Hasta 1999, seis internos debían compartir las celdas de la antigua cárcel de Arica, que quedaba en pleno centro de la ciudad. En esa fecha entró en funcionamiento el nuevo recinto, ubicado en la Quebrada de Acha, lejos del radio urbano, en la ruta hacia Iquique. El complejo contaba con 900 celdas individuales, las que a mediados de la década pasada fueron acondicionadas para dos personas por cuarto, debido al aumento de la población penal.
"Cuando los internos pisaron por primera vez el nuevo complejo penitenciario de la ciudad lloraban de emoción", cuenta el coronel Sergio Castillo, director regional de Gendarmería de Arica y Parinacota.
El bienestar no sólo se refleja en el mayor espacio, sino también en el desarrollo del área laboral, donde varios reos ejercen oficios remunerados, trabajando ocho horas diarias.
Al interior del penal funcionan verdaderas fábricas de corte y confección, metalurgia, mueblería, hilandería de lana de alpaca y servicios de lavandería y lavado de alfombras.
Microempresarios facilitan las materias primas y les pagan a los internos por trabajarlas, mientras que hoteles e instituciones encargan los servicios de lavado.
Los que más aprovechan estos beneficios son los reclusos extranjeros, quienes conforman el 21% de la población penal de la cárcel ariqueña.
De los 1.895 reos del recinto, 398 provienen de otros países. Una cifra que no varió como se esperaba tras el indulto conmutativo decretado por el ex Presidente Sebastián Piñera, en agosto de 2012, que buscaba descomprimir las cárceles y reducir el número de reclusos foráneos.
Hasta ese año, la población extranjera en Acha conformaba el 25% (503 personas) y 377 internos se acogieron al beneficio. Sin embargo, en 2013, sólo 27 personas postularon a la conmutación voluntaria y en lo que va de este año sólo lo han hecho 14 reos.
"Una de las condiciones que exige el indulto es la imposibilidad de volver a Chile en 10 años. Hay varios reos que si vuelven a sus países de origen los detendrán inmediatamente, porque tienen órdenes pendientes. Otros prefieren quedarse porque están cómodos en el complejo, desarrollan un oficio y ganan dinero, el que pueden ahorrar hasta que salen en libertad", explica el coronel Castillo.
Según cifras de Gendarmería, el 5% de la población penal en Chile es extranjera. Un escenario diametralmente opuesto a lo que se vive en Arica.
Por los patios del recinto pululan 185 bolivianos, 173 peruanos, 22 colombianos, cuatro brasileños, cuatro ecuatorianos, tres argentinos, un español, un portugués, un rumano, un nigeriano, un tunecino y un dominicano.
Cada cierto tiempo, se les deja cocinar preparaciones típicas de sus países y organizan actividades para los aniversarios de cada nación, fiestas en las que practican juegos típicos de los que participan todos los reos.
También realizan minimundiales de fútbol, en los que se arman selecciones de cada país.
La mayoría están imputados o cumplen condenas por tráfico de droga. Generalmente, tienen buen comportamiento, condición que les permite ingresar al área laboral. Allí, los extranjeros se han destacado por su responsabilidad y capacidad de producción, pero principalmente por habilidades específicas.
"Los empresarios prefieren a argentinos y bolivianos para trabajos en madera, mientras que para las estructuras metálicas piden colombianos. De hecho, entre colombianos y chilenos fabrican parrillas y asaderas que venden como pan caliente. Cuando un extranjero se va del complejo, los comerciantes lo lamentan", detalla Castillo.
La multiculturalidad del penal ha llevado a Gendarmería a adaptar espacios del recinto. "Por ejemplo, las bolivianas por tradición trabajan en los telares sentadas en el piso y expuestas al sol. Tuvimos que habilitar una sala especial de trabajo con inserción de máquinas para esas características", agrega el coronel.