En las pulcras y sofisticadas oficinas de Eamon Bailey y sus asociados, el culto a la transparencia es el equivalente al respeto de la democracia en la sociedad civil. Todas las experiencias que un empleado comparta con sus compañeros son bienvenidas. Cada actividad de fin de semana que se cuente con abrumador lujo de detalles otorga "honestidad" al trabajador de la compañía. En el Círculo, uno de los grandes lemas es "todos los secretos son mentiras".
A esta empresa llega a trabajar Mae Holland (Emma Watson), una muchacha esforzada y perspicaz, buena hija, pero mejor empleada. La mayor y más redituable de las tecnologías del Círculo es el TruYou, un perfil social único que abarca desde la identidad del usuario hasta su historial médico, pasando por sus antecedentes financieros: permite hacer transacciones bancarias, identificarse o pagar una consulta médica. Además, TruYou barrió con las identidades falsas, las usurpaciones de usuarios o las múltiples y engorrosas contraseñas. Es, como el nombre de la empresa dice, un círculo perfecto y por la misma razón sabe todo sobre el cliente, pero al mismo tiempo le permite todo.
Basada en la novela homónima de Dave Eggers (1970), El círculo es una suerte de distopía que opera bajo el molde de la clásica 1984 de George Orwell, aunque ahora el Gran Hermano es un omnipresente dios digital sabelotodo. El mismo Eggers participó en el guión de la cinta de James Ponsoldt, que se estrena la próxima semana en Chile. En el rol de la voluntariosa Mae Holland está Emma Watson, mientras que al visionario empresario y gurú tecnológico Eamon Bailey lo interpreta Tom Hanks. Es el "villano" de la historia.
La fábula de El círculo se dispara a los territorios de la utopía nefasta cuando llega la hora de presentar el último invento de la compañía. Es una de aquellas masivas reuniones donde todo el personal celebra robóticamente y Mae contempla lo que dice Bailey (Tom Hanks), siempre acompañado de Stenton, el socio pragmático y apegado a los números. Bailey viste jeans y suéter negro, sonríe y parece infatigable. Es un evidente jefe a lo Steve Jobs y la última creación es la SeaChange, una ovalada y diminuta cámara que se puede instalar en cualquier lugar del mundo y a cualquier hora. También puede insertarse en la cabeza de un empleado de la compañía y Mae resulta ser la primera voluntaria para utilizar este gadget que funciona las 24 horas de los siete días de la semana.
Aquel pasaje marca la inflexión en la narración y lo que parecía una sátira sobre las megacorporaciones informáticas como Google, Facebook o Twitter, se transforma en un drama que hace recordar El show de Truman (1998), la cinta de Peter Weir sobre un oficinista cuya vida era vista por millones de televidentes. La diferencia, acorde a los tiempos, es que la existencia de Mae es chequeada no sintonizando la televisión, sino que ingresando en las redes sociales. Ahí está su familia, su novio y las miserias y problemas de cada cual: desde la esclerosis múltiple de su padre a las discusiones de pareja. Mae, como dice Eamon Bailey, es algo así como la mejor empleada porque se ha vuelto transparente.
Aunque fue recibida con críticas dispares en Estados Unidos al estrenarse en el Festival de Tribeca 2017, El círculo se atreve a plantear que esta suerte de futuro sin privacidad tiene que ver más con los consumidores que con los grandes popes de la era digital. Después de todo, la decisión final queda siempre en manos de los usuarios, aunque es probable que estén en un callejón sin salida. O, en el círculo al que hace alusión en la cinta.
"Ciertamente no tenemos la habilidad para dar un paso atrás fácilmente. No sé como se vería", decía hace algunas semanas el director James Ponsoldt a la revista británica Empire. "No soy un tecnófobo. Es decir, me gusta la tecnología en mi vida, pero las implicaciones de todo lo que podría pasar al respecto son bastante negativas", agregaba quien además cree que El círculo le hace un guiño a algunas películas de los años 70 acerca de los mecanismos de vigilancia: "Definitivamente filmes de conspiraciones paranoicas como Los tres días del cóndor (1975) de Sydney Pollack y La conversación (1974) de Francis Ford Coppola fueron muy influyentes para mí".