EL ESTANCIERO
En el 2008, en tiempos de crisis económica mundial, Carlos Larraín buscaba una forma de invertir sin tener que entregar su dinero a los fluctuantes mercados internacionales. Decidió que la inversión más segura era la tierra. Y se compró una estancia de 96 mil hectáreas en Tierra del Fuego. El 2011 no hubo crisis, al menos no en Chile. Pero Larraín perdió la mitad de sus animales. De todos modos, sacó una lección: no arrepentirse de su inversión.
"En abril del año pasado tenía 45 mil ovejas. Pero se me murieron 23 mil. Hubo mala gestión, confianza excesiva en la persona encargada, ya que por la dichosa política tenía que quedarme en Santiago. Fue un traspié enorme en términos económicos y de ilusiones asociadas al proyecto. Queríamos llegar a tener 100 mil ovejas de aquí a dos, tres años. Demasiado entusiasmo. Una cosa es hacer planes en el papel y otra es la capacidad de ejecución".
"Pero el principal culpable soy yo. Debí haber estado más atento. Cuando iba a la estancia, me llevaban donde estaban las ovejas rozagantes. Se veían maravillosas. Era un poco como hacían los comunistas cuando llevaban a Bertrand Russell a Moscú y lo llevaban a ver niños rosaditos. Russell volvía a Londres diciendo que había visto el futuro. A raíz de lo que pasó, tengo dos hijos allá en la estancia, que se fueron por el verano, y que están arriando ovejas y durmiendo a la intemperie".
"Cuando decidí comprar tierras en el 2008 fue, en parte, por la inestabilidad de los mercados mundiales. Y aunque ahora perdí harto dinero, estoy tranquilo, porque sé que lo perdí por una torpeza mía. No estoy a merced de unos pillines que trabajan entre los gobiernos y los bancos de inversión".
"A la estancia yo voy a trabajar. Para mí el descanso es cambiar de trabajo. Me agota la sola idea de ir a descansar y ponerme en posición horizontal. Sí, yo creo que el trabajo nos hace mejores personas. Nos enseña, nos da experiencia, nos permite participar en la obra creadora. En el Opus Dei se habla mucho del trabajo bien hecho y yo suscribo eso".
EL CONSERVADOR
El conservadurismo es el núcleo duro desde el cual se planta y se mueve hiperquinético y como pez en el agua. Claro que es un conservador convencido -por las heridas que ha dejado la modernidad sobre las tradiciones y los viejos valores- de que hay que cambiar muchas cosas. Antes de que sea tarde, por cierto.
"No me molesta la etiqueta de conservador. Creo saber lo que es un conservador, que es todo lo contrario de un inmovilista. Un conservador se propone preservar las cosas que valen la pena mantener y cambiar las que están mal. Los tiempos tienen mucho que decir en todo esto. Por ejemplo, ahora el chancho no está bien pelado. Y no lo está tanto por un asunto de desigualdad socioeconómica, como por el temor a que se nos deteriore la cultura. Reconozco que tengo cierta distancia con el concepto de cultura popular que se maneja hoy. Antes, la cultura popular tenía una cepa discernible. O era la intervención desde lo alto del Viejo Testamento en el caso del pueblo judío, o era la pedagogía voluntario-forzada del catolicismo hasta el siglo XV, o era la iluminación interior de los protestantes, o era, a partir del siglo XVIII, el racionalismo. Hoy, no veo ninguna de esas vertientes en operación".
"La verdad es que los patrones de conducta se me han borroneado mucho. Estoy un poco perdido. La erosión es tanta, que actualmente tal vez hay mucho más cosas para cambiar que para conservar. Por eso, cuando me dicen conservador, no me afecta una pizca".
EL LIBERAL
Reconozcámoslo: Larraín no es un liberal ni siquiera part-time. Pero atención: también tiene sus fugas en este sentido.
"El liberalismo, entendido como que el individuo no se tiene que meter con nadie, a mí me gusta poco. Pero sí me gusta como defensa de nuestro metro cuadrado. Ser liberal puede significar combinar el trabajo con el placer de un buen plato de patitas de chancho con cebolla y vino tinto. Pero eso casi ya no se puede decir. Está prohibido. Hoy se volvió políticamente incorrecto fumar, tomar vino, comer materias grasas. Si hasta las papas fritas están prohibidas".
"Hay unos señores ultraliberales que, sin embargo, se meten en la olla de la casa del lado. Es un fenómeno muy raro. Yo reclamé hasta el hartazgo contra esas leyes híper interventoras. Hay un senador preocupado de la sal y a mí me gusta comer salado. O con ají. Si se me irritan las paredes del estómago, bueno, se me irritan nomás. Ahora, hay un proyecto de ley que impedirá fumar donde trabaje más de una persona. Rarezas del desarrollo".
"A mí, Punta Cana no me conmueve, pero efectivamente hay gente que goza a rabiar con el all inclusive. Si es así, santo y bueno".
EL ALARMADO
Hay un cierto sentido de urgencia en los diagnósticos políticos del presidente de RN. Es de los que creen que si no se hace nada, el sistema puede venirse abajo. Va de un lado a otro, corre y no pierde ni un segundo. No sea que venga la gran debacle.
"El sistema político, creo, no está funcionando bien y de eso me di cuenta, sobre todo, entrando al Senado. La gran defensa del sistema electoral está basada en la gobernabilidad, pero eso ya se esfumó. El eje de la gobernabilidad hoy gira en torno a cuatro o cinco parlamentarios que van de un lado a otro. Creo que la época de los grandes bloques políticos se terminó. Hay que abrir el sistema y tener 12 ó 15 partidos chicos que representen a distintos grupos y constituyan coaliciones cambiantes. Queda por ver si estos partidos nos van a dar gobernabilidad. Pienso que en un sistema semipresidencial eso podría ser posible".
"Yo creo que hay que tender puentes con la DC. Necesitamos agrandar la base, porque la centroizquierda, a pesar de los esfuerzos de José Antonio Gómez, se hizo talco. Es la verdad. La izquierda socialdemócrata hoy día es polvo. No queda nada. ¿Dónde está Marco Enríquez-Ominami? ¿Dónde están los movimientos estudiantiles? A Camila Vallejo no la desbancaron los ultras sólo porque ella hizo muy bien su papel y porque es joven, buenamoza y se expresa con orden en temas preestablecidos. Pero si se llega a conectar un presidente hiperpotenciado con esa base alocada, insolvente, yo temo que se nos puede dar vuelta el sistema. Por eso, los partidos que están ubicados al centro, a uno u otro lado de la barrera, tienen que recuperar protagonismo, asentarse como gran opción. Si no, se nos va a arrancar la moto".
EL ESCEPTICO
El conservadurismo comporta alguna dosis de escepticismo. Debe ser porque sabemos que el hombre es débil y porque hay una herencia del pecado original. Con frecuencia, las verdades de la tradición, hoy muy golpeadas, son superiores a la transformación.
"Hoy día, para todo tenemos un índice Gini. En el último, Estados Unidos aparece muy castigado, pero a Eslovenia le va bien, porque esa sociedad es muy planita, muy igual. Yo acepto que la desigualdad es una tremenda yaya, pero sospecho que el pobre norteamericano está infinitamente mejor que el pobre esloveno".
EL REALISTA
Para nadie es un misterio que Larraín tiene un cable a tierra, que se maneja en el humor y que coloca chilenismos y autoironías donde la política chilena, por lo general, no ofrece otra cosa que sopor y bostezos.
"Yo creo mucho en las buenas inercias de nuestra sociedad. Son las que nos han salvado. Tenemos una economía que funciona, que crece y que genera empleos. Tenemos un sistema universitario que ofrece opciones para elegir; no tenemos una sola gran universidad pública y eso es bueno. Tenemos instituciones que operan. Hay mucho que mejorar, pero en Chile hay una base para construir.
"Yo tengo el sentido de la fiesta y de pasarlo bien. Esto de la sociedad mercantil, donde tiene que trabajar 12 ó 14 horas, a mí me enferma. Me gusta una sociedad con cierta holgura. Me gustan las diversiones colectivas".
EL ARREPENTIDO
Las entrevistas a Carlos Larraín siempre ofrecen buenas cuñas. El hombre es colorido para hablar, un poco deslenguado. El problema es que tanta franqueza a veces ha terminado en desafueros verbales que lo han obligado a dar explicaciones.
"No, nunca quise comparar la homosexualidad con la zoofilia. Fue un mal ejemplo, dado a la ligera. Lo que quise decir es que la legislación no podía perder de vista los intereses generales en tributo a situaciones particulares. Si yo hubiera dicho: 'Mire, señor, si un día se nos pide que legislemos a favor del matrimonio homosexual, al día siguiente se nos va a pedir que legislemos a favor de la poligamia o la poliandria'. Si hubiera dado esos ejemplos, nadie habría dicho nada. Pero di el peor, me equivoqué y ya pedí disculpas".
"No, no siento gran culpa por esas expresiones desafortunadas, pero sí incomodidad. Herí a mucha gente sin tener para qué. De todas formas, creo que los instintos pueden ser educados. Yo admito que se puede tener una inclinación homosexual, pero quien la tenga debe orientarla y encauzarla, tal como también deben hacerlo los heterosexuales. Los desórdenes en la conducta sexual pueden llevar a la autodestrucción. El sexo no es una cosa terrible que tengamos que tener fondeada, pero, separado de los afectos, tampoco puede ser instancia de disociación".
"Como no soy candidato a nada, yo no ando pensando en las cosas que tengo que decir para agradar y someterme a lo políticamente correcto. Prefiero eso a tener una mente cuadriculada para el cálculo de cada palabra. Por lo demás, en este plano, es mucho el doble estándar. Hace poco, el senador Girardi dijo que el gran problema de la sociedad es que estaba centrada en el hombre. ¿Qué quiere, que esté centrada en la ameba? Yo sé lo que quiso decir: que el desarrollo descuidaba el entorno. Pero no fue eso lo que dijo. Camila Vallejo dijo a El País que las armas siempre estaban ahí. Fue muy sincera, creo. Son dos ejemplos. Pero no hubo la misma reacción".
EL AFRANCESADO
A diferencia de la mayoría de los conservadores chilenos, que casi siempre fueron hispanistas metódicos y sombríos, la matriz intelectual y estética de Carlos Larraín está en la llamada Ciudad Luz.
"Mi abuelo nació y vivió en Francia hasta los 22 años. Después, todas sus añoranzas se remitieron a Francia. Volvió muchas veces, claro. Mi abuelo tenía, incluso, hermanos que hablaban castellano con acento francés. Se llamaba Carlos Peña, para gran desilusión de don Carlos Peña, el columnista. En mi casa se hablaba francés y mis hermanos mayores tuvieron institutrices en la casa. Yo tuve sólo profesora".
"Bueno, si debo optar, obviamente prefiero París a Miami. No me gusta el Chile de mall. Se van a enojar algunos amigos míos, pero no me gustan esas construcciones, a lo mejor acogedoras por dentro, pero muy feas por fuera, donde la gente compra, se divierte, se siente razonablemente segura. El mall es el certificado del fracaso de las ciudades chilenas".
"Hay un abandono de las formas y las maneras que es muy agudo. Hay mucha ordinariez en el ambiente. En general, se perdió el concepto del honor. Se produjo un deterioro de los grupos altos de la sociedad, que dejaron de ser modelo y ahora imitan a los grupos bajos, mientras que los grupos más bajos tratan de imitar a estos cantantes que circulan por el mundo. No me embromen: el 2011 hubo 155 conciertos, entre comillas, en Santiago".
EL ESTOICO
Hay una muy singular combinación de resignación religiosa, realismo huaso y lecciones aprendidas a palos en la mente de Carlos Larraín. El hombre tiene su resiliencia. Sabe que no siempre las cosas resultan. Y que eventualmente pueden salir muy mal.
"Creo que sólo una vez estuve en el infierno. Fue a raíz del accidente que tuvo mi mujer camino al sur. Viajaba con tres de nuestros hijos. Fue un choque muy violento. Ella salió bien malherida. Se le desplazó la columna en un 30% y una de nuestras hijas se nos murió. Fue el 29 de febrero de 1980, año bisiesto. Mi hija casi tenía nueve años, era mi regalona, y falleció a las dos semanas en la clínica. Estuve mucho tiempo enojado con Dios, pero el dios Cronos te ayuda en eso. El tiempo curó. Tenía más hijos, debía preocuparme por los que estaban malheridos y, bueno, la vida continúa".
"El dolor, claro, enseña. Supongo que después de ese accidente quedé más lúcido. Me dije que tenía que estar más disponible para las cosas importantes, para la familia, para los afectos".
EL CREYENTE
Hombre de vida sacramental al día, y más que al día, miembro del Opus Dei, Larraín es un aristócrata que lleva su fe tan pegada como su propia sombra y sus ancestros.
"¿Que si he estado yo en el paraíso? No, nunca. Espero llegar algún día. Mucha gente cree que allá terminaremos todos y que nadie se condenará. Pero a mí no me parece tan así. Para llegar hay que hacer mérito y me temo que muchos van a pasar directo al subterráneo".
"En mi estancia -Cameron- hay una capilla. Estaba ahí cuando la compré. La quise refaccionar el año pasado, pero tuve que recular, porque las cuentas se pusieron muy al rojo. En toda la Tierra del Fuego chilena hay apenas dos sacerdotes y uno de ellos, que vive en Porvenir, viaja hasta Cameron cada cinco semanas a decir la misa. Es admirable lo que hace. Ya es un cura de edad y el viaje de ida y regreso en un busecito es bastante largo".
"Lo que ha ocurrido en la Iglesia chilena en el último tiempo ha sido muy traumático. Y lo digo no sólo por las acusaciones al padre Karadima, que fueron muy graves y están comprobadas. La posición desde la cual se cometieron esos abusos es impresentable y muy dramática. Los efectos de estos abusos han sido devastadores en términos de pérdida de prestigio y autoridad. La otra vez confronté esa realidad con una imagen que me dejó Alec Guinness en sus memorias. Cuenta el actor, católico conservo, que le tocó hacer una película en Francia y que cuando -vestido de cura- iba caminando por un sendero de cercos podados, de repente apareció detrás de las matas un chico de unos siete años. 'Padre -le dijo-, estoy un poco perdido y asustado'. Acto seguido, el niño le dio la mano confiado al que creía un cura de verdad. Bueno, eso fue lo que se rompió, por ilustrarlo de algún modo. Es horroroso. Aún así, yo, que soy un poco anticlerical, creo que la Iglesia sigue adelante. Sigue a pesar de los errores del clero y de los defectos de nosotros, los católicos".