Aunque Cat Stevens ya cuenta cerca de una semana en Sudamérica -desde que el sábado 16 inició en Brasil el tour que rematará en Santiago-, su vínculo con el continente es mucho más remoto. Mientras que para gran parte de las figuras del pop viajar hasta el sur supone apenas un timbre más en el pasaporte, para el cantautor asoma como un quiebre fundamental: aquí en el continente se gestó su conversión al Islam y, de paso, uno de los capítulos más particulares en la historia de la música, donde el británico abandonó por casi tres décadas el negocio del espectáculo y se rebautizó como Yusuf Islam. De hecho, bajo esa doble identidad se ha difundido su primera vez en el país, con shows para este 28 y 30 en Movistar Arena (Puntoticket).
"Antes de mi conversión, nunca estuve interesado en el Islam. Me dedicaba a leer libros de Budismo, Taoísmo, numerología y hasta astrología, pero tenía muchos prejuicios hacia los musulmanes. Hasta que en 1976 mi hermano David me regaló el Corán y sentí que era la forma más simple de conocer esta fe sin que alguien me contara de qué se trataba. En ese momento vivía en Brasil y dediqué gran parte de esos días a leer el Corán, por lo que ahí me di cuenta que tiene un mensaje de continuidad con la Torá o los evangelios", cuenta el artista, al teléfono desde Buenos Aires -la escala previa a su aterrizaje local- y en alusión a su residencia en Río de Janeiro en los 70. Luego sigue: "El Corán me permitió conocer el Universo de otra manera. Sin supersticiones ni intermediarios".
¿Por qué cambió de nombre y desapareció de la música? Otros conversos, como Muhammad Ali, siguieron con sus carreras.
Sentí que había demasiado por aprender. La carrera por intentar ser aún más famoso ya no me interesaba. Era un punto de mi vida en que necesitaba reformarme. Me casé, tuve hijos, me interesé por esta causa, y eso empezó a tomar mucho de mi tiempo. No me podía dedicar a dos vidas a la vez. Con todas mis actividades de caridad y estudio del Islam no tenía tiempo para la música, sentí que no la necesitaba.
¿Nunca extrañó algo de su vida como estrella?
En realidad, no. Soy el tipo de persona que le gusta apostar a lo distinto. No me agrada estar siempre en el mismo punto, porque todo esto es un viaje y he disfrutado de una vida variada. He roto barreras y tabús culturales, logros que mucha gente no ha podido hacer. Además, estuve fuera de la música en los 80 y 90, las dos décadas menos interesantes en la historia del rock, y fui parte de los 60 y 70, años mucho más dinámicos. Y esto no es para criticar los 80, donde hubo talentos grandes, como Michael Jackson, aunque no así en el caso de, por ejemplo, Madonna.
En su retiro volvió al primer plano cuando en 1989 supuestamente apoyó la fatwa contra Salman Rushdie. ¿Cree que esa polémica lo perjudica hasta hoy?
Aún existen demasiados errores de comprensión sobre ese asunto, porque fue creado a propósito por los medios, con el solo fin de buscar sensacionalismo y vender más diarios. Me llevaron a una trampa y he tenido esa canallada pegada en mi cuerpo y en mis piernas, como una cadena asquerosa, durante años. Por muchas décadas he tratado de salir de esta situación, porque nunca apoyé la fatwa y sólo fui honesto en decir que el Corán, así como la Biblia, debe enfrentar la gravedad de la blasfemia. Pero en un mundo tan alejado del lenguaje y la cultura religiosa, mis frases sonaron un poco duras. Más allá de eso, fue algo que me ayudó a escribir canciones de nuevo. Me hizo volver a mi talento y a ayudar a la gente a pensar en cosas más importantes.
¿Tiene hoy alguna opinión sobre Rushdie?
No pienso en él, porque tengo mi propia vida.
Su retorno en 2006 coincidió con una época en que el Islam estuvo presente en los eventos más importantes de este siglo. ¿Ha enfrentado prejuicios por su credo?
Bueno, creo que aún hay muchos prejuicios en torno a los musulmanes. Yo era uno de esos espíritus libres que en los 70 no les gustaba estar encerrado en las ideas de otros, por eso me convertí en cantautor. Además, por tener un padre ortodoxo crecí con muchos prejuicios. Hoy siento que hay un desafío en cada persona por no aceptar a la primera lo que el resto te diga.
Por ejemplo, en 2004, EE.UU. le negó el ingreso por supuestos vínculos con el terrorismo…
Eso lo tomé como una prueba y sólo confié en Dios. Dejé que todo pasara, y así fue. Soy de los hombres que creen que debemos llegar al final de cada una de nuestras historias, porque sólo así tendrán un final feliz.
¿Qué lo hizo volver al pop en 2006, tras 28 años, con An other cup?
Fue mi hijo quien trajo de vuelta la guitarra a casa, porque yo no la toqué por años. La música siempre fue mi forma de comunicarme, y todos los conflictos que había en esos momentos me llevaron a crear nuevos temas. Y la única forma de hacerlo fue retornando al negocio de la música. Me retiré por años, pero debí volver a considerarlo (se ríe).
En los 70, su música se hizo un espacio entre el rock duro y el progresivo. ¿Qué hizo la diferencia?
Como alguien me dijo alguna vez, cualquier cosa que hicieras en los 60 iba a triunfar. Eran años en que todo era nuevo. Yo tuve la atención del público gracias a mi nombre y mis melodías, donde mezclé el folk, lo clásico y lo popular, creando con mi voz un estilo que, extrañamente, salió único.
¿Cómo se logró la visita a Chile?
De Chile vino la primera invitación para esta gira, y cuando supe, me pareció muy interesante, por lo que quisimos expandirla a Brasil y Argentina. Estoy muy emocionado por ir a Santiago, mis shows tendrán mucha honestidad y calor humano. Hoy disfruto de las giras mucho más que en los 70, hay menos barreras entre mi persona y la audiencia. Ya no estoy en un pedestal alto. Me gusta cantar mis hits, los que todos esperan, pero también mis nuevos temas, los que, según he comprobado, se los sabe mucha gente.