El propio Chris Cornell lo reconoció un par de años después, con una de esas frases que en general son simple cortesía, pero en este, una verdad irrefutable. "En Chile tuve uno de mis mejores shows. Lo he conversado con mis músicos y estamos todos de acuerdo", comentaba el cantante a La Tercera en 2009, días antes de su regreso a Santiago, recordando lo ocurrido el 10 de diciembre de 2007. "Una muy buena noche" en palabras del ex Soundgarden y una velada maratónica, vibrante e inolvidable para los fanáticos que llegaron a verlo a Espacio Riesco.
Allí, el de Seattle desplegó uno de los shows más extensos que recuerde la cartelera local: 30 canciones en 180 minutos, desde los éxitos de Temple of the Dog y Audioslave hasta piezas de su discografía en solitario y versiones para clásicos de Michael Jackson y Led Zeppelin; un repertorio solista que siguió interpretando en vivo hasta las horas previas a su muerte y que por esos días comenzaba a tomar forma, frente a una audiencia sudorosa que ya en la recta final parecía más extenuada que el propio artista.
"Los auspiciadores nos preguntaban quién era Chris Cornell, pero una vez que pusimos a la venta las entradas se fueron al tiro", recuerda Francisco Goñi, hoy director de la productora The FanLab y responsable de aquel primer encuentro entre el líder de Soundgarden y el público local, un romance a primera vista que terminó de afianzarse en distintos escenarios.
Pese a ese primer antecedente, fueron miles los incrédulos que dos años después abandonaron el Movistar Arena tras 140 minutos de show, antes que Cornell reapareciera para rematar con Black hole sun y otra gema del disco Superunknown (1994) que desde ayer cobra otro sentido: Like suicide. Que ese segundo show en Santiago fuera antecedido por la presentación de Mike Patton no parecía casualidad: tal como el líder de Faith No More, Cornell ya era un nombre de la casa y uno de los regalones de los promotores locales -por su carácter quitado de bulla-, y esa noche sus fans criollos festejaron incluso los temas de Scream (2009), el resistido LP solista que lo trajo de vuelta.
Tras el experimento pop el músico finalmente encontró su identidad en la cantautoría solista, con una propuesta acústica que le sacó brillo a su poderosa voz y que la audiencia chilena conoció de primera mano en noviembre de 2011, en el Club Hípico, durante la actuación desenchufada del artista en el Festival Maquinaria, días antes del lanzamiento de Songbook, el disco en vivo que sintetizó aquella etapa. Tres años después regresó a los festivales nacionales con un show en las antípodas, cerrando la cuarta edición de Lollapalooza Chile con su primer y único recital en el país junto a su banda de origen. "Al fin debutamos aquí con Soundgarden. Gracias por esperarnos tanto tiempo", exclamó el frontman tras una potente presentación.
Poco importó que su discografía fuera perdiendo relevancia, al menos para los cánones de la industria: el público chileno convirtió a Cornell en uno de sus favoritos y lo terminó de demostrar a fines del año pasado, agotando en sólo horas las entradas para los tres recitales acústicos que el cantante dio en el Teatro Municipal. Cornell aprovechó la estadía para concretar un encuentro privado: una reunión gestionada por la productora Transistor entre el cantante y la Orquesta Infantil de Niños de Ñuñoa, quienes conservan las mejores postales de su último paso por el país que lo convirtió en hijo ilustre. "Ese gesto, esa intención, van a quedar siempre conmigo. Así como su música, su voz y su sencillez", rememora Mariana Suau, una de las integrantes de la orquesta.