No fue William Shakespeare. Tampoco fueron los Rolling Stones ni Charles Darwin. Los Beatles estuvieron arriba en la lista y, entre ellos, John Winston Lennon fue el que se acercó más. Se puede decir que Lennon al menos compartía el segundo nombre con el "más grande de los británicos" en la famosa encuesta que en el año 2002 realizó la cadena BBC y que ubicó a Winston Churchill (1874-1965) en el indiscutido primer lugar. Hombre de personalidad compleja y convicciones definitivas, Churchill ha empinado su sombra por todos los años del naciente siglo XXI y en el terreno del cine y la televisión nunca deja de ser el referente biográfico en el que refugiarse.
En el año 2002 la película de HBO, Tormenta en ciernes, ya había logrado grandes críticas y una saludable cantidad de Globos de Oro (entre ellos, para Albert Finney en el rol principal), pero ha sido ahora, en medio de nacionalismos y confusiones planetarias, que la figura de Churchill parece jugar en sus mejores condiciones. Durante este año en Gran Bretaña hay al menos dos largometrajes que lo tienen de protagonista y, además, habría que contar a la exitosa serie de Netflix, The Crown, donde el político conservador mantiene uno de los roles claves, encarnado por John Lithgow.
La más reciente producción con Winston Churchill como centro de la trama es Darkest hour (2017), película de Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación) que durante esta semana lanzó su primer tráiler y cuyo estreno será en noviembre en Estados Unidos y el 25 de enero en Chile. A juzgar por las primeras reacciones a la personificación de Gary Oldman (Drácula), la cinta tiene un potencial irresistible en la batalla por el Oscar al Mejor Actor en el 2018.
La otra cinta sobre "el más grande de los británicos" se llama simplemente Churchill (2017) y se estrenó en junio en Estados Unidos y Gran Bretaña, logrando críticas más bien encontradas: acá Sir Winston es un hombre en problemas, batallando contra demonios externos e internos. No es, ni de cerca, el héroe absoluto que parecería pregonar Darkest hour.
La alerta antinazi
Hombre de cumbres y valles, de logros apoteósicos y caídas estrepitosas, Winston Churchill es por la misma razón un personaje hecho a medida para el cine, las biografías y, tal vez, hasta para una ópera. Participó en la Primera Guerra, fue marginado por sus propios camaradas del Partido Conservador, se opuso a la independencia de la India, bebió mucho whisky y hasta cayó en el pozo negro de la depresión en muchas ocasiones. Por cierto, se equivocó y fue impopular (sobre todo al atacar fieramente a Gandhi) y a principios de los años 30 su carrera política parecía sepultada. Fue entonces, en su hora más oscura, que volvió a rugir, más que nunca y, tal vez, habiendo aprendido algo de los errores.
Mientras en la década de los 30 la Alemania nazi se armaba rápidamente contra el resto de Europa y Hitler alimentaba el resentimiento de sus compatriotas tras la humillante derrota de la Primera Guerra, Churchill se transformó en la única voz de alerta en el parlamento. Lo creyeron loco, senil y majadero, pero la realidad demostró que era peor ser un pusilánime que una voz de alerta cuando en 1938 el primer ministro británico Neville Chamberlain firmó el Pacto de Munich: mediante él, Alemania contaba con la venia de las potencias europeas para anexarse parte de Checoeslovaquia. Un año más tarde, Alemania atacó Noruega tras las advertencias de Churchill y Chamberlain se veía obligado a renunciar por evidente inoperancia.
La película Darkest hour parte justamente cuando Churchill, con 65 años, sucede a Chamberlain y es nombrado Primer ministro. Debe conducir a su país por los tenebrosos senderos de la Guerra y darle coraje a una población que ve como Alemania va barriendo con todo lo que se le cruza por delante. Es aquí cuando desplegó públicamente sus formidables dotes de oratoria y en menos de un mes entregó tres discursos ante la Cámara de los Comunes que serían literalmente frases para el bronce.
