Chile celebra el Bicentenario y enfrenta un futuro promisorio
Chile entra hoy en su tercer siglo de vida independiente con un ánimo festivo y con una mirada optimista ante lo que viene.

HOY, 18 DE SEPTIEMBRE de 2010, Chile celebra 200 años de la constitución de la Primera Junta de Gobierno el 18 de septiembre de 1810, hito que inició el proceso que condujo a la independencia nacional. Todo el país se dispone a celebrar con entusiasmo y alegría este significativo aniversario patrio, que encuentra a nuestra nación en una situación de estabilidad y progreso como pocas veces ha tenido en su historia. Esta es la oportunidad propicia para mirar nuestro pasado, recordando y rindiendo homenaje a todos quienes han contribuido con su esfuerzo, su creatividad y también su sacrificio, incluso con la entrega de su propia vida, a construir la patria que nos es común. También, de observar nuestro presente y valorar nuestra identidad y todo el legado que la identifica y enriquece. Y, por supuesto, la ocasión para aventurar nuestro futuro y las metas que Chile debe alcanzar en las próximas décadas.
Para cualquier institución humana es un desafío enorme superar 200 años de vida. No lo es menos, por supuesto, para un país como el nuestro, donde las condiciones objetivas que existían no eran las más favorables para asegurar su consolidación como Estado. Se trataba de un territorio alejado y cuyas características hacían difícil el poblamiento y las comunicaciones, con recursos escasos en comparación a otras naciones. Probablemente, estas dificultades ayudaron a definir uno de los sellos distintivos de nuestro carácter nacional, cual es la capacidad de enfrentar condiciones adversas y superarlas gracias al esfuerzo y la solidaridad de sus habitantes. Lo vivido este año a propósito del terremoto del 27 de febrero ha sido, en buena medida, un reflejo de múltiples situaciones difíciles que Chile ha debido enfrentar para salir adelante, al igual que el episodio de los 33 mineros atrapados en Atacama.
Asimismo, otro rasgo distintivo desde los primeros años de vida independiente fue la consolidación de la noción de Estado como base esencial de nuestra vida republicana, generando así una solidez institucional que siempre ha sido valorada dentro y fuera del país. La ciudadanía ha apoyado siempre la existencia de una autoridad impersonal y respetada, la vigencia de la ley y el amparo a las personas y sus derechos. Por eso, los momentos más difíciles que el país ha vivido son precisamente aquellos en que los conflictos internos pusieron en peligro estos elementos esenciales para la paz social y para el progreso. Esas experiencias, duras y dolorosas para el alma nacional, nos han enseñado la importancia de preservar los consensos fundamentales que permiten la sana convivencia y la integración de todos los habitantes en forma armónica y colaborativa al desarrollo del país.
Esa integración es un valor que el país debe mantener y profundizar, porque ha permitido que nuestra nacionalidad se haya nutrido de distintas vertientes y haya recibido el aporte de pueblos indígenas, de quienes vinieron a conquistar y colonizar el territorio, y de todos quienes han inmigrado para formar parte de una sola nación.
En las últimas décadas, nuestra sociedad ha logrado construir instituciones y aplicar políticas económicas y sociales que le permiten hoy gozar de estabilidad política y de condiciones de desarrollo económico como pocas veces conoció, recuperando una porción de la ventaja que cedió frente a las naciones más desarrolladas durante el transcurso del siglo XX. Uno de los avances más relevantes en este período ha sido que una parte significativa de quienes sufrían la pobreza ha superado esa condición, generándose al mismo tiempo condiciones de vida más dignas para el grueso de la población. Ninguna democracia puede aspirar a la madurez si no logra brindar condiciones mínimas de dignidad y de oportunidades para todos los que viven bajo ella. De la misma manera, luego de décadas de exacerbada confrontación política, el país ha logrado paz social y consolidar una democracia que ha superado sus pruebas más difíciles, entre ellas la reciente alternancia en el poder y que cierra un ciclo del que todos los sectores deben sentirse legítimamente orgullosos.
Estos avances colocan a Chile en una posición expectante ante el futuro y de cara a la posibilidad de alcanzar definitivamente el desarrollo. Sin embargo, el país tiene problemas que debe enfrentar con decisión para no desperdiciar esta oportunidad, tal como ocurrió en otros momentos de nuestra historia. Por una parte, que exista todavía una gran cantidad de chilenos que vive en la miseria o en situación de pobreza es una realidad que debe ser superada, no sólo a través de políticas que los asistan, sino generando oportunidades que les permitan salir de ella y no depender de la ayuda estatal. Nuestra sociedad debe lograr que cada chileno sienta que su futuro depende de sus capacidades y de su esfuerzo, y que no se encuentra condicionado por limitaciones económicas o de otro tipo. En esto debe jugar un papel importante una mejoría en la calidad de la educación, que ha sido largamente postergada y que no puede seguir esperando más.
En ningún caso nuestro país debe caer en la tentación de considerar asegurado su desarrollo, asignando a bonanzas pasajeras la posibilidad de contar con un bienestar económico y social que la historia demuestra que sólo puede ser alcanzado si se mantienen la disciplina institucional, el sentido del trabajo y la responsabilidad solidaria.
Chile entra hoy en su tercer siglo de vida con esperanza y optimismo sobre su futuro, lo que hace de esta fecha un hito en su historia y un motivo de justa celebración a lo largo de todo el territorio nacional.
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