"No se ve una central nuclear todos los días. Especialmente un reactor... creo que para mucha gente será muy excitante". Dennis Gana, portavoz de la compañía estatal filipina Napocor, presentó así, hace unos días, la última atracción turística del país: la central de Bataan, a dos horas de Manila.

Para la presentación se celebró un asado en la playa. Porque Bataan está en un lugar privilegiado: un bosque tropical de 350 hectáreas sobre una colina cavernosa que mira al mar occidental de Filipinas y tiene un balneario privado.

La central ya llevaba tiempo siendo visitada por estudiantes, pero ahora ha tomado un giro más turístico. La estación de control de la playa ha sido convertida en un alojamiento para 45 huéspedes que pueden pasar la noche en uno de los sitios más raros del mundo por unos US$ 60 (2.700 pesos filipinos).

Tan sólo por 20 pesos (40 centavos de dólar) cualquiera puede recorrer el edificio, de hormigón, de la central y fotografiarse en el reactor, partes del cual aun están sin desembalar. El paseo es un viaje en el tiempo, ya que su tecnología ha quedado obsoleta sin haber sido estrenada.

La central de Bataan fue construida por el presidente Ferdinand Marcos hace más de 30 años, pero nunca se puso en marcha (a pesar de que costó US$ 2.300 millones). Su inauguración, prevista para 1986, coincidió con el derrocamiento de Marcos y el accidente de Chernobyl, por lo que quedó varada desde los ochentas hasta hoy. En 1997, el uranio, que la iba a alimentar, se retiró de las instalaciones, por lo que los organizadores del tour aseguran que los visitantes no están expuestos a radiación alguna.

La transformación de la central en atracción turística no está exenta de polémica. Algunos expertos creen que debería utilizarse para lo que fue contruida, mientras que otros la consideran peligrosa por su cercanía a una falla.

En todo caso, mantenerla cuesta a los contribuyentes casi US$ 10.000 al día... Muchas entradas de 40 centavos tendrán que vender para rentabilizarla.

El tour, que se vende bajo la etiqueta de "ecoturismo", se completa con una visita a un cercano santuario de tortugas y está amenizado con charlas sobre los pros y los contras de la energía atómica.

Bataan no es la primera central en abrir sus puertas al turismo. El año pasado la, hasta entonces secretísima, Central Militar 816, en Baitao (China) abrió al público. Tampoco fue utilizada nunca, aunque su construcción llevó décadas y el trabajo de miles de soldados (71 murieron en las obras). Es un laberinto subterráneo de 20 pisos y 13.000 metros cuadrados, que se convirtió en la caverna más profunda hecha por el hombre, de la cual sólo se puede visitar el 10%. Eso sí, aunque el recorrido es poco, se permite a los visitantes llegar hasta el propio reactor nuclear, que tiene una altura gigantesca: 80 m, como la extensión de una cancha de fútbol.

Otro país que tuvo intenciones de abrir sus centrales nucleares a los visitantes, fue Irán. Ocurrió en 2006, año en que tuvo la pretensión de abrir al público las centrales de Isfahan y Natanz. Claramente, el hecho no estuvo lejos de las controversias, y no tenía intenciones puramente turísticas: la idea del presidente Mahmoud Ahmadinejad era demostrar al mundo que sus actividades eran pacíficas. Finalmente, el plan no prosperó... así que sólo queda imaginarse cuántos valientes se habrían atrevido a visitar una planta atómica iraní con un folleto y una cámara fotográfica en la mano.

Y por supuesto, está Chernobyl. Hace años que agencias privadas se aventuran por la zona del desastre, bajo su propio riesgo, con medidas de seguridad como medidores geiger, pero en diciembre de 2010 el gobierno de Ucrania anunció que, este año, coincidiendo con el 25 aniversario de la catástrofe, autorizaría algunos tours. Aunque la radiación continúa siendo un tema a tener en cuenta y lo será por larguísimo tiempo más: los científicos creen que la radioactividad del lugar no se acabará de aquí a 300 mil años.