Finalmente, Chuck Berry (86), el primer guitar hero de la historia, el embrión de todo lo que puede ser agrupado bajo ese sonido llamado rock and roll y el faro de nombres como John Lennon y Keith Richards, quedó anoche reducido a dos sensaciones. La primera es la misma que se manifiesta cuando el abuelo de la familia se sacude de achaques y bastones, y desenfunda alguna gracia en un asado de fin de semana: todos le regalan un aplauso cargado de una lastimera ternura.
La segunda se asemeja a esas noches del Festival de Viña en que el público decide echar pie atrás con las pifias y salva a la víctima de turno para no carbonizar de manera pública su carrera: un perdonazo que busca compasión con el trabajo de quien se tiene enfrente.
Esas fueron las dos impresiones que cruzaron el concierto del guitarrista en Movistar Arena, ante cerca de cinco mil personas -el escenario estaba situado en la mitad- y en uno de los espectáculos más pobres y desprolijos reportados por la historia de los megaeventos locales.
Un diagnóstico categórico que apareció desde un principio: luego de una introducción donde mezcló frases en español, el músico se lanzó con uno de sus mayores himnos, Roll over Beethoven, pero ya antes de la mitad empezó a naufragar en una letra que simplemente terminó balbuceando. Casi como una revancha inconsciente, interpretó el mismo hit hacia el final del concierto. Luego, en School days y Rock and roll music su guitarra apareció fuera de tono, dejando el lucimiento -y el estrés y la columna vertebral de su presentación- no sólo a su banda de cuatro músicos: por lejos, los más angustiados de la velada fueron sus tres representantes y su hija, la armoniquista Ingrid Darlin Berry-Clay, ubicados a un costado del escenario y siempre atentos para sortear las lagunas del gran jefe. Las mismas que arreciaron sobre el comienzo de My ding-a-ling: "Olvidé el acorde", se disculpó el músico, mientras intentaba rasguear su guitarra. Como casi toda la noche, su hija apareció con su armónica atronadora para maquillar el bochorno (y con una cartera de la que nunca se despegó, la que, según los organizadores de la cita, sirve para guardar las armónicas).
Ya sobre el cierre, minutos después de Johnny B. Goode, su mánager lo intentó bajar de escena, pero el norteamericano porfiaba en seguir tocando. Lo hizo durante un puñado de minutos, con su representante al lado, casi como una presencia que lo obligaba a dejar luego el micrófono, en una de las escenas más insólitas asestadas por la cartelera local de los últimos años.
La misma que durante este fin de semana fue advertida desde Argentina, donde el cuadro fue idéntico. Aunque, condicionado quizás por esas crónicas brutales, el público dejó el Movistar Arena con la tercera gran sensación de la jornada: "Es Chuck Berry, da lo mismo en qué condiciones esté. Y hasta pudo ser peor".
El pionero del rock and roll arribó ayer, a las 14.10 horas, y en un vuelo comercial desde Montevideo. Fue recibido por una sola cámara de TV, detonando el nerviosismo de su séquito de representantes, quienes empezaron a forcejear con el profesional. De hecho, su mánager intercambió golpes, empujones y palabrotas de grueso calibre con el camarógrafo, lo que provocó que el propio guitarrista apurara el tranco y corriera al Mercedes Benz negro que lo aguardaba.
"Igual, me siento muy bien de estar de nuevo acá", lanzó el hombre de Maybellene a La Tercera. Consultado por sus erráticas escalas previas, el estadounidense, hoy con ciertos problemas de audición y ya arribado al hotel Intercontinental, se limitó a decir: "Me he sentido muy bien en todo el tour, porque para mí es cómodo tocar en cualquier país". Un poco más elocuente es su hijo, el guitarrista Charles Edward Berry Jr., también parte de su grupo: "Siempre será un orgullo estar con él y lo veo muy bien".
Pero hay algo que le preocupó mucho más en sus primeras horas en el país: los cobros realizados en la cuenta del hotel. De hecho, durante la tarde de ayer, él mismo bajó tres veces hasta la recepción del Intercontinental para exigir los puntos que aparecían en el recibo arrojado por el check-in. Además, muchas veces le costaba coordinar con los movimientos de su tropa. Mientras ellos enfilaban hacia la izquierda del hotel, el cantante lo hacía por su cuenta hacia la derecha, con la mirada a ratos perdida.