Esta vez, la metáfora es playera: por unos minutos, el Movistar Arena se transformó en una gran fogata encabezada por un solo protagonista. A las 21.36 horas -casi 30 minutos después del inicio informado como oficial- Cat Stevens (65) apareció sólo con su guitarra sobre un escenario en extremo austero, apenas decorado con una tela blanca sobre el fondo y con luces tenues que merodeaban su ceñida figura, arrojando especial brillo sobre su pelo y su barba cana, tan distante de la imagen setentera de cabellera enmarañada y bigotes oscuros que adorna poleras que anoche vendían las tiendas del mismo recinto.
Moonshadow, precisamente de los años en que aún era Cat Stevens y estaba lejos la conversión religiosa que lo rebautizó como Yusuf Islam, es la primera entrega. El karaoke masivo para acompañar su coro, susurrado y lanzado como una muestra de complicidad inmediata por las 12 mil personas que anoche llenaron al lugar, es la muestra de su profundo arraigo en el país, con una obra de carácter humanista y generacional que dejó una huella mucho mayor que la de coetáneos de la era dorada de la cantautoría, como James Taylor, Carole King, Jim Croce o el propio Bob Dylan.
¿Otro ejemplo? A su recital casi agotado de anoche se suma otro para mañana en el mismo reducto, superando también la marca de Buenos Aires, donde sólo tuvo una fecha en el Luna Park.
Where do the children play? -otra gema de sus días de mayor éxito y que sirvió para la salida de su sólida banda- empalmó con una ruidosa ovación por parte de un público que en su gran mayoría superaba los 40 años, siempre a medio camino entre las lágrimas, la garganta apretada y la contemplación más evocativa.
De hecho, esa misma atmósfera íntima -nuevamente con la fogata como metáfora más certera- cruzó gran parte de su primera vez en la capital: el músico saludó con un "muchas gracias Santiago" en español, intentó introducir una parte importante de su repertorio en el mismo idioma y, sobre la mitad del espectáculo y ante las declaraciones de amor arrojadas desde el respetable (junto a unos muy chilenos "¡buena gato!"), respondió: "¿Qué me quieres decir? ¡Mi esposa está en la audiencia! Pero también te amo".
Hubo tiempo para composiciones más recientes, como Midday (avoid city after dark), junto a aplaudidas interpretaciones de The first cut is the deepest, I love my dog y, sobre todo, Sad Lisa, demostrando sus capacidades en el piano. Pero por lejos el instante más conmovedor vino sobre el cierre, cuando -vestido con un poncho local- desenfundó sus himnos indiscutibles, como Father and son, Morning has broken o Wild world, todas vitoreadas e interpretadas como parte de una banda sonora propia, como un trozo de esos días de radio, juventud y fogatas.