Los historiadores tienen más o menos claro que las palabras de Churchill fueron capitales a la hora de despertar y darle valor a un país que quedaba como el único bastión a avasallar por los nazis en Europa (la Unión Soviética aún mantenía el pacto de no agresión con Hitler). El título de la cinta con Oldman es un juego de palabras que hace alusión al término "finest hour", invocado por Churchill en el discurso del 18 de junio, dos días después de la rendición de Francia. Ahí sostuvo que si Gran Bretaña frenaba el avance alemán "en mil años más, los hombres aún dirían: 'esta fue su mejor hora'".
Pero no todo lo de Churchill fue discursos por la radio ni recuerdos de gloria imperial. La cinta de Joe Wright establece claramente los problemas que dentro de su propio gobierno debe enfrentar para que su país juegue con dignidad en la historia. A pesar de ser primer ministro, buena parte de sus consejeros se inclinan para que firme un tratado de no agresión con Hitler. Al menos en el tráiler de la película se ve a Churchill (Oldman caracterizado en forma impresionante y con un aparente sobrepeso) con una postura inflexible al respecto. "¡No me interrumpas, mientras yo te estoy interrumpiendo!", le impreca a uno de sus contertulios. Luego, refiriéndose a los alemanes, plantea: "Deben aprender una lección: No se puede razonar con un tigre cuando tienes la cabeza en sus fauces".
Pocos días antes de este discurso se había producido la evacuación de 340 mil hombres desde el puerto francés de Dunkerque. Fue una operación masiva que salvó las vidas de miles de aliados y que ahora narrará la cinta homónima, superproducción de Christopher Nolan que se estrena el 27 de julio en Chile. Churchill la llamó "un milagro", pero además fue realista: "No podemos darle a esta liberación los atributos de una victoria: las guerras no se ganan con evacuaciones".
Temor en Normandía
Cuatro años más tarde de los hechos relatados por Darkest hour transcurre Churchill, la película de Jonathan Teplitzky con guión de la historiadora Alex von Tunzelmann que se interna en la vida del líder inglés poco antes del desembarco en Normandía. Es un Churchill menos decidido que el de Darkest hour y más temeroso de meter la pata. El primer ministro es interpretado por Brian Cox (La supremacía de Bourne) y uno de sus principales "antagonistas" es el general estadounidense Dwight Eisenhower, máximo comandante de las Fuerzas Aliadas.
En los días previos a aquel ataque en las playas del noroeste francés, Churchill se opone a la estrategia: cree que será una carnicería sin victoria y, sobre todo, le hace recordar el episodio más vergonzoso de su vida pública. Estando al mando del Almirantazgo durante la Primera Guerra Mundial, decidió atacar a las Potencias Centrales (Alemania, Austria, Imperio Otomano) en la península turca de Galípoli para así asegurar aprovisionamiento a los rusos. La estrategia fue un fracaso y causó más de 250 mil bajas.
Ahora Churchill se enfrasca en interminables batallas verbales con Eisenhower (John Slattery) acerca de la viabilidad del llamado Día D. Ofrece su propia alternativa, que es confiar en las fuerzas desplegadas en el Mediterráneo, y les recuerda que él vivió Galípoli. Eisenhower lo observa con cierto desdén y le hace saber que en 20 años el mundo ha cambiado y que no puede mirar la Segunda Guerra con el mismo cristal con el que observó la Primera.
Aunque la película de Teplitzky ha sido acusada por algunos historiadores de no ser absolutamente rigurosa, hay un episodio que es verídico y habla mucho de la personalidad de Churchill: en una escena, frente al mar, el primer ministro le dice a Eisenhower que sólo aceptará involucrar a Gran Bretaña en Normandía si es que él también va con los muchachos. Se sabe, por supuesto, que Sir Winston nunca fue a la playa de Omaha, pero al menos aquel hilarante argumento sirve para recordar que el más grande los británicos aún creía en que los reyes iban a la guerra junto a sus hombres.