A sus 68 años, la artista Cecilia Vicuña está viviendo su periodo de mayor valoración internacional. Todo partió hace unos cinco años cuando la curadora Jane England se interesó en su trabajo de los años 70 y le dio una muestra invidual en su galería además de exhibirla en la feria Pinta Londres. La artista y poeta desempolvó entonces pinturas de 1972, donde representó a Salvador Allende junto a Fidel Castro y otra de Karl Marx; además de las acciones que realizó para Artists for Democracy, la agrupación que creó -junto a los artistas John Dugger, David Medallay GuyBrett-, cuando vivía en Londres en 1974, como resistencia al régimen de Pinochet en Chile.

Desde entonces, la obra de Vicuña - que partió en Chile con su arte precario de l966 y con la creación en 1967 de la Tribu No -colectivo junto otros poetas entre ellos Claudio Bertoni- ha vuelto a salir a la luz hoy. Son sus orígenes, pero también su trabajo actual que incluye performances e instalaciones donde se mezcla el sonido, los textiles y la poesía, las que siempre tienen un mensaje activista.

En estos años, la artista radicada desde los años 80 en Nueva York, ha expuesto y publicado libros en Brasil, México, Alemania y Australia.

Por estos días participa en Documenta 14, uno de los encuentros de arte contemporáneo más importantes de Europa, a donde fue invitada por el curador Dieter Roelstraete. Realizada cada cinco años en Kassel, Alemania, este año Documenta debuta con una segunda sede en Atenas, Grecia; es allí donde Vicuña elaboró el Quipu womb, una gran estructura hecha de lana roja sin hilar que va del cielo hasta el suelo de una de las salas del Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Atenas y que se ha convertido en una de las más elogiadas y fotografiadas de la cita griega. La obra representa "un cordón umbilical de simbolismo menstrual que conecta a las madres diosas andinas con la mitologías marítimas de la antigua Grecia", según las palabras del propio Dieter Roelstraete. En la ciudad, la artista también ha estado realizado diferentes performances con el público, que ella llama "rituales colaborativos" y algunas acciones no anunciadas junto a su pareja, el poeta James O'Hern. También ha publicado dos libros de artista, uno lanzado en Documenta y otro para una muestra en Nueva Orleans.

¿Cómo se ha sentido participando con su trabajo en Documenta?

La recepción ha sido increíble y los organizadores me han dicho que mi obra ha sido una de las más reproducidas, lo que es fantástico por el significado que tiene, un cordón umbilical cósmico creado acá insitu. La gente de Documenta me trajo el año pasado para que conociera los diferentes museos y los lugares sagrados de la época clásica, entonces desde ese momento yo comencé una relación más fuerte con el lugar, y ahora he estado haciendo diferentes performances en acantilados al borde del mar y en distintos lugares de Grecia.

¿Cómo se inserta su trabajo en esta edición de Documenta, que tiene como lema Aprender de Atenas?

El aprender se considera en un sentido recíproco, donde todos estamos aprendiendo de forma continua. He tenido un enfrentamiento muy profundo con la cultura de acá y la situación actual en Grecia es muy dramática, las tasas de desempleo son terribles, la Unión Europea se ha dedicado a ampliar la desigualdad y la gente joven está totalmente movilizada. Por otro lado, en Europa esta surgiendo un movimiento político nacionalista muy peligroso, los grupos neonazis están renaciendo. En Grecia ya son el tercer partido más importante, y toda la gente no lo está tomando en serio tal como pasó en los años 30 con el Tercer Reich. Esto tiene que ver con un resurgir del culto a la violencia y el odio a lo diferente. Mi obra siempre ha tenido que ver con valorar lo propio, lo indígena, las culturas ancestrales que han sido constantemente negadas por la cultura occidental, que siempre se ha sentido superior y más sabia. Desde los años 60 que no comulgo con esa idea; para mi las culturas ancestrales tienen el potencial de desarrollar a la conciencia humana de una forma multidimensional y no es que yo me acerque a las culturas originarias, sino que desde el comienzo me reconozco mestiza y creo en que tenemos una manera de ser mucho más cerca de lo indígena de lo que la gente urbana está dispuesta a admitir.

¿Cómo explica que su trabajo esté recibiendo tanta atención en estos últimos años?

Lo que pasa es que estas cosas que yo he trabajado durante toda mi vida, tienen un inmenso eco acá. En cada una de mis performance y seminarios hay un montón de personas de todo el mundo, entonces al mismo tiempo que sucede este movimiento que reflota la violencia, hay un público diferente que se interesa en estos lenguajes. El trabajo de los curadores también es extraordinario, estoy impresionada de la diversidad y calidad de las propuestas, yo misma comparto sala con un artista africano y con otro del sudeste asiático, que aunque venimos de lugares tan alejados, compartimos esa mirada de rescatar lo humano, la tierra, lo que nos acerca en lo más profundo del ser.

En paralelo a Documenta, Vicuña está teniendo por estos días su primera muestra individual en EEUU, titulada About to happen en el Centro de Arte Contemporáneo de Nueva Orleans. Allí, las curadoras Andrea Andersson y Julia Bryan-Wilson, reunieron algunos de sus trabajos clave: una instalación con "basuritas", videos, dibujos, registros de performances y los quipu. Además, la artista estará en septiembre en muestra colectiva Mujeres Radicales: Arte Latinoamericano 1960-1985 que estará en el Museo Hammer de Los Angeles.

En el comienzo de su carrera usted integró varios colectivos de artistas pero ahora trabaja más en solitario ¿Cómo ha sido ese cambio?

Mi obra completa es un acto solitario y a la vez está en continua interacción. Por ejemplo la Tribu No, no era realmente un colectivo, era un grupo de amigos y yo inventé ese nombre, a lo que ellos no les pareció ni bien ni mal, no me dieron mucha bola. La Tribu No fue creada por la fantasía de las personas y de una niña que trabajaba sola, pero en compañía. Si tu dices que yo trabajo en solitario o que trabajo en colectivo, es falso, pero verdadero. En la muestra de Nueva Orleans fui dos veces antes para preparar a la gente que trabajó conmigo y enseñarles cómo hacía mis obras con basuritas. Fuimos al río Mississippi y allí recolectamos basuritas y en eso trabajó mucha gente, como en un danza. Entonces hay una creatividad que se comparte y que es más potente que la soledad o lo colectivo, es un estado de experimentación pleno y alegre.

¿Siente que tras 50 años finalmente su obra está teniendo la valoración que merece?

Yo creo que más vale tarde que nunca. La exposición en el Museo Hammer es otra gran deuda histórica, porque yo no he sido la única artista mujer que ha estado sepultada todos estos años. Hay un mar de artistas y poetas negadas iguales que yo. Creo que ha habido una voluntad de negar la creatividad mestiza y femenina, pero ahora hay una masa crítica de mujeres historiadoras, curadoras que está descubriendo lo que nosotras somos y lo que podemos hacer.