Jueves, 23.30 horas. Bar La Otra Puerta, Barrio Bellavista. El público, unas cincuenta personas, espera que comience el show. Hay veinteañeros, treintañeros, cuarentones e incluso algunos asistentes que rondan los 60. Llevan poleras negras de Black Sabath, Megadeth, Deep Purple y, algunos de los más viejos, pañoletas y chaquetas de jeans sin mangas. Amortiguan la espera tomando cerveza, al igual que la banda, que en una esquina bebe los últimos sorbos antes de subirse al escenario. Es Ballbreaker, la banda tributo a AC/DC.

Suena el riff inconfundible de Back in Black y el público enloquece. Incluso quienes llegaron al bar sin saber del espectáculo se entusiasman. "Pero si suenan igual a AC/DC", es el comentario obligado. No sólo se escuchan igual. También se ven igual: Pablo Aravena, el vocalista, lleva la gorra distintiva de Brian Johnson, usa el pelo de su mismo largo y tiene casi la misma edad que el cantante inglés de 66. Su voz es idéntica. Por su parte, Óscar Romo se mueve con su guitarra por el escenario haciendo el pasito de Angus Young, de acá para allá y de allá para acá. Infatigable como el original. Viste los shorts, chaqueta y corbata del traje de escolar de Young. Minutos antes de subirse al escenario comenta que esa mañana nació su tercera hija, pero que el show debe continuar. Ahora está ahí, sudando, saltando, tocando. El público lo aplaude y vitorea: "¡Angus!, ¡Angus!, ¡Angus!". Óscar/Angus responde saltando del escenario y desplazándose entre las mesas. Luego sale por la puerta del bar y comienza a hacer el solo de Highway to Hell en la mitad de la calle Pío Nono, mientras la gente que va pasando corre para tomarse fotos con él y su guitarra. Puro  rock 'n' roll.

El fenómeno tributo convierte por las noches a pequeños pubs capitalinos en el Estadio Wembley, el Monumental de River o en cualquier gran escenario que haya albergado a grandes conciertos de rock. Pueden ser AC/DC, Metallica, Led Zepellin o Soda Stereo en versión chilensis, los que por unos tres mil pesos satisfacen a los fanáticos. La cartelera de este tipo de eventos en Santiago es muy movida y se ha convertido en una entrada para muchos bares que ofrecen música en vivo. Tanto así que, si alguien se lo propone, perfectamente puede asistir todas las semanas a un homenaje a gran rockero internacional.

Por ejemplo: en el Bar Óxido -un referente del rock under chileno- este viernes 13 habrá una fiesta de los 90 con Nirvana (tributado por Frances Farmer), Red Hot Chili Peppers (por Sikamikánicos), Pearl Jam (Soul Mirror) y Alice in Chains (Facelift). Ese mismo día en el House Rock & Blues se presentará Brain Damage tocando a Pink Floyd, y el sábado Lemon, la banda oficial que tributa a U2.

CASI FAMOSOS

La multiplicación de las bandas tributo no es nueva. Comenzó hace un poco más de diez años con grupos como  Stormbringer (tributo a Deep Purple), Brain Damage, Ballbreaker y Sweet Rose (tributo a Guns n' Roses). Después de ellos, vinieron muchas más. Si bien la mayoría de los músicos que se dedican a esto dice que el fenómeno ha dejado de crecer, las bandas de este tipo tienen sus agendas copadas, realizan giras por todo Chile y hasta son invitadas a shows en el extranjero.

Roberto Moya tiene 54 y desde hace 14 que hace de Malcolm Young, el guitarrista rítmico de AC/DC. Es miembro fundador de Ballbreaker, grupo que, según dice, partió cuando se dio cuenta de que su amigo Pablo Aravena cantaba igual y hasta la performance le salía parecida. Ahí dijo: "chupalla, hay que hacer un tributo a AC/DC". Calcula que ya tienen unos siete mil seguidores en Chile y explica que a donde van son un éxito rotundo: "Una vez, en un show en la playa en La Serena, teloneamos a Lucybell. Había como 10 mil espectadores. Cuando dejamos de tocar, nos pedían por favor que volviéramos al escenario". Después sólo quedaron unas tres mil personas para "el show principal". El grupo hasta aparece mencionado en la biografía de AC/DC de Susan Masino "donde nos tiran puras flores", según Moya, y asegura que el grupo original sabe de su existencia. "Somos considerados la mejor banda tributo del mundo", declara enfático.

Para él, tocar en una banda tributo no es ni un juego ni un hobby. Ballbreaker ha llegado a tener más de 120 shows en un año, y el grupo cuenta con roadies, sonidistas, gente encargada de los equipos y carros especiales para trasladarlos. "Para hacer una banda como esta profesional hay que invertir muchos millones. Ballbreaker se puede presentar tal como lo hace AC/DC en un escenario, con los mismos equipos y sonar igual", dice Moya.

Andrés Zúñiga es vocalista de Lemon, el tributo a U2. No le gusta que le digan que hace de Bono, "porque no soy Bono, no me alcanza para serlo ni pretendo serlo". Aunque es arquitecto, desde hace diez años se dedica 100% al grupo. "Dedico el día entero a esto y a mi familia. Eso es un punto. Yo no soportaría estar diez horas en una oficina lejos de mi esposa y mi hija", explica.

Lemon tiene un repertorio de unas cien canciones de U2. Eso le permite hacer shows conceptuales tocando discos enteros, sólo lados B o con canciones que el grupo irlandés nunca ha tocado en vivo. Hace dos meses se presentaron en Brasil, en el café de la Musique de São Paulo y un evento privado en Trancoso, país al que planean volver prontamente invitados por el club de fans de U2. A pesar del éxito, las giras por todo Chile y el reconocimiento, prefieren mantener un bajo perfil. "El concepto que tenemos de hacer tributo es que no queremos ningún protagonismo. Cuando tocamos canciones de U2 el artista es U2", explica mientras se excusa por no tener fotos de estudio del grupo por la misma razón.

Ya sea en las sombras o alimentándose de la fama de los originales, lo cierto es que en Chile los grupos tributo son tan demandados para eventos y fiestas que hasta tienen su propia productora: bandastributo.cl, creada por Marcelo Segovia, baterista de Brain Damage. "Armé el sitio básicamente para promovernos. El movimiento tributo comenzó a crecer y empezaron a contactarnos. Hoy en día tenemos a más de 50 bandas". Desde hace un par de años, debido a los programas de televisión Yo Soy y Mi Nombre Es, también comenzaron a pedirle imitadores. "Empecé a reclutar a los que aparecían en los programas de televisión. Aunque siempre me preocupo de mantener las diferencias. Un tributo no necesariamente es parecido al original, se preocupa de que la música suene bien", puntualiza Segovia.

Pero para algunos de estos músicos el look es fundamental. Roberto Fierro es guitarrista de Sweet Rose, una de las bandas tributo más aplaudidas del escenario local. Dice que aprendió a tocar guitarra con Slash, que se compró hace quince años una Gibson Les Paul tal como la del ex-integrante de Guns n' Roses y que desde entonces no ha dejado de tocar como él. "Aunque toque otras cosas siempre hay guiños y gestos a Slash, me sale natural". Para Fierro, su tributo a la banda de hard rock oriunda de Los Angeles es más que eso, es un revival: "Mezcla la música con teatralidad. Busca la reproducción exacta en términos de actitud, puesta en escena, vestuario, gesticulación. La idea es que a los pocos minutos se te olvide que estás con una banda revival y sientas que estás con la original".

Sin embargo, no todos están de acuerdo con su visión. Mario Olguín es el líder de Beatlemanía, grupo que podría considerarse como el padre de la banda tributo en Chile. "Más que precursores, somos inspiradores, porque nunca hemos sido una banda tributo". Con 25 años de trayectoria, el conjunto que interpreta canciones de los Beatles se ha presentado en dos ocasiones en el escenario del Festival de Viña. Para él, "cuando la gente ve a Beatlemanía ve a Mario Olguín cantando las canciones de John Lennon. Eso de vestirse como el artista lo encontramos casi una falta de respeto. Es como si viniera al Teatro Municipal alguien disfrazado de Mozart a interpretar su música", señala el cantante y guitarrista, quien luego agrega: "Pero entre que existan y no, prefiero que existan, porque son una contribución al desarrollo de la música popular en el país".

"GUERRA" POR EL ESCENARIO

A tal punto ha llegado el despliegue de las bandas tributo que hasta tienen sus detractores. Uno de los más acérrimos es Carlos Cordero, creador del grupo de Facebook "NO más bandas tributo", donde se promocionan tocatas de bandas emergentes de música original. Él aclara que no es músico, no toca en ninguna parte y que su campaña representa más bien al público que asiste a tocatas. "Lo más grave de estas bandas es que atentan contra nuestra cultura. ¿Cómo la música local va a avanzar si no hay espacio para hacerlo?", explica y apunta a que  "los dueños de los locales tienen gran parte de la culpa. Ellos quieren plata fácil. Aparte, la gente es floja, se va por lo conocido antes de escuchar música emergente".

El cantautor nacional Nano Stern, quien prepara una gira por Argentina junto a Chinoy para fin de mes, cree que los músicos con propuestas propias han ido ganando un espacio frente a las bandas tributo en el último tiempo, pero piensa que la supervivencia del fenómeno de los músicos que tocan los temas de otros es señal de un problema mayor: "Lo que sucede en el local La Batuta es un ejemplo muy ilustrativo. Antes era un lugar donde se determinaba lo que estaba pasando con el rock en Chile. Hoy gran parte de su programación es de eventos tributo. Probablemente ese sea un síntoma poco feliz de la relación de la gente con la creación que se hace en su propio país".

Para la periodista especializada en música Marisol García, autora del libro Canción valiente, que aborda tres décadas de canto social en Chile, la masividad de los eventos tributo no es algo específico de Chile. También se da con fuerza en países como Estados Unidos y Argentina. "Da cuenta de un mercado y un público conservador. Se va a lo seguro y deja muy poco espacio para oxigenar la escena con música nueva". También cree que los medios de comunicación tienen parte de la responsabilidad: "En los 70, la vocación cultural de la televisión y la radio era descubrir nuevos talentos, pero talentos aparejados a la composición. Luego en programas estilo Rojo, al que TVN veía como semillero de artistas, eran sólo intérpretes. Lo mismo pasa con Mi Nombre Es, donde cantantes buenos tienen que ir a imitar a otros para que los tomen en cuenta".

Otros creen que las bandas tributo cumplen un rol fundamental en la escena musical chilena. El locutor de los programas La Ley del Rock y Santiago Blues de la Radio Futuro, Hernán Rojas, opina que "vale la pena verlas cuando son buenas. Bandas como Ballbreaker o Sweet Rose son súper profesionales y permiten escuchar de manera fidedigna a grupos que ya están separados o que es casi imposible que vengan a Chile. Yo creo que los escenarios están abiertos para el que tenga el mejor show, tanto originales como tributos".

Los grupos aludidos se defienden. Roberto Moya dice que "cuando la gente anda diciendo 'pero qué fácil, andan haciendo tributo' yo les respondo: 'Bueno, háganlo entonces. Súbanse al escenario y toquen como nosotros'. Tributar a AC/DC no tiene nada de fácil". Óscar Romo, el lead guitar de Ballbreaker agrega: "Se habla mucho de que los tributos le quitan escenario a las bandas originales, pero yo tengo también una banda original y sé que estas nunca han tenido espacio". Por su parte, Marcelo Segovia, de Brain Damage, explica que conseguir escenarios para los tributos no es sencillo: "Es verdad que los músicos con poco esfuerzo consiguen plata con las bandas tributo. Pero no es fácil entrar. Hay otros cinco tributos a Pink Floyd a los que les cuesta mucho encontrar dónde tocar".

Enrique Guerra es dueño del Bar Óxido, donde todos los viernes (y a veces en días de la semana) tiene eventos de bandas tributo desde hace ocho años. "Lo que más tiene convocatoria siguen siendo los tributos, cosa que encuentro lamentable". Para él, "el problema no es la calidad de las bandas originales. Es el público que no aprecia lo local y prefiere ver a una banda internacional tocada por chilenos sin importar si toquen bien o mal. Por mí tendría un evento tributo al mes, pero comercialmente no me da".

De vuelta en el bar La Otra Puerta, a Ballbreaker le queda poco tiempo de receso. "Yo no me siento popular tocando en este grupo. Somos imitadores no más. Muchos aquí no saben ni cómo me llamo", dice Óscar Romo acomodándose la corbata de Angus Young. Se seca el sudor de la frente y regresa al escenario. El público grita de nuevo "¡Angus!, ¡Angus!, ¡Angus!" y el guitarrista apunta con su uñeta al cielo. El rock de AC/DC vuelve a sonar.