, lo limita para ser más laico, lo fuerza a ser socialdemócrata. Su vocación izquierdista se refleja mejor en algunos sectores del Frente Amplio, especialmente en los que proceden del movimiento estudiantil. Fue para satisfacer sus demandas que se organizó el programa de la Nueva Mayoría y, aunque las cosas hayan salido tan mal, el encantamiento de algunos socialistas con ese vigor juvenil sigue vivo, como el légamo de un proyecto que algún día puede brotar.
Así es que la centroizquierda que se conoció en las pasadas tres décadas, sólida, poderosa y por lo general mayoritaria, se ha terminado. O está en reestructuración, como dicen las voces más indulgentes.
En lugar de una centroizquierda habrá, por lo pronto, un partido decidido a retener el centro político, la DC; un grupo de partidos de la izquierda tradicional ordenados con arreglo a una candidatura presidencial, y una coalición de movimientos de izquierda "nueva" que se conciben como alternativas al cansancio de la anterior.
Todos estos grupos han entregado al destino –es decir, a las elecciones de noviembre- la reestructuración de la política chilena, en el momento de mayor anomia ciudadana. A menos que en estos meses ocurran cosas extraordinarias, con el actual panorama es previsible que aumente, no que disminuya, la abstención, y que el próximo presidente sea elegido por mucho menos de la mitad de la población, quizás con el menor número de votos del último medio siglo.
Ese presidente saldrá, además, de una confrontación cuadrangular como no se ha visto en el último siglo, sin contar todavía con la ya acostumbrada ristra de candidatos "independientes" que ya desarrollaron un modelo de negocio con la postulación presidencial.
¿Cómo se llegó a esto? Alguien, en algún punto, pisó la mariposa.