Ubicado estratégicamente a la entrada del Mar Rojo, Djibouti "es un raro oasis de estabilidad en el Cuerno de Africa", según afirma la revista Foreign Affairs. Del tamaño de Massachusetts, en el territorio de este pequeño país del este de Africa se encuentra emplazada una base aérea crucial para las operaciones con drones que Washington lanza contra Yemen y Somalia.
Hace justo un año, el Presidente de EE.UU., Barack Obama, recibió a su homólogo de Djibouti, Ismail Omar Guelleh, en la Casa Blanca, donde firmaron un acuerdo para ampliar la presencia militar norteamericana en el país africano durante 10 años más. "Estas instalaciones que mantenemos en Djibouti son fundamentales. Camp Lemonier es extraordinariamente importante no sólo para nuestro trabajo en el Cuerno de Africa, sino también en toda la región", subrayó Obama en el encuentro donde se acordó un nuevo contrato de "10 años a una tasa de US$ 63 millones por año", con la opción de extenderlo dos décadas más, según precisó entonces a EFE un funcionario de la Administración estadounidense.
Creada en 2001, Camp Lemonier es la única base militar que EE.UU. mantiene de forma permanente en Africa y sirve como plataforma para misiones de lucha contra Al Qaeda en Yemen o para vigilar a la milicia somalí de Al Shabab.
Pero Washington no es el único país que saca provecho de la ubicación privilegiada de Djibouti. Francia, Alemania y Japón también han entregado decenas de millones de dólares al país africano por el derecho a utilizar estratégica ubicación geográfica.
Y a estos países, asegura Foreign Affairs, ahora se ha sumado China. "El interés de Beijing en Africa es inmenso", destaca la publicación, que recuerda que el comercio bilateral entre China y el continente ya supera US$ 200 mil millones, muy por encima de comercio de Africa con la Unión Europea o Estados Unidos.
Según la revista norteamericana de relaciones internacionales, China ha buscado por mucho tiempo fortalecer su influencia en los lugares que considera "cuellos de botella estratégicos". Ello explica sus acuerdos económicos, políticos y militares con un número de estados africanos, entre ellos Argelia (que tiene significativas reservas de petróleo y gas y está cerca del Canal de Suez), y otros países ricos en recursos energéticos, entre ellos Etiopía y Nigeria. Djibouti se unió recientemente a esta lista, luego que suscribiera un acuerdo de seguridad y defensa con Beijing a principios de 2014. El funcionario chino responsable de negociar y, presumiblemente, ejecutar el acuerdo habría sido el ministro de Defensa, Chang Wanquan, la persona detrás de la conducta cada vez más firme de su país en el Mar del Sur de China, consigna la revista.
Washington protestó contra el pacto entre China y Djibouti y expresó su preocupación por los planes de China para construir una base militar en la región Obock, pero fue en vano. Según Foreign Affairs, eso no es sorprendente a la luz del enorme paquete económico que Beijing ofreció al presidente Ismail Omar Guelleh. En el período previo a la operación, la empresa estatal China Merchant Holdings compró una importante participación en el Puerto de Djibouti, vital para el país. La que la compañía china desembolsó US$ 185 millones.
Sumado al entusiasmo generado por esta operación, Beijing lanzó una oferta para desarrollar las instalaciones del puerto. El contrato para comenzar estos trabajos ascendería a US$ 420 millones, los cuales serían licitados a la Corporación Estatal China de Construcción e Ingeniería. A la par, China habría ofrecido mejorar la infraestructura que apoya el funcionamiento del puerto, incluyendo un ferrocarril a Etiopía y dos aeropuertos internacionales.
Foreign Affairs destaca la jugada de Beijing de ofrecer incentivos comerciales con la esperanza de ganar acceso estratégico y militar a futuro ya ha sido ocupada en Bangladesh, Myanmar, Pakistán y Sri Lanka, aunque no siempre han dado los frutos esperados.