Dos temas opuestos mezclados en un solo debate. Es la advertencia de la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de la Infancia y Adolescencia (Sopnia), en torno a la controversia por la modificación a la Ley 20.000 que busca despenalizar el consumo de marihuana y que hoy se votará en la Comisión de Salud (ver página 4). Según la presidenta de Sopnia, Viviana Venegas, en la discusión se juntó el derecho de pacientes de patologías graves con la de los defensores del autocultivo y se instrumentalizó el derecho de pacientes con patologías graves a acceder a tratamientos eficaces y seguros, confundiendo la discusión con el autocultivo para fines recreativos, sin considerar el bien colectivo, que es la salud pública.
La agrupación acaba de lanzar un libro, Marihuana, consenso y evidencias sobre su impacto en la salud, que establece que el consumo promedio de marihuana en el país es de 10,9 días (12,3 días para los hombres y 7,3 para las mujeres).
Con una prevalencia anual de 11,3%, según el último Estudio Nacional de Drogas en Población General, Chile es el tercero país con mayor consumo en el continente (ver infografía). Si en 2010 75.981 personas consumían marihuana, en 2012 la cifra subió a 147.029 y a 254.993 en 2014. De esos nuevos consumidores, 62,2% tiene entre 12 y 25 años.
Para Carlos Ibáñez, jefe de la Unidad de Adiciones de la Clínica Psiquiátrica de la U. de Chile, la discusión a la modificación de la ley trasciende el campo de la medicina. Por un lado, dice, está la protección de drogas de abuso, incluida la marihuana, y por el otro, el equilibrio de los derechos individuales, un tema político que trasciende lo médico. “Es un tema técnico, que no es político ni ideológico, sobre cómo se aprueban los medicamentos, pero todo se ha enredado y hace aún más difícil debatir”, acusa.
El alza del consumo en el país ha ido de la mano de la caída en la percepción de riesgo. En 2009, el 60% de las personas lo asociaba a problemas familiares, lo que bajó a 45,9% en 2013. Lo mismo ocurrió con problemas de salud y dificultades escolares.
Sandra Viani, académica del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la U. de Chile, aclara que al caer la percepción de riesgo, el consumidor la cree inocua y se eleva el consumo. “Si se informa sobre el daño como con el alcohol y la nicotina, el consumo baja o se sostiene, pero no aumenta”.
Para Daniel Seijas, psiquiatra experto en adicciones de Clínica Las Condes, influye la falta de información. “Es mentira que la marihuana es inocua. Así como la industria del tabaco señaló por décadas que no producía adicción, hoy la industria de la marihuana está actuando igual.”
Se relativizan daños como la dependencia, dice Ibáñez. “El 60% de los pacientes GES (menores de 20 años) que se atienden por adicción es por marihuana. Y en el 50% de los casos de tratamientos de adultos por otras drogas hay un consumo problemático de marihuana”.
Mirada adolescente
Existe a su vez mayor acceso a la droga, dice la presidenta de Sopnia. “El microtráfico es transversal en colegios públicos y privados y el riesgo de adicción es mayor a esta edad, por la vulnerabilidad propias del desarrollo adolescente”.
El Informe Mundial sobre Drogas 2015 de la ONU, señala que en Chile el consumo en niños de 13 años es de 15,7% en comparación con el 3% de 1995, y el de jóvenes de 17 años es de 38,9% mientras que en 1995 era de 21,4%, la cifra más alta de consumo en el mundo.
El consumo de cannabis en adolescentes es complejo, dice María Elena Gorostegui, psicóloga de la Facultad de Medicina de la U. de Chile. “Muchas veces la lectura de la población es simplificada y dicotómica, no considera el contexto, la edad de inicio, quién, cuánto. Lo que lleva a que su prohibición sea vista vacía y sin sustento”.
Pero la vulnerabilidad adolescente es mayor: uno de cada 11 consumidores se trasforma en dependiente y uno de cada seis, si se inicia en la adolescencia.
A su vez, la concentración de delta-9-tetrahidrocannabinol (THC), principio activo de la cannabis, ha aumentado. “La marihuana de los 60 u 80 no es la misma de hoy”, aclara Viani. Eso gracias a cruzas entre variedades, lo que ha aumentado el contenido de THC de 2% en 1980, a 9% en 2006.
En Chile la creencia socialmente compartida, en especial por los jóvenes, dice Gorostegui, es que el consumo no tiene efectos negativos. La ausencia de síntomas de abstinencia, es una de esas ideas erróneas, indica Venegas. Ello porque es una sustancia liposoluble, y a diferencia de otras drogas hidrosolubles (cocaína), que se eliminan en horas, la marihuana permanece entre 20 a 25 días, lo que salvo una abstinencia de más de tres semanas, no genera síntomas de privación, lo que hace tener la falsa sensación de dejarla a voluntad.
Daño neurológico
“Está la idea de que como es una planta, una hierba, es buena. Si un adulto quiere fumar es su problema, pero no es el caso de los escolares”, aclara Gorostegui. Ello por el desconocimiento de cómo efecta el cerebro, que desde la etapa prenatal hasta cerca de los 21 años está en pleno desarrollo.
En 2013 un estudio de la Facultad de Medicina de la U. de Chile, evaluó a 600 escolares de Enseñanza Media, de tres colegios de Santiago, con psicólogos, pruebas psicométricas, médicos y alta tecnología de neuroimagen, para ver los efectos del consumo. ¿Resultados? Los consumidores rinden 15% menos que el no consumidor en pruebas de memoria y cometen en promedio 3,8 errores por prueba, 21% más que los no consumidores (1,7 errores). Se encontró una asociación entre el consumo y efectos nocivos a nivel cerebral. En especial, indica Viani, en funciones cognitivas involucradas en el aprendizaje, como memoria y concentración.
“Por eso, no se trata de consumir a los 18 años y un día, esa es una falacia. A los 19 años son igualmente vulnerables desde una mirada neurobiológica”, aclara Venegas.
¿Qué ha faltado? Información coherente y veraz, indica Viani. “Decir que genera síndrome de abstinencia, que se asocia al síndrome amotivacional, es decir, la falta de interés y proyección en el tiempo”.
En especial, advierte Ibáñez, se debe fortalecer la información a las familias. “En consulta se ve a los hijos que exigen a sus padres tener una planta. Y por información contradictoria los padres ceden, por no saber qué es mejor. Consecuencia del marketing de la industria cannabica que ha entregado una imagen inocua y positiva. Pero quienes trabajamos en adicciones vemos problemas en el consumo”, agrega Ibáñez.