Sí, claro, lo sabemos: que más vale tener amigos que dinero, y que éste no hace la felicidad. Pero hasta los mayores críticos del consumismo y los más grandes detractores del lucro necesitan del vil metal, o papel, o lo que sea (tan multiforme y ubicuo es que se ha convertido en una presencia incorpórea). Podrá ser poético exaltar el amor, pero en este mundo cruel resulta más realista lo que afirmaba el escritor francés del siglo XVI, Gilles de Noyers: "El amor puede mucho, el dinero lo puede todo".
Sobre el dinero y el mercado, sus características y dimensiones morales y políticas se ocupa el último libro de Carlos Peña, analizando sus más variados aspectos. Profesor, rector de la Universidad Diego Portales, en su labor de intelectual, Peña no se ha restringido al ámbito de la academia, sino que es un decidido participante en el debate público, en especial a través de sus columnas de actualidad política en El Mercurio, tan afiladas como influyentes. En una zona intermedia están sus libros de ensayo, exigentes pero no dirigidos a los especialistas, como Ideas de perfil (Hueders, 2015) y ahora Lo que el dinero sí puede comprar.
El punto de partida de este último libro es el Chile actual, marcado por una extendida cultura consumista y una satisfacción por el bienestar, unidas, sin embargo, a una especie de desazón. De los cuestionamientos al consumo, Peña se embarca en un recorrido por distintas disciplinas y autores: de la economía, la sociología o la antropología hasta la literatura, la filosofía o el sicoanálisis, revisando personalidades como Friedrich von Hayek y Karl Polanyi o presentando los puntos de vista de Georg Simmel, en su Filosofía del dinero, o Michael Sandel en Lo que el dinero no puede comprar (ya desde el título Peña polemiza con él). Su conclusión es que el mercado y el consumo pueden significar un incremento tanto de la libertad personal como de la autonomía moral.
Si bien el libro no se mete en el debate político más estrecho y de estricta actualidad, bien podría considerarse en parte como, con expresión un poco burda, el "marco teórico" de algunas de sus columnas, en las que ha planteado que el diagnóstico de ciertas fuerzas políticas según el cual Chile rechazaría el proyecto modernizador que ha ampliado el consumo y el mercado, es erróneo.
Vindicar mercado y consumo, ¿es una empresa intelectual o tiene algo de provocación?
Toda empresa intelectual, cuando no es mera erudición o simple juego conceptual, es también un esfuerzo de provocación, algo hecho con ánimo de herir las ideas ajenas, los lugares comunes. En este caso, sin embargo, no se trata de vindicar el mercado, se trata simplemente de mostrar algo de las sociedades modernas que las ciencias sociales, especialmente latinoamericanas, han olvidado: el papel del mercado y el consumo en la modernidad. Latinoamérica no es sólo religiosidad popular, venas abiertas y esas cosas: también es mercado y consumo.
Parte constatando las mejoras materiales de la población chilena junto a una cierta sensación de agobio. ¿Es algo extraño esta convivencia de satisfacción e inquietud?
Lo que me interesa no son las mejoras materiales en sí mismas, sino examinar las dimensiones culturales o subjetivas de la expansión del consumo que producen los cambios en las condiciones materiales de la existencia. Lo que muestra una amplia literatura —de izquierda y derecha, desde Aron a Simmel como sugiere el libro— es que la modernización es ambivalente: una mezcla de progreso y desilusión. El bienestar siempre va acompañado de una sensación de plenitud, pero a la vez arrastra una sombra de insatisfacción ¿No es eso lo que ocurre hoy en Chile?
¿Cuáles cree que son los combustibles que alimentan la desconfianza ante el mercado y el consumo?
El más obvio es casi sicoanalítico: el consumo se alimenta de un deseo que no puede ser satisfecho. Los analistas lo llaman el goce, el deseo diferido una y otra vez. Eso explica la paradoja de la abundancia del mercado capitalista: nunca hubo mayor bienestar que el que él provee; pero nunca hubo tanta fuente de insatisfacción. Pero también hay otros. El mercado destruye poco a poco los grupos de pertenencia (el barrio, la Iglesia, las costumbres, etc.) y nos hace migrar lejos de los lugares de la memoria, lo que, sin duda, alimenta una cierta nostalgia que idealiza lo que dejamos atrás. Y de los grupos históricamente satisfechos hay la sensación que el mercado y el consumo lo vulgariza todo: esos grupos olvidan que su propio prestigio también se funda en cosas materiales que el tiempo transformó en aura inmaterial.
Dice que los chilenos no tendrían un deseo de igualdad ni un rechazo a toda desigualdad.
Lo que hay es un deseo de diferencia. La sociedad es una máquina de producir distinciones. Todas las sociedades se estructuran sobre desigualdades socialmente aceptadas. Por eso la manera correcta de decirlo es que la gente no rechaza la desigualdad, rechaza las desigualdades inmerecidas, las que son producto de la herencia. ¿Qué otra cosa es el ideal meritocrático que los jóvenes anhelan sino el deseo que la desigualdad se funde en el esfuerzo? ¿Y qué cosa más capitalista hay que ese ideal?
La contienda electoral
En el libro menciona la importancia de las palabras. Algunas como "ciudadano" y "consumidor", "comunidad" e "individualismo", tienen una carga ideológica que adscriben pertenencias a izquierdas y derechas.
Es verdad lo que menciona; pero esa carga ideológica no es más que un lugar común sin rigor. Creer que ser de izquierda es hacer asco al consumo es absurdo. Ese tipo de izquierdismo ascético, cuasirreligioso, suele ser propio del hastío de los hijos de la burguesía satisfecha (no por casualidad quienes promueven ese izquierdismo lo son). Creer por la inversa que a la derecha no le importa el ciudadano, también es estúpido. Una izquierda moderna, no religiosa, debe comprender (como lo hacía Marx, dicho sea de paso) cuán liberador es para las mayorías el consumo.
¿Cree que usted se ha ido "derechizando"?
Ese tipo de observaciones provienen de una frecuente confusión intelectual. A la hora de describir la realidad (y el mercado y el consumo son una realidad) no se es ni de izquierda ni de derecha: se tiene la razón o no. Del hecho de constatar la existencia del mercado y describir sus múltiples efectos con apoyo en la literatura, no se sigue que uno adhiera a esa realidad. Constatar la realidad es una cosa, adherir a ella es otra. Una cosa es lo que uno cree es la realidad; otra cosa es lo que uno anhela la realidad sea. Son cosas distintas. Creer que porque alguien se ocupa de describir las funciones sociales del mercado se ha "derechizado" es una perfecta tontería, ¿no le parece? Es como si alguien por describir al Estado y sus insustituibles funciones se "izquierdizara" o porque alguien se ocupe de la Iglesia se transformara en "creyente". Lo que me preocupa es la facilidad con que se expanden esas confusiones tontas.
A la luz del libro, ¿de qué manera interpreta los resultados electorales recientes? ¿Pudo haberse equivocado o apresurado?
Hasta donde entiendo, Piñera y Guillier ganaron la primera vuelta y la reacción contra la modernización, conducida por el Frente Amplio, obtuvo el tradicional 20 por ciento que ya obtuvo alguna vez ME-O ¿Fue así o el Frente Amplio ganó? Bien. Lo que creo es que Beatriz Sánchez era mejor candidata de lo que supusimos: interpretó el malestar y el agobio de los mismos grupos que apoyaron, por ejemplo en Puente Alto, a Ossandón. Ver en el apoyo a Beatriz Sánchez una adhesión a las talentosas, entusiastas, simples y diversas ideas del grupo que la apoya me parece un error fáctico que el tiempo va a despejar.
Si la población (o la parte que vota) no coincidía en el rechazo al proyecto modernizador, al Frente Amplio debió irle peor, ¿no?
Me parece que está exagerando algo: el Frente Amplio obtuvo el 20 por ciento que obtuvo alguna vez ME-O. Comprendo que la novedad del Frente Amplio llame la atención; pero no lo lleve al extremo de que le nuble la razón.
¿Y con respecto a Piñera? Si hubiera estado más en sintonía con los grupos medios, debería haberle ido tan bien o mejor, pero no peor de lo que se esperaba.
Es verdad. Pero eso quizá lo explica el factor humano: Piñera, lo más lejano a la empatía que los grupos medios anhelan.
Por ciertas añoranzas pareciera que Chile fue la copia feliz del Edén. Imagino que no cree que nos hemos caído del Paraíso, ni que nos encaminamos a él.
No tengo ningún anhelo religioso de los que hoy abundan en la esfera pública chilena, ni tengo la nostalgia de los viejos que creen que dejamos atrás el paraíso del estado de bienestar; ni abrigo la esperanza de los más jóvenes que creen que nos espera el jardín del Edén de la cohesión social y las manos tomadas.
VIRTUDES Y PELIGROS DEL MERCADO: SIMMEL Y SANDEL
En la relación entre mercado y soberanía del individuo, particularmente estimulantes parecen las ideas de Simmel sobre la economía monetaria como espacio de libertad...
Simmel es quizá un autor clave, al que desgraciadamente se le conoce poco. Influyó en Benjamin, en Weber (quien tuvo frente a él una actitud ambigua, de profunda admiración y rechazo) y en Ortega y Gasset. Entre los chilenos cabría mencionar a Enrique Molina, fundador de la Universidad de Concepción, quien asistió a sus lecciones. Los ensayos de Simmel son sencillamente extraordinarios, era capaz de pensar cualquier cosa con extremo brillo y agudeza. La idea más brillante de Simmel es la que usted menciona: el mercado y la economía monetaria al permitir la interacción y la cooperación abstracta, no comunicativa, crea espacios de subjetividad, de vida interior, que son la base de la libertad. El mercado favorece la libertad no porque permita elegir como dice Friedman. Favorece la libertad porque hace posible un ámbito de subjetividad que no rendimos ante nadie. Usted cuando interacciona en el mercado no requiere mostrar su subjetividad ni compartirla, la deja a salvo.
¿Hay algún riesgo en la expansión del mercado a determinados aspectos de la vida o Sandel anda totalmente descaminado?
Los peligros que menciona Sandel son banales: que si usted le da dinero a su hijo para que lea, acabará gustándole más el dinero que la lectura; que si usted paga para que otro haga la fila, a usted en verdad no le gusta tanto el espectáculo y así. Todo eso es muy entretenido, pero no vale demasiado la pena. El mercado tiene peligros, sin duda, pero no son los que menciona Sandel: su extensión a la política, desde luego es un peligro grave; su incapacidad para protegernos de los infortunios y compartir el riesgo es otro, etc. Pero es perfectamente posible —y Sandel por supuesto acepta esto— curar esos males o evitarlos sin amagar los bienes culturales que el mercado provee.