El lunes 7 de noviembre, a las 9 de la mañana, Cristóbal Cabrera entró a la sala de audiencia 601 del Centro de Justicia de Santiago caminando con dificultad. Iba esposado de manos y pