Con este mismo título, hace cinco años, escribí un documento destinado a la junta nacional de la Democracia Cristiana. Eran otros tiempos, pero la vigencia del mensaje se mantiene inalterable. Hoy como ayer, se trata de convertir este evento partidario en una instancia de reflexión y de decisión política responsable. Responsable con Chile. Responsable con nuestra inspiración cristiana. Responsable con nuestra vocación democrática. Responsable con nuestra orientación de vanguardia, destinada a transformar a Chile en una sociedad justa, solidaria e igualitaria.

Es cierto que esta junta nacional se reúne para designar nuestros candidatos al Parlamento. Así lo dice la convocatoria. También es cierto que la designación unánime de nuestra camarada Carolina Goic como candidata presidencial, sin participar en las primarias de la Nueva Mayoría, definió nuestra línea sobre la elección del 19 de noviembre. Pero, como tantas veces en nuestra historia partidaria, esta junta nacional tiene una gran responsabilidad, que la obliga a ir más allá del ámbito electoral. En verdad, la situación es más seria que lo que parece, y el Partido debe definir cuál es su papel en la marcha del país y los pasos para cumplirlo.

Hay que fijar nuestro norte estratégico y decidir el camino para alcanzarlo. En esa perspectiva, el desafío político que enfrenta la Democracia Cristiana en la hora actual es hacer compatible su pertenencia en la Nueva Mayoría como partido de gobierno y su postulación separada a la Presidencia de la República y al Congreso Nacional. Que compitan electoralmente los aliados de gobierno es normal en los regímenes parlamentarios, como ocurre en estos mismos meses en Alemania, pero es inusual en regímenes presidenciales como el nuestro. Por eso, la situación que vivimos es difícil. Porque no tiene precedentes, al menos desde 1990.

Entonces, tenemos que afrontar descarnadamente la interrogante política que esta situación presenta: ¿Es compatible fortalecer nuestra identidad con mantener una coalición de gobierno con las fuerzas de izquierda? Se ha cuestionado esta posibilidad, destacando más lo que nos divide que lo que nos une con nuestros aliados. Y para ello se recurre a cuestiones doctrinarias aparentemente insalvables. Estoy en desacuerdo con esas visiones. Porque, justamente basados en nuestra identidad, debemos perseverar en mantener una coalición con las fuerzas de izquierda democrática, que incluye la permanencia en el gobierno de la Presidenta Bachelet hasta el fin de su administración y se extiende hacia el futuro.

Este problema, tan nítido como complejo, debiera abordarse en esta junta nacional. Porque este partido fue grande cuando éramos capaces de mezclar la teoría con la práctica. Cuando trasladábamos la solidez de nuestras convicciones y la profundidad de nuestras ideas hacia el devenir concreto de Chile. Cuando el debate político de la junta nacional era tan robusto como profundo y motivador. Por eso, hace medio siglo, la Democracia Cristiana ganó el corazón de los chilenos con la seriedad y consecuencia de sus militantes, así como por la claridad y decisión de sus dirigentes.

Estas líneas son una contribución para este común afán partidario. Las escribo en mi condición de militante, porque ninguno de nosotros puede restarse al debate que exige la actual situación política. En un punto crucial de nuestra vida partidaria, hay que decir lo que se piensa; fraternalmente, pero con claridad y franqueza. Lo hago con el mero título de mis 51 años de militancia, solo interrumpidos por el mandato de la ley mientras me desempeñé como ministro del Tribunal Constitucional. Hablo después de tantas batallas políticas, libradas como simple militante o en altas responsabilidades públicas, pero siempre con el corazón democratacristiano bien puesto.

Volvamos a nuestro desafío, afrontando el dilema sin tapujos: ¿Por qué es compatible el reforzamiento de nuestra identidad partidaria con la permanencia de una coalición de centroizquierda? Por dos fundamentos esenciales. Uno doctrinario y otro político.

Hace exactamente 60 años se fundó el Partido Demócrata Cristiano de Chile. Su declaración de principios de entonces se inicia afirmando que la nueva colectividad "lucha por la realización de una verdadera cristiandad, cuyas posibilidades históricas surgen de la crisis de la civilización moderna", agregando: "El Partido Demócrata Cristiano aspira a la restauración de los valores humanos y como una conciencia de ello, afirma su vocación popular en orden a liberar a los trabajadores de la injusticia". Más adelante, la declaración agrega: "El Partido Demócrata Cristiano afirma que el poder económico no debe descansar ni en los individuos particulares, formado dentro de una filosofía que eleva sus apetitos de ganancia a regla suprema del orden social, ni tampoco de un Estado monopolista". ¡Son palabras de 1957!

Si nos trasladamos en el tiempo, estos principios se han visto reproducidos en el año 2013, en palabras del Papa Francisco, en el punto 55 de la Exhortación Apostólica "Evangelii gaudium" ("Sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual"): "Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano".

La Democracia Cristiana, por lo tanto, no nació para mantener el orden injusto, ni para proteger injusticias ni desigualdades. Nació para estar al lado de los pobres, de los que "tienen hambre y sed de justicia", que describe el sermón de la montaña. Porque la inspiración cristiana no es un adorno declarativo para nosotros. El cristianismo es la base de nuestra voluntad de servicio, sirviendo al prójimo desde la política. Es la base de nuestra concepción de la dignidad de la persona, del bien común, de la solidaridad, de la participación, como pilares de toda sociedad humanista.

El cristianismo es la principal fuente de nuestras convicciones políticas. Y porque somos una opción política de inspiración cristiana, un compromiso fundamental es con la justicia social, siguiendo al Catecismo de la Iglesia Católica (párrafo 1938): "Existen también desigualdades escandalosas que afectan a millares de hombres y mujeres. Están en abierta contradicción con el Evangelio", o al Papa Benedicto XVI: "La dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable, las desigualdades" (Carta Encíclica Caritas et Veritate, del 29 de junio de 2009, 32).

Esta es, pues, nuestra primera definición. No somos un partido confesional, pero sí un partido de inspiración cristiana. La Democracia Cristiana se funda en la Doctrina Social de la Iglesia, formulada por León XIII en la Encíclica Rerum Novarum de 1891 y por Pío XI en la Encíclica Quadragesimo Anno de 1931. A su vez, la Doctrina Social de la Iglesia no es ni más ni menos que la aplicación del Mensaje Evangélico de Nuestro Señor Jesucristo a la realidad en que viven las personas en nuestro tiempo y en nuestro mundo. Es la voz del Evangelio para el Chile de hoy.

En consecuencia, porque somos cristianos y demócratas, tenemos la capacidad y la ausencia de complejos para confluir con otras fuerzas en alianzas políticas o pactos electorales sobre propósitos comunes. Ser cristiano y demócrata es lo opuesto al dogmatismo y a la intolerancia. Tenemos el deber de luchar por una sociedad más cristiana.

La identidad democratacristiana es también su vocación democrática. Somos un partido que lucha por la democracia. Esa tradición, con la que nacimos a la política de Chile, la hemos practicado en momentos muy difíciles de nuestra Patria, a pesar de los ataques, incomprensiones e ingratitudes. Pero los chilenos, nuestro pueblo, han sabido comprender nuestros esfuerzos y valorar nuestra consecuencia con los principios democráticos. Esa es nuestra gran recompensa y nuestro gran aliciente.

Pero la lucha por la democracia no sólo tiene lugar cuando ella desaparece o es pisoteada. La lucha por la democracia es permanente. La democracia siempre es perfectible pues proviene de la libertad de la persona, que es infinita. Entonces, siempre es posible corregir o perfeccionar la democracia. Y de eso se trata una de las principales tareas en Chile, a pesar de todo lo avanzado. Hoy, nuestra democracia se encuentra bajo cuestionamientos, por sus falencias e imperfecciones. Y por eso es imprescindible construir alianzas sólidas para dar gobernabilidad, así como para aprobar reformas indispensables para que el sistema político atienda a las dinámicas de la sociedad. La democracia exige estabilidad política y esa condición proviene de mayorías estables.

Por eso es compatible la identidad partidaria con una coalición de centroizquierda. Porque ser demócrata en Chile es dar gobierno con estabilidad. Y no existen otras alternativas de alianzas para ese propósito, que sean coherentes con una visión transformadora de la política, la sociedad y la economía. Es cierto que hemos tenido dificultades en el marco de la Nueva Mayoría, por sus diferencias programáticas, pero a la hora de las grandes definiciones y el respaldo mayoritario de sus partidos ha estado presente.

Agreguemos aquí otro elemento tan claro en su esencia como polémico en su apariencia: La falsa dicotomía entre derecha e izquierda como esquema para situar a la Democracia Cristiana.

En esto seamos muy claros. Como ya lo dijo nuestro Radomiro Tomic: La Democracia Cristiana no es de derecha, de izquierda ni menos de centro, es una fuerza de vanguardia. Y agreguemos con Frei Montalva: Somos una fuerza nacional y popular. Eso significa la flecha roja por sobre dos franjas. No estamos en "el centro" o entremedio. Estamos adelante, a la vanguardia, por la justicia, la libertad y la paz.

Desde esa posición, la Democracia Cristiana ha contribuido a restablecer la democracia en Chile desde 1990. Participamos en los gobiernos conducidos por Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en su primer período. Y después de democratizar el país, de reconciliarlo y desarrollarlo y de reinsertarlo con dignidad entre las naciones de la tierra, desde 2014 nuestro partido ha sido parte de los esfuerzos para materializar las grandes reformas estructurales que nuestro propio éxito político nos demandó. Esa ha sido la gran tarea de estos últimos años bajo la Presidenta Bachelet. Y esa es la gran obra que debe ser continuada en los próximos gobiernos.

Por lo tanto, es imperioso proponerse muy en serio seguir gobernando Chile. Así lo demandan las grandes transformaciones en marcha. Porque está claro que el mero crecimiento económico con desigualdad social es un modelo de desarrollo injusto y materialista, que ya el Papa Benedicto XVI describió a los jóvenes del mundo reunidos en Australia hace casi una década con palabras muy claras: "En muchas de nuestras sociedades, junto con la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación".

Esa es la situación en que vivimos y ahí está el desafío que nos espera. La junta nacional del partido debe hacerse cargo de esta encrucijada con crudeza y realismo. Debe ir al fondo del problema y acordar lo que debe hacerse para contribuir a enfrentarlo. Lo exige la Patria, lo exigen los pobres de Chile. Lo exige nuestra honrosa tradición de servicio a la justicia y a la libertad.