A simple vista, una persona debería ser capaz de distinguir claramente la Vía Láctea en el cielo nocturno, e incluso las Nubes de Magallanes, galaxias satélites de la nuestra. Pero hoy, un tercio de la población no puede hacerlo.
Así lo sostiene el Atlas Mundial de Contaminación Lumínica, que dice que más del 80% de la población del planeta vive con exceso de luz artificial, y ésta lo impide.
Usando datos satelitales, luego llevados a un modelo computacional y mediciones de la luz in situ, el equipo internacional liderado por Fabio Falchi, del Instituto para la Ciencia y la Tecnología de la Contaminación Lumínica (Italia), creó más de 300 mapas que luego se ensamblaron para elaborar uno mundial, explica a La Tercera el experto.
Con él, detectaron que mientras en Chad, la República Centroafricana y Madagascar tienen cielos casi vírgenes, en Singapur no hay lugar libre de luz artificial. Le siguen Kuwait, (98% bajo condiciones extremas de contaminación lumínica), Qatar (97%) y Emiratos Árabes (93%).
En Sudamérica, en Argentina es donde un porcentaje mayor de la población vive bajo ese brillo (58%), seguido por Chile, con el 39,7% viviendo con niveles extremos (más de 3.000 µcd/m2 o microcandela por metro cuadrado), que lo deja en el lugar 19 de los 20 más contaminados por población en el mundo. Un 99,2%, en tanto, vive en algún lugar con algún grado de contaminación lumínica.
Guillermo Blanc, investigador del Centro de Astrofísica y Tecnologías Afines (Cata), dice que el problema no afecta sólo a los observatorios, sino también a la población, y la solución no pasa por iluminar menos, sino iluminar bien. "Dirigir la luz en la dirección correcta, porque un foco tirando luz en todas direcciones, genera grandes cantidades de contaminación lumínica, lo que también tiene impacto económico y ambiental. Si aplicáramos un sistema de iluminación sustentable, que no bote luz al cielo, reduciríamos el gasto de consumo eléctrico del alumbrado público hasta en 30%", indica.
Algo de eso se ha logrado en las regiones de Atacama, Antofagasta y Coquimbo, donde una norma de 2014 obliga a poner luminarias en ángulo recto, restringe las emisiones de luz azul y los letreros luminosos de plasma o LED, a los que se les fija un máximo de 50 candelas por metro cuadrado en horario nocturno.
Pero aunque "la certificación foto y radio métrica está funcionando convenientemente, la fiscalización no se ha iniciado", dice Pedro Sanhueza, director de la Oficina de Protección de la Calidad del Cielo de Norte de Chile (OPCC).
El derecho a ver las estrellas debería ser para todos, dice Falchi, que, al igual que el astrónomo, recomienda extender la norma lumínica al resto del país, "para proteger a su población y su vida silvestre".
Igor Valdebenito, del Departamento de Normas y Políticas del Ministerio de Medio Ambiente, dice que la norma "busca resguardar la observación astronómica, tanto a nivel científico como turístico, considerando que para 2020 Chile sumará el 70% de la infraestructura astronómica instalada en el mundo".
En su revisión se discutió ampliarla a todo el país, pero por ahora se consideró fortalecer la actual norma.