Histórico

Canoa Quebrada: El encanto de lo simple

<img height="16" alt="" width="60" border="0" src="http://static.latercera.cl/200811/193728.jpg " /><br /> Al sur de la nortina ciudad de Fortaleza, este rústico balneario es, paradójicamente, uno de los con más estilo de todo Brasil.

Es de noche en Aracatí, poblado famoso solamente para la época de carnaval. La gente se pasea en las calles tras otro día de calor, mientras que unos pocos viajeros bajamos del bus proveniente de Natal. La mayoría sigue rumbo a Fortaleza, capital del Estado de Ceará, uno de los territorios del nordeste brasileño que aún guarda playas con fama, pero a las que poca gente llega. Chilenos, menos aún.

Aracatí es la antesala de Canoa Quebrada, distante 18 km al sur, junto a Jericoacoara, una de las playas de más renombre del litoral sur de Ceará. A las 9 de la noche ya no hay buses que acerquen a este lugar "descubierto" por los hippies europeos a principios de la década de los 70. Un taxi es la única alternativa, que mejora el precio al compartirlo con un israelí que anda hace dos meses viajando por Sudamérica. El destino es internacional, se nota desde el principio.

Playas de arenas blancas y aguas transparentes y un quiosco donde venden caipiriña, langosta y camarones. La imagen idílica y repetida en fotografías de un Brasil de ensueño, se vuelve realidad en la extensa costa de Canoa Quebrada.

Claro que la villa ya no tiene mucho de lo "hippie" que invadió el lugar hace tres décadas. La mayoría de los jóvenes melenudos de antaño son ahora gorditos dueños de hostales, que comparten espacios junto a pescadores que se han transformado en expertos guías turísticos. Pasean a los visitantes en buggies por las dunas o en jangadas, pequeños veleros de pesca típicos de la región.

Lo único inalterable parecieran ser las coloradas falésias, murallones de tierra centenarios que enfrentan el mar y que han sido transformados, por acción de las olas y el viento, en mini laberintos que llevan a la playa. En más de alguno está tatuado el símbolo del pueblo: una luna creciente y una estrella.

MAR Y SOL
El día empieza temprano, a las 6 ya mucha gente curte praia, es decir, está al sol en reposeras o sobre pareos y toallas haciendo el repetido pero agradable ejercicio de meterse al agua-salir-extenderse-meterse al agua-salir, extenderse. La costa es larga e invita a ser caminada. Hay algunos bares-restaurantes que ayudan a calmar la sed o tientan con picoteos de pescados y mariscos muy frescos, apanados o asados. El clima es ideal: casi no llueve, siempre caluroso y corre un viento permanentemente tibio que ha convertido a Canoa en uno de los mejores puntos para practicar kitesurf. El mar se llena de olas, pero hacia el sur, cuando el mar baja, se forman lagunas saladas ideales para flotar sin preocuparse de nada.

Durante nuestro verano no hay aglomeraciones, ya que la temporada alta se da en la época estival europea. Eso hace más placentero caminar por sus rincones, sobre todo cuando se va el sol, porque el calor obliga a querer bañarse a tiempo completo. En su calle principal, la Broadway, siempre hay artesanos-viajeros que ofrecen sus artículos. Esta calle también concentra varios restaurantes, pequeños bares con espacio para bailar forró y algunas tiendas de recuerdos.

En días de semana no es mucho el alboroto, y quienes gozan con la agitación tal vez lo encuentren algo apagado. Y es que la movida es durante el fin de semana: llegan visitantes desde Fortaleza, la música inunda los rincones y suena el reggae, ritmo adoptado como propio en esta parte de Brasil. Los domingos, sin saber bien cómo, uno termina con los pies en la arena bailando al ritmo de Bob Marley, con fogata y esperando el amanecer en fiestas playeras que mezclan a viajeros con locales.

Se respira alma de pueblo aún. Pero algunos creen que poco tiempo le queda de aparente paz. Aracatí será el hogar del nuevo aeropuerto internacional de Ceará. En las calles de Canoa Quebrada se soban las manos al hablar de la cantidad de gente que aparecerá con eso, el empleo, los reales. Lo hippie se quedó en el pasado.

EL SECRETO: PRAINHA DO CANTO VERDE
Ceará cuenta con un litoral de 573 kilómetros de extensión, una invitación a no quedarse en un solo lugar. Hojeando una guía, hallamos en un pequeño párrafo el dato de un lugar próximo en que la comunidad pescadora  ha instaurado el turismo sustentable. No dice nada más: Prainha do Canto Verde.

Su ubicación es muy cercana a Canoa y partimos hacia allá en un bus por 7 reales ($ 2.000) que lleva hasta el cruce de la carretera con Canto Verde. Al bajarse, no hay nada más que un bar y una laguna. El desconcierto no dura demasiado: una moto-taxi aparece, acordamos el precio (2-3 reales) y comienza una aventura que nos lleva a otro Brasil.

La comunidad de Prainha es una aldea de hombres y mujeres de mar, fundada en 1870. Es lugar de tradiciones y de marcado arraigo cultural. Su única calle está invadida por las arenas de las dunas, que se han comido algunas casas del pueblo y que han obligado a sus habitantes a una larga lucha por la sobrevivencia. La gente camina lento, saludan y miran con curiosidad al visitante. Inmediatamente se nota cuando alguien acá es de afuera.

Organizados desde 1997, los locales han librado una lucha fiera por mantener su cultura ante las amenazas inmobiliarias, que ven en su hermosísima playa el lugar ideal para traer turismo masivo. Ellos no lo quieren, así lo dicen los carteles que se ubican en sus calles.

Todo tranquilo, aquí la mente baja unas cuantas revoluciones. Se respira paz, pero no aburrimiento, porque hay varias actividades para realizar ofrecidas por los locales, desde viajes de pesca en  jangadas, trekking por las hermosas dunas y lagunas de agua dulce, hasta paseos en buggies por el litoral y su poderoso paisaje. Pero lo que se destaca por sobre todo es la posibilidad de percibir tal cual es la vida nordestina..

Recomendable es aparecerse en la playa tipo 4 de la tarde, cuando vuelven las embarcaciones de una o dos jornadas en el océano. Los habitantes de Prainha se vuelcan a ver si la captura fue abundante. Los diálogos son amenos, chispeantes, y aunque no se sepa nada de portugués, como dicen acá: dá para entender, se respira camaradería y para el curioso espectador siempre hay alguien dispuesto a mediar de anfitrión. Es posible adentrarse más por caminos internos y conocer a pastores, recolectores de frutos o cesteros,  siempre abiertos a hablar con el aún escaso visitante. Así debió ser Canoa Quebrada hace unos años.

La biodiversidad ha sido mantenida con áreas marinas protegidas y reservas para la preservación de sus productos naturales; la comunidad ha decidido no aceptar grandes hoteles y mantener el turismo a pequeña escala. Esto se agradece.

El paraíso se comparte, pero no está a la venta.

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