Hace cinco años era poco más que una leyenda de la literatura colombiana de fines de los 70. Un suicida de culto de la ciudad de Cali, autor de un par de novelas de jóvenes agitados, un director de cine fallido y un cinéfilo que, inexplicablemente, lo había visto todo. Hoy, Andrés Caicedo (1951-1977) está en camino a conquistar el mundo: mientras su obra por fin empieza a ser distribuida por Latinoamérica, su libro ¡Que viva la música! se publica en francés y en inglés, nada menos que por el respetado sello Penguin.

Uno de los culpables de la nueva vida de Caicedo es Alberto Fuguet. En 2008, el autor de Missing estuvo tras la publicación de Mi cuerpo es una celda, un volumen autobiográfico que confeccionó ensamblando cartas, apuntes personales, críticas de cine, etc., del caleño. Un texto inédito que lo dio a conocer en Argentina, Chile y el resto del continente. Ahora, el libro regresa a librerías al alero de editorial Alfaguara, que ha comprado los derechos de toda su obra.

"Si tengo alguna responsabilidad, es sólo como mánager", dice Fuguet, quien cree que si hay una revalorización de Caicedo, sólo tiene que ver con su obra. "Es un autor más de nuestros tiempos que de los suyos. Su verdadera cantera es su autobiografía. Y de ser una anomalía rockera juvenil caleña, ahora tiene estudios, apoyo de escritores, documentales, una nueva masa crítica de lectores", dice.

A la sombra del éxito planetario de Gabriel García Márquez, Caicedo intentó reflejar su tiempo, callejero y violento, en cuentos, novelas, revistas de cine, guiones, etc. Iba rapidísimo y lo sabía. "Vivir más allá de los 25 años es una vergüenza", dicen que anotó. Y así fue: el 4 de marzo de 1977, justo el día en que recibió los ejemplares de su primer libro, ¡Que viva la música!, tomó 60 pastillas de seconales (barbitúricos) para morir.

Lo había intentado antes. En 1976, en una carta a su madre, anotó: "Yo muero porque ya para cumplir 24 años soy un anacronismo y un sinsentido, y porque desde que cumplí 21 vengo sin entender el mundo". En esa misma carta, pide que alguna vez puedan publicarse sus libros de "adolescencia que escribí con tanto esmero".

Atormentado, también incomprendido, Caicedo, además de escribir literatura, llevó adelante la revista Ojo al Cine, un cine club y trató de dirigir una película. A los 22 años intentó lo imposible: viajó a EE.UU. con dos guiones de películas de horror bajo el brazo para entrar a Hollywood. "Movimiento en vano. Me encontré, pues, bastante solo, amparado por una cultura que más bien te desampara", anotó.

Influenciado tanto por Vargas Llosa como por Rolling Stone, Mi cuerpo es una celda es el diario de un cinéfilo, pero también la de un grafómano que iba con una "prisa demente", poseía un "espíritu sufriente" y sabía que la "tristeza que da la ausencia es lo que más me hace escribir".b