Carlos Oyarzun viste polera negra, el pantalón del buzo del Team Chile y zapatillas. Completan su figura el pelo largo y las largas patillas que acogió como suyas por sus años radicado en España, donde hizo su carrera a puro esfuerzo personal y familiar. Algo de acento castizo también le queda. Pero no quiere hablar. Conversa poco, según dicen.

El ciclista ha estado estas últimas semanas en el lugar que lo acoge como su hogar cada vez que vuelve a Chile, la casa de sus suegros, en Isla de Maipo. Eso, después del positivo por roxadustato que dio en un examen de dopaje justo antes de su participación, en julio pasado, en los Juegos Panamericanos de Toronto, donde era la mayor (tal vez única) esperanza de medalla para el Team Chile en el ciclismo.

Siempre ha sido callado. Costaba sacarle palabras cuando hacía carrera en Europa, cuando firmó por el equipo Movistar, cuando ganó medallas panamericanas para Chile. Incluso para cuando se le ha postulado como el mejor ciclista de la historia del país. Siempre. Así es él, más aún ahora, que no quiere saber nada, con nadie.

"No voy a hablar. Voy a hablar cuando sea el momento. Y este no es ese momento", dice nervioso, mientras camina junto a la carretera hacia un almacen junto a su hija Victoria, de cuatro años.

Carlos Oyarzun siente que no ha tenido apoyo en estos momentos complicados. Aún en Canadá, el presidente del Comité Olímpico, Neven Ilic, le había quitado el piso al señalar, después de notificarlo, que había pocas posibilidades de un error en el resultado de la muestra.

Desde aquella reunión con el timonel del COCh en el lobby del Novotel de Toronto que Oyarzun se encerró en un mundo del que apenas sale para hacer un par de visitas al Comité Olímpico con el objetivo de planificar qué hacer.

Poco se puede, por ahora. La Organización Deportiva Panamericana (Odepa) ya desligó el asunto de su examen a la Unión Ciclista Internacional (UCI) y ésta informó a la Federación Chilena que pesarán sobre él cuatro años de suspensión.

"La idea original de Carlos era apelar porque el examen no se lo tomaron en competencia, pero la norma dice claramente que poniendo un pie en la Villa Panamericana ya se considera en competencia", explica Roberto Pérez, presidente de la Federación.

Otro camino que quiso buscar Oyarzun es la baja cantidad de sustancia encontrada en la sangre. Esa sería su principal carta en la apelación que está preparando, la que ya no corresponde recibir a la Odepa, la UCI ni la Agencia Internacional de Dopaje, sino sólo a una instancia superior, como el Tribunal Internacional Deportivo (TAS). "La Federación no puede dar una opinión oficial sobre el tema, pero Carlos está preparando su defensa ante la UCI, está muy compenetrado en eso", agrega Pérez.

Para todo esto, el ciclista y su entorno están trabajando con la asesoría de un abogado. "Lo que pasa es que Carlos no ha asumido todavía que su carrera se terminó, es una transición que le cuesta. Su gran sueño era estar por Chile en los Juegos Olímpicos", cuenta un dirigente local, pesimista respecto de su futuro.

Pero el pedalero tiene esperanza de que le levanten la pena y poder estar en Río. Volver a las pistas después de un castigo ni lo ha pensado.

Bajo perfil

En eso pasaría sus días el ciclista en Isla de Maipo. Nadie puede asegurar que lo haya visto ir a un gimnasio o practicar bicicleta por las calles de un pueblo donde se respira ciclismo y las dos ruedas dominan las calles.

En el almacen contiguo a su casa, donde entró por una bebida, señalan que "toda la familia es bien callada. De saludo y nada más".

Tampoco Oyarzun ha visitado a viejos amigos en Isla de Maipo. "Hace mucho tiempo que no viene para acá. Él pasaba a saludar. Sí han venido familiares, pero no él. Un amigo mutuo, ciclista también, se encontró con él en el supermercado, lo saludó, pero nada más. El tiene una personalidad especial, así que preferimos no hablar de él. Carlos tiene 35 años y con cuatro años de castigo, no va a rendir lo que fue, la mejor edad del ciclista es de los 25 a los 35", dice el ex ciclista Ricardo Astorga, quien tiene un taller en el centro de Isla de Maipo, no lejos de la casa de los suegros de Oyarzun.

Pero contrario a lo que se pudiera pensar, el deportista no está solo. Pese a que dejó de ir al COCh cuando fue notificado de que la sentencia de cuatro años de suspensión es definitiva, existen voces al interior del edificio ñuñoino de ayudarlo en otros aspectos, más allá del deportivo, pues "él necesita vivir, tiene una familia. El ser profesional al ciento por ciento le juega en contra ahora, porque no sabe hacer otra cosa y no tiene mayores ahorros", según señalan.

Miguel Navarro, el dueño de una tienda de repuestos para bicicletas en Isla de Maipo, confirma que "siempre está apurado, cuando anda por acá, pero después de Toronto nadie lo ha visto. He preguntado por él a miembros del equipo ciclista de aquí de la Isla, pero nada. Pregunto porque a lo mejor se siente frustrado. Es que uno se preocupa por él, a lo mejor él piensa que no, pero uno como ciclista, se preocupa por él. Uno le tiene cariño".

Carlos Oyarzun sale del negocio y enfila hacia su casa, a paso raudo. Su hija corre con él.

¿Por qué el silencio, Carlos?

No quiero que me insistan. No tiene sentido. Todo a su tiempo. Voy a hablar, aunque la prensa me haya liquidado, yo estoy tranquilo. Ahora necesito estar en tranquilidad con mi familia.

Carlos Oyarzun pasa la reja, entra a la casa y se pierde. En el silencio está su esperanza y la de todos los que, desde lejos, aún están con él.