Qué corazón que tienen, no les cabe en el pecho y bombea por toda una nación. Qué grandeza, qué brillantez. Son de plata, de oro, de platino... Son centenarios y milenarios. Ustedes, generación dorada, son los mejores futbolistas de la historia chilena. Se merecen el nombre de una ciudad, de varias incluso. Se merecen la gloria eterna, la que sólo obtienen los campeones de estirpe. Nada de Argentina, nada de Messi. En la final de la Copa América Centenario, la Roja vuelve a salir victoriosa, como en 2015, desde los tiros penales (4-2), tras un cero a cero de infarto.

Fue duro. Banega asusta de entrada con su remate y las credenciales del partido están presentadas. Hay que sufrir. Y cómo no, es parte de la historia de Chile. La angustia crece a medida que los minutos corren, porque las intenciones del Equipo de Todos se diluyen en las imprecisiones. Marcelo Díaz, el cerebro, está desenfocado. Y la Roja depende sólo del despliegue y fútbol extraordinarios de Vidal y de la jeraquía de Aránguiz.

Cuando más finos hay que estar, más se falla. La Albiceleste huele sangre y se instala en el campo nacional. Duele cada vez que la pelota le llega a Messi o cuando Higuaín se despega. Hay dominio transandino, pero poca presencia en el área. Chile no se encuentra, pierde muchos balones en la salida y Sánchez, para remate, tiene el tobillo para la miseria por un pisotón asesino de Mercado. Si está en la cancha es un milagro.

Argentina mantiene su presión sin profundidad, hasta que a los 22' el reloj se detiene y el oxígeno escasea, porque se equivoca como nunca Medel e Higuaín encara solo ante Bravo. El gol está cantado, pero el artillero de la Serie A falla. Respira Chile, vive la esperanza. Hay tiempo para mejorar.

La Selección no deja de sufrir y Díaz firma su noche fatal con una expulsión a los 28'. Dos amarillas, ambas por infracciones a Messi. Ahora sí que está todo en contra. Pero no, en el campeón de América sobra temple. El hombre menos obliga a ordenarse y redoblar esfuerzos. La Roja se rearma con un 4-4-1 y no pasa zozobras. La definición está pareja, muy apretada. Aguantar a las estrellas argentinas es meritorio.

Y la fe crece a los 43', porque Rojo le entra por atrás a Vidal. Roja directa decreta el brasileño Heber Lopes, cuyo histrionismo exaspera. Se emparejan las nóminas, la temperatura del choque sube. Hasta Pizzi se torea con Martino a un costado del campo. Cada jugada es una junta de cuatro o cinco jugadores por lado. Llega el descanso, la Selección la saca barata, pero con justicia. Y festeja, porque las fuerzas están equilibradas.

Había que enfriar la cabeza. La Roja entiende el partido y regresa al libreto que mejor maneja, el del control de la pelota, el del pase tranquilo. Ahora domina y es Argentina la que corre detrás del balón. Martino se da cuenta y retira de la cancha a Di María por Kranevitter. Eso no quita que Romero, el portero rival, trabaje. Le tapa un disparo cruzado a Vargas, corta algunos centros. El resultado está abierto y así se mantiene hasta los 90 minutos. Vidal (un monstruo), Aránguiz y Medel son los mejores de Chile pensando en el alargue.

El desastroso Lopes no para de dar espectáculo. Le perdona la expulsión a Funes Mori, que planchó la pantorrilla de Isla. La contienda se la llevará el más certero, el más guapo e inteligente. Vargas estuvo a punto de marcar con la cabeza y en la siguiente, Agüero exige de Bravo la mejor tapada del partido.

Alexis se va de la cancha, con el tobillo izquierdo destruido. Entra Silva para pelear en la mitad y desplazar a Vidal más cerca de Puch y Vargas, los ofensivos. Las cartas están sobre la mesa de cara a los últimos 15 minutos.

Martino piensa en los penales. Pizzi, también. Pero a los 113', Messi tiene un tiro libre frontal. El gol está cantado, pero todo Chile, jugadores, cuerpo técnico e hinchas, se ponen en la barrera. El cero sobrevive, otra vez el título se define desde los 12 pasos. Las dos mejores selecciones de América no se sacan ventaja en una final, donde vale.

El golpe es demasiado fuerte con el yerro de Vidal en el inicio de la serie. El mejor del partido se equivocó. Mucho más duro fue el combo para Argentina, porque Messi, la estrella (hoy denostada en su país), la mandó a la nubes. Un homenaje a Higuaín en 2015. Y Nico Castillo, que entró a patear el penal, le emboca, al igual que Mascherano (1-1). Aránguiz coloca el 2-1, notable. Agüero define esquinado y Beausejour, con frialdad. Bravo, brillante, se lo tapa a Biglia y todo queda en los pies de Silva. Y el Gato no perdona. Su tiro seco y bajo es extraordinario.

¡Chile campeón, dueño del trofeo centenario! El mejor seleccionado de esta parte del mundo, propietario de su segundo título de América consecutivo. Llora Messi como un niño destrozado, llora el orgullo argentino. La Roja se los vuelve a hacer, en su cara. ¿Todavía no aceptan que este es el nuevo clásico continental? Cosa de los transandinos. Las copas se quedan en Santiago, en Arica, Valdivia y Punta Arenas. En todo el país.

Gracias, de nuevo, a la generación más gloriosa del fútbol nacional. Son eternos y su legado, imborrable. Son bicampeones, héroes inmortales.