No es su estreno mundial, pero es como si lo fuera. La más reciente revisión de Las criadas, escrita tras las rejas por Jean Genet en 1947 y estrenada en Sidney el año pasado por la compañía de esa ciudad, deja tres hebras imposibles de entrelazar incluso en una ciudad luminosa como Nueva York. La primera: pocas veces se tiene la suerte de ver a dos musas del cine actuar en teatro. Más aún cuando se trata de dos actrices que, al volver a su matriz escénica, dejan a un lado dos excepcionales carreras en el séptimo arte como quien abandona un libro en el velador. Eso representan Cate Blanchett e Isabelle Huppert.

La segunda, aún más caprichosa y vibrante, es que Benedict Andrews, el director de la puesta en escena que acaba de debutar el fin de semana en el New York City Center dentro de la programación del Lincoln Center Festival (ver recuadro), no renuncia del todo a convertir a la ganadora de dos premios Óscar (Blanchett) y a la única actriz que ha ganado dos Copas Volpi en Venecia y dos premios en Cannes (Huppert), en Claire y Solange, respectivamente. No conforme con eso, ambas mujeres aparecen sobre una lujosa jaula de cristal, vigiladas por cámaras que captan sus primeros planos, también detalles de sus zapatos y hasta las flores que, además de embellecer el decorado realista, representan la moral a punto de marchitarse. En resumen, un perverso experimento que ni el mismo Jean Genet hubiese tramado.

La tercera y última: el montaje conserva una historia inmune al tiempo, contada sobre cientos de escenarios en todo el mundo e interpretada por una dupla de actrices tras otra -como Glenda Jackson y Susannah York (Londres, 1973), Aitana Sánchez Gijón y Emma Suárez (en Madrid y Barcelona, 2002), y recientemente, en Chile, con María Gracia Omegna y Catalina González-, probando que los clásicos aún existen y reclaman su lugar, desafiando con ímpetu la inquietud de las nuevas plumas. He ahí la mayor crueldad y fortaleza de Genet: a 67 años después de su primer debut en París -dirigida por Louis Jouvet-, al texto original no se le mueve ni una sola coma.

La historia, por tanto, es la misma: Claire y Solange, dos hermanas que trabajan como criadas para una mujer de la alta burguesía francesa, juegan en su ausencia a asumir el rol de su patrona. La cuidan, por un lado, escapándoseles el afecto. También simulan su muerte, por el otro, en señal de envidia y del odio más visceral. En esta versión, sin embargo, el telón nunca sube. Mientras el público ingresa en la sala, Blanchett se pasea en ropa interior, mientras Huppert aspira la alfombra. Desde entonces, 105 minutos sin intermedio ocurren como una delirante secuencia. Es el efecto Blanchett, dice la prensa local. O quizás el acento galo de la bella actriz de La Pianista (2001), consignan otros. Lo cierto es que el montaje se presentará hasta el sábado 16 agosto, ante un público dispuesto a pagar sobre 400 dólares por función y a vigilar la boletería desde una fila que rodea el perímetro. La demanda fue tal que incluso obligó a sus organizadores a fijar una inédita función matinal para el sábado recién pasado.

No se trata, sin embargo, de novatas en escena. Además de su reconocida faceta como actriz de cine, Blanchett -ganadora de dos Óscar por El aviador y Blue Jasmine- posee una sólida  carrera teatral vinculada a la misma compañía, con clásicos como Tío Vania, de Chejov, o Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams. Del otro lado, Huppert, la gran sorpresa en esta versión, ha sido nominada en cinco ocasiones a los premios Molière, por Orlando y Medea. Cualquiera sea el motivo del curioso éxito, todo apunta a que la clave persiste en el bíblico texto de Genet, el ladrón y burlón vagabundo fallecido en 1986. Y no hay dudas en esto: los años le dan la razón.