Seis de mayo de 1938. Adolf Hitler ha llegado a Roma, una multitud va a saludarlo y al frente de ella figura el Duce, Benito Mussolini. La historia se ha ocupado, en general, de enmarcar la visita hitleriana en el ámbito de las relaciones ítalo-germanas previas a la Segunda Guerra Mundial, y de las personalidades de sus carismáticos líderes. De lo que se ha ocupado menos es de lo que pasaba, en esos mismos momentos, en lugares semivaciados por quienes recibían al Führer. Pero hubo quien lo hiciera.
Ettore Scola, el realizador de Nos habíamos amado tanto, es el responsable de Una jornada particular (1977), que muestra a la portera de un edificio y a un locutor radial cesante (Sofía Loren y Marcello Mastroianni) como únicos ocupantes de un edificio. Como individuos que hablan de todo y de nada. Como motores de una ficción que no por ser tal deja de presentar al ser de su tiempo.
Al decir del historiador Angel Luis Hueso, "la fuerza de este filme (…) deriva precisamente del equilibrio entre la gran historia y la microhistoria de los personajes en la que se nos reflejan formas de vida, principios y actitudes, frustraciones e ilusiones; unas situaciones que son representativas de un momento del pasado el cual se nos hace evidente, y sobre todo inmediato, en esos detalles que perduran en su significación".
Académico de la Universidad de Santiago de Compostela, Hueso se despacha estas impresiones en un ensayo donde escoge tres filmes que expresan la visión del pasado en Scola (se agregan El baile y La noche de Varennes). El texto es parte del volumen Hacer historia con imágenes, presentado este mes en Barcelona en el IV Congreso de Historia y Cine, actividad dedicada a una parcela en desarrollo en el ámbito hispanoparlante. Así lo refrenda la aparición del este libro, que se suma a una persistente producción editorial: desde obras colectivas, como Una ventana indiscreta (2008, coeditado por Gloria Camarero, que junto a Hueso coordina Hacer historia…), hasta traducciones de eminencias del área, como el estadounidense Robert Rosenstone, con La historia en el cine. El cine sobre la historia.
RECONSTRUCCIÓN EMPÁTICA
Desde los registros de Lumière y las escenificaciones de Méliès, a fines del XIX, las incursiones del cine en su tiempo y en otros tiempos ha sido vista con ojo severo por el gremio historiador. Acusado de mistificar o cuando menos, de deformar hechos y personajes, el naciente y popular lenguaje debía limitarse a entretener y, en el mejor de los casos, a captar instantáneas de su época.
Con todo y ante la evidencia de que cada vez más gente se hacía una idea del presente y el pasado en las salas, hubo quien se hiciera cargo. Legendaria es la carta que Louis Gottschalk, de la Universidad de Chicago, envió en 1935 al presidente de la Metro-Goldwyn-Mayer, diciéndole que "ningún filme histórico debería ser exhibido sin que un historiador de valía haya tenido la oportunidad de revisarlo antes". Desde entonces, e incluso antes,connotados académicos hansido consultores de películas, sin que la controversia sobre lo fidedigno y lo falseado haya cedido mucho.
Con todo, ha pasado ya medio siglo desde que el historiador francés Marc Ferro correalizó un documental sobre la I Guerra Mundial y luego debatió al respecto en la revista Annales, emblema del movimiento historiográfico homónimo. El autor de Historia contemporánea y cine fue la punta de lanza de la validación académica del audiovisual, que él vio como revelador de aspectos laterales y silenciosos del funcionamiento de las sociedades. Y mientras su compatriota Pierre Sorlin puso acento en lo que las películas dicen acerca del momento en que se hicieron, en EE.UU., Robert Rosenstone hizo otro tanto: autor de una biografía de John Reed, en la que se basó Rojos (1981), de la que fue consultor, ha parido nociones controvertidas como la "reconstrucción empática del pasado" y la "invención de la verdad histórica". No es verosimilitud lo que nos da el cine, plantea, sino sentido, inteligibilidad, visión e imaginación histórica. Unas películas lo harán espléndidamente (de Walker, sobre el filibustero William Walker, a Octubre, sobre la revolución rusa, y de JFK, a La toma del poder de Luis XIV); otras servirán muy poco.
En su recién traducida La historia en el cine… parte casi disculpándose. "Este no debería ser un libro", anota. "Se necesitan más que palabras en una página para entender cómo el cine presenta el mundo del pasado". De ahí su llamado a los colegas historiadores a expresarse audiovisualmente, a derribar prejuicios y barreras. Y a considerar el cine no como hermano chico de la historiografía tradicional, sino como una vía de entrada allí donde la historia escrita no tiene acceso. Así lo entendió como coeditor del voluminoso Companion to the historical film (2013), que reúne reflexiones y hallazgos enviados desde los cinco continentes.
Cada vez más jóvenes investigadores formados en el contexto audiovisual, plantea Angel Luis Hueso a La Tercera, "consideran lógico que las imágenes sirvan para profundizar en el conocimiento de los hechos históricos. A ello hay que unir la labor que los investigadores más veteranos han venido desarrollando durante décadas y que va dando frutos en cuanto al desarrollo de niveles conceptuales y metodológicos". De lo último dan cuenta los distintos abordajes presentes en Hacer historia… Para ejemplos locales, cabe destacar Chile en la pantalla. Cine para escribir y para enseñar la historia (1970-1998), del español Joan del Alcàzar, coedición de la U. de Valencia y la Dibam. O esperar lo que resulte de un coloquio programado para noviembre por el Icei de la U. de Chile. ¿El tema? El discurso histórico en el cine chileno de ficción.