Pasadas las 19 horas, Francisco aterrizó anoche en Pudahuel, iniciando la segunda visita de un Papa a nuestro país. Un momento que contrasta con el fervor que despertó Juan Pablo II en 1987, enfrentando en la memoria a dos Chiles muy distintos: el de ayer más sumido en la pobreza y necesitado de consuelo; el de hoy más cerca del consumismo y lejos de "verse como un rebaño necesitado de un guía", como lo describe Carlos Peña. El rector de la Universidad Diego Portales y columnista de El Mercurio plantea que -a diferencia de hace 30 años- hoy difícilmente se pueda hablar de una jornada histórica y confía en que el Pontífice "no estaría a la altura de sí mismo si no se refiere al aborto y a los abusos de la Iglesia".
¿Cómo vivió la visita del Papa en 1987, qué momentos marcaron para usted esas jornadas y cuán útil resultó para Chile la presencia de Juan Pablo II en su camino de recuperación de la democracia?
La viví no muy distinto a como la vivo ahora: con cierta distancia. Recuerdo, sin embargo, dos momentos a los que si bien no asistí directamente, fueron muy subrayados en los medios: la reunión en el Parque O´Higgins y en el Estadio Nacional. Ambas resultaron una verdadera metáfora del Chile que vendría. Un rechazo a la dictadura con el único discurso público (el religioso) que entonces se admitía para expresar la oposición al régimen y, a la vez, un rechazo al papel tutorial que la Iglesia pretendía sobre las culturas juveniles que entonces ya brotaban. Fue ese momento en que Juan Pablo preguntaba a los jóvenes si rechazaban el sexo y otras conductas que se alejaban de la doctrina y los jóvenes, a pesar del fervor que Juan Pablo II era capaz de desatar, respondieron en un coro de miles "¡No!" Creo que esas dos escenas retratan bien esa visita. Un acto religioso de masas que expresó, de manera sublimada, el rechazo a la dictadura; y otro acto de masas que expresó cuán indócil se volvería la cultura juvenil.
¿Cuán distinta será la repercusión de esta visita papal respecto de la de 1987? Las tensiones y contextos de ambas visitas son muy distintas… Y el sello y la biografía de Juan Pablo II y Francisco marcan diferencias.
Por supuesto que todo será muy distinto, aunque en ambos casos se trata de papas que viene de experiencias históricas más bien en el margen, en la periferia. Polonia y Latinoamérica han sido más bien víctimas del centro hegemónico que protagonistas. Pero dicho eso, los contextos que visitan son muy distintos. El Chile modernizado de hoy es muy diferente al de 1987. Un dato basta para comprenderlo: la pobreza hoy se empina apenas sobre el 10% u 11%; en el Chile de 1987 la pobreza escalaba más allá del 45% sino recuerdo mal. El público ante el que hablará el Papa es, pues, muy distinto. En 1987 Juan Pablo II habló ante un pueblo herido por la pobreza y la falta de libertades, necesitado de consuelo; Francisco hablará ante grupos que han abandonado la pobreza, más confiados en sí mismos, poseídos por la pasión por el consumo, que prefieren el mall a la misa, más individualizados y más autónomos. Todo eso hará que el público mire el discurso papal con mayor reflexividad e ironía. Sospecho, además, que el discurso latinoamericanista de Francisco (que reclama la existencia de un pueblo a nivel de la región, portador del catolicismo) tendrá pocos oídos, salvo los aplausos espontáneos que desatará la emoción.
Más allá de las críticas y el momento de desconfianza que reina en el país de cara a esta visita, ¿se puede hablar de que este será un momento histórico para Chile?
No lo creo. Salvo para quienes piensan que el Papa es capaz de generar con su sola presencia momentos epifánicos (pensar eso, como sabe cualquier creyente ilustrado, sería casi una herejía), lo más probable es que la visita de Francisco sea un acontecimiento mediático, un suceso de masas más cercano al entertainment que a la historia ¿Alguien de veras cree que esta visita podrá torcer el rumbo de la vida colectiva? No cabe duda que este será un acontecimiento que los medios (que suelen anhelar el registro de ese tipo de momentos) van a amplificar, pero no creo que ocurra nada perdurable en la esfera ni de la cultura ni de la política con la visita de este Papa ¿O usted cree que la gente en Chile está anhelante de guía espiritual para soportar el día a día? Chile no es una sociedad secularizada, pero tampoco es una sociedad intensamente católica. Los chilenos modernizados no se ven a sí mismos como un rebaño necesitado de guía o de redención. Si no cree esto, mire el resultado de la última elección.
¿Qué tema debe ser ineludibles para el Papa en Chile? O dicho de otra manera, ¿qué omisión sería imperdonable en su visita?
Creo que no estaría a la altura de sí mismo si no se refiere al aborto; después de todo, la Iglesia fue la principal opositora y, en su entusiasmo, llegó a afirmar que aprobarlo era un crimen. Si Francisco cree eso en serio, debiera seguir denunciándolo. Si es un crimen, entonces no hay cálculo que evite oponerse a él. ¿O acaso no hablaba en serio? También debiera públicamente explicar los abusos en la Iglesia, explicar por qué ocurren y cómo evitarlos. No pedir perdón por ellos, sino hacer algo que parece más prosaico pero que haría más sentido a la gente: analizar racionalmente algo que en la Iglesia ha parecido una epidemia. Esas dos cosas ayudarían a evitar el tono de simple "buenismo", levemente demagógico, que hasta ahora Francisco exhibe.
Chile es un país menos católico que en 1987. ¿Cree que esta visita pueda revitalizar la penetración de esta religión en la sociedad chilena? ¿El proceso de secularización de la sociedad chilena es irreversible?
Mire, las predicciones de la sociología clásica en el sentido de que la modernización acelera la secularización, entendida como un proceso en que el sentido religioso se evapora, se han demostrado falsas. Un buen ejemplo es Estados Unidos, donde hay más iglesias que farmacias. Lo mismo podrá decirse del caso de Chile, cuya religiosidad sigue muy viva, pero, y esto es lo importante, se ha transformado o, como sugirió Peter Berger, se ha "protestantizado", en el sentido de que se trata de una religiosidad que rechaza la jerarquía y el rito, que se ha vuelto más electiva, que se vive menos como simple adscripción y más como una elección. Dicho polémicamente: la preferencia religiosa se vive hoy más como un "bien de consumo" que otra cosa, como algo que se elige al compás de preferencias sociales o de otro tipo. Si no, vea cómo incluso los católicos más fervientes editan su catolicidad escogiendo ser del Opus, de los sodalicios, de los legionarios, etcétera, como si ello formara parte de su identidad social. Hoy no se es católico sin más, se elige el modo de serlo.
¿Tiene el derecho el Papa a pronunciarse sobre un tema como el litigio de La Haya con Bolivia?
El Papa no tiene derecho alguno a hacerlo o, más bien, no puede esgrimir ni su carácter de pastor ni su carácter de jefe de Estado para hacerlo. Es probable, sin embargo, que esté tentado de hacer alguna referencia a ese problema y ello por una razón conceptual. Francisco es un hombre ideológicamente inclinado al latinoamericanismo, a la idea de que América Latina es un solo pueblo cuya identidad cultural es indisoluble de sus raíces católicas. Esta es una idea muy fuerte en la teología que él profesa. Se trata de una idea surgida de intelectuales como Pedro Morandé en Chile (en mi opinión el intelectual católico más importante del siglo XX) o A. Methol Ferré, quienes sostuvieron que la modernidad latinoamericana es católica y barroca, sincrética y diversa, y cuyo principal signo es la religiosidad popular. Este sería el signo de la catolicidad latinoamericana que permitiría unificarla en un solo pueblo, a juicio de Francisco.
¿Corresponde que una visita como esta genere la expectación que genera? ¿El Papa es un jefe de Estado como cualquier otro?
No es un jefe de Estado como cualquier otro. La Iglesia Católica, de la que él es el máximo representante, es a la vez una religión y un Estado y en ambos casos -como Estado y como religión- posee una fuerte vocación de universalidad. Es un caso único: una Iglesia con vocación de universalidad, que es al mismo tiempo un Estado igualmente anhelante de influencia universal, dotada de un derecho propio, con una muy sofisticada teología y un pormenorizado código moral. No es posible comprender la historia sin conocer la catolicidad. Pero, ya se sabe, y así lo muestran las transformaciones de la cultura, nada dura para siempre: incluso el reino más rutilante y más viejo decae algún día.
Corresponde que el Estado destine cerca de $ 7 mil millones para financiar la visita de un jefe de Estado, o la situación de Francisco es un caso distinto?
Presentar eso como un problema en un país que subsidia a las universidades católicas, no tiene mucho sentido. Después de todo, el Estado también debe permitir que las personas y los grupos expresen sus creencias en la esfera pública. Una sociedad abierta no impide que las personas manifiesten aquello en lo que creen, y si es posible debe ayudar, con rentas generales, a que lo hagan. La clave es aquí mantener un trato igual a todos.
Encuestas señalan que el 50% de los chilenos consideran que no es importante la visita del Papa. ¿A qué se puede atribuir esta distancia y rechazo que está proyectando parte de la sociedad chilena? ¿Se puede atribuir al ambiente de desconfianza que se ha instalado en el país y que ha tenido como blancos a los políticos, las Fuerzas Armadas y, por cierto, también a la Iglesia?
Es producto de una suma de factores, pero los más importantes no son, creo, los que usted menciona. Se trata más bien, permítame insistir, que la sociedad chilena se ha modernizado, sus miembros se han individualizado y se han vuelto más autónomos. Se trata también de grupos medios más desconfiados e indóciles frente a las instituciones y las élites. No es casualidad que las iglesias y las comunidades de base sean hoy más débiles y hayan sido sustituidas por otra formas de sociabilidad asociadas, por ejemplo, al consumo o la diversión. Y es que la sociedad chilena, déjeme insistir, no es un rebaño anhelante de un pastor, tampoco se trata de un pueblo que se vea a sí mismo como abusado y necesitado de redención. Se trata de personas, como vimos antes, cuyas trayectorias vitales no son las mismas de 1987. Es probable, como lo muestran las transformaciones de la religiosidad chilena, que se trate de personas que busquen en la religiosidad otro tipo de cosas, distintas de las que subraya Francisco, quizá una religiosidad más intimista y personal.
¿Cuánto han pesado en esta postura crítica hacia el Papa y la Iglesia las denuncias de abusos por parte de religiosos en contra de menores?
Han influido en el descrédito, especialmente del papel de guía moral que la Iglesia quiere desempeñar. Después de todo ha de preguntarse la gente ¿cómo una institución incapaz de contener u orientar las pulsiones de sus integrantes, y comprensiva con ella incluso cuando es delictual, pretende orientar normativamente la vida de los ciudadanos llamando incluso al Estado en su auxilio? Con todo, no es esta la causa principal de la delicuescencia de la Iglesia. La causa principal es la modernización de Chile, que si bien no ha secularizado a la sociedad, ha transformado su religiosidad. La expansión del consumo sustituye -pese a quien pese- la necesidad fantasiosa de llenar el vacío.
Respecto de la tensión que se vive hoy entre el Estado y el pueblo mapuche, ¿cuál cree usted será el mensaje de Francisco en La Araucanía?
Es bastante previsible. Sostendrá, sin duda, el valor de la diversidad y el encuentro y reconocimiento entre las culturas. Como ya le dije, Francisco ve en todas las culturas, y en la religiosidad popular, el mismo anhelo de absoluto. Instará entonces a abandonar todo conflicto y al reconocimiento mutuo de la diversidad que, en su opinión, es el rasgo más propio de lo que él llama el "pueblo latinoamericano", cuya identidad estaría anclada en la catolicidad.
¿Cómo cree que Chile recordará esta visita papal en 50 años más?
Con mucho menos fervor del que hoy acompaña su visita, sin duda.