Lugar de grandes palacios coloniales hispanos o sede de tumultos y manifestaciones en la Guerra de la Independencia y en la Revolución mexicana, la calle Francisco I. Madero, situada en el centro de la capital mexicana, se hará peatonal para el disfrute de los amantes de la historia.
"En esa calle, en apenas cuatro cuadras, convive toda la historia del país", comentó el historiador Ilán Semo, gran conocedor de de los rincones del centro histórico capitalino.
HISTORIA
Viendo hoy su inmensidad parece increíble, pero en el siglo XVII el fin de la Ciudad de México estaba al final de la calle Francisco I. Madero, donde hoy se levanta la torre Latinoamericana, y era por ello la entrada a la capital, porque desembocaba en la gran plaza del Zócalo.
Aunque su trazado actual no vino hasta épocas posteriores, fue en el siglo XVI cuando los monjes franciscanos construyeron el primer edificio en esta zona cercana a la plaza del Templo Mayor, el centro ritual de la civilización azteca de Technotitlán.
Fue el primer convento franciscano de la capital y sirvió como punto de referencia para lo que sería la Calle Plateros, nombre original de la vía que se le dio en honor al Santo Cristo de los Plateros.
RESIDENCIAS
En las épocas doradas de la colonia española se construyeron sobre la calle hermosas villas residenciales y emblemáticos edificios que han tenido muchos usos a lo largo de su historia y que hoy aún se conservan.
El palacio de Iturbide, que recibe su nombre del militar Agustín de Iturbide, fue construido en el siglo XVIII por un noble de la época y es una de las obras maestras de la arquitectura civil novohispana. Sus interiores son hoy un museo, el Palacio de Cultura Banamex, encargado de difundir el arte popular mexicano y la colección particular del Banco Nacional de México.
Otro edificio de la época, que se construyó entre los siglos XVII y XVIII, es el Templo de la Profesa, de estilo barroco, perteneciente a la orden de San Felipe Neri y en cuyo interior empezaron a cocerse los primeros deseos de independizarse de España.
EMBLEMA
Pero sin duda uno de los edificios más emblemáticos de la hoy conocida como calle Francisco I. Madero es el Palacio de los Azulejos, un edificio que, aunque se construyó en el siglo XVI, no vivió su máximo esplendor hasta el XVIII.
Pertenecía a los Condes del Valle de Orizaba, explicó Semo, que no vivieron allí hasta la primera mitad del siglo XVIII, cuando el conde falleció y la viuda ocupó el lugar y mandó restaurar el deteriorado edificio.
Fue entonces cuando su fachada se cubrió de la popular cerámica de Talavera, traída de Puebla e inspirada en la de Talavera de la Reina (Toledo, España), que le dieron el nombre popular al edificio de Casa de los Azulejos, el que tuvo muchos usos y pasó por varias manos particulares e incluso fue sede del Jockey Club, gran centro de la élite porfiriana de finales del siglo XIX.
Ya en el siglo XX, tras la Revolución, pasó a manos de la familia americana Sanborns, que lo convirtió en restaurante y comercio y perdura con todo su encanto.
NOMBRE
De la época de la Revolución viene el nombre de Francisco I. Madero, político revolucionario que fue asesinado en 1920 y al que Pancho Villa apoyaba, por lo que quiso honrarle poniéndole su nombre a esta calle tan llena de memoria política mexicana.
En el siglo XX la vía se transformó por completo y se construyeron modernos edificios como el Guardiola o la entonces revolucionaria Torre Latinoamericana, que se convirtió durante mucho tiempo en el edificio más alto de Latinoamérica.
Desde sus 183 metros puede hoy observarse una ciudad sin fin, carente de horizonte, y la calle Madero llena de tiendas y pasajes joyeros por la que hoy ya no circulan los coches al haber comenzado las obras de remodelación para hacerla peatonal.
Según Alejandra Moreno, coordinadora de la Autoridad del Centro Histórico, esta decisión es parte de la política integral del gobierno de la capital de hacer accesible el centro para mayor disfrute de los ciudadanos.
Aunque el tráfico en el centro se ha complicado con la supresión de esta calle, según reconoció Moreno, se inició la construcción de grandes estacionamientos públicos y la implementación de un sistema de transporte público que evite el uso del automóvil.
Testigo de la historia, por su empedrado han pasado desde carretas de caballos hasta los autos más modernos, pero cuando concluyan las obras definitivas para hacerla peatonal, los únicos que pisarán sus piedras serán los zapatos.