¿Por qué tanto escándalo por una novela que cuenta un momento en la relación "amorosa" (sólo por llamarla de algún modo) entre un hombre mayor y una mujer joven?
Es cierto que probablemente ella es menor de edad -y que se está al borde del delito-, y que a veces él, en la voluptuosidad, le pide que le diga "papá" -y que se esté al borde de la perversión-. Pero más allá de esos meros detalles, Una semana de vacaciones, de la novelista y dramaturga Christine Angot, nacida en Châteauroux, Francia, en febrero de 1959, no es sino el relato concentrado, y prácticamente una sola y larga escena sexual, de unos días de romance, descritos, eso sí, con todos los pormenores necesarios para arruinar cualquier romanticismo convencional.
Hay, sin embargo, otro detalle: en cierto pasaje del libro, sin precisar mucho, el hombre le regala a ella, la protagonista del relato, un ejemplar de la revista Vie et language en la que ha escrito un artículo sobre la letra "w". Y si se sigue esa pista, se llegará a que ese mismo artículo apareció en el número 246 de 1972 de esa revista y que fue escrito por Pierre Angot.
Sí, aunque en Una semana de vacaciones, Angot calla que el hombre en cuestión es en realidad su padre (y amante), la historia ya la había contando antes. En El incesto (1999), la más famosa de sus novelas, Christine Angot revelaba la experiencia que le da título al libro. Ella no conoció a su padre, un erudito políglota y experto en egiptología, sino hasta los 14 años, cuando se reencontraron. Desde aquel momento, sin embargo, quedó deslumbrada por él y mantuvieron un amorío entre sus 14 y 16 años. El mismo hecho y dos libros. Pero la furia de El incesto da paso a la fría objetividad de Una semana de vacaciones, en que Angot abandona la primera persona por la tercera y su relato, inquietantemente, consiste en la implacable y cruda descripción de un abuso, de un retorcido acto de fuerza.
Pero Una semana de vacaciones es un episodio más en el edificio literario de Christine Angot, construido totalmente en base a su vida, llevando la llamada autoficción a sus límites posibles.
Si a Unamuno o Pirandello sus personajes pueden salirles respondones, a los practicantes de la autoficción pueden incluso demandarlos. Hace poco Angot fue condenada a pagar 40 mil euros a una mujer, Élise Bidoit, que se reconoció en la novela Les petits (2011) por atentar contra la intimidad de la vida privada. Un dato: el ex-marido de Bidoit es (o era) la pareja de Angot y el retrato de aquella no era lisonjero, aunque no se usaba su nombre (en la novela aparece con otro). La misma mujer había demandado por las mismas razones a Angot tras la publicación de Marché des amants (2008) y el juicio había terminado por acuerdo mutuo con el pago de 10 mil euros a Bidoit. Ahí Angot conservó algunos nombres y las descripciones de lugares que los hacían perfectamente identificables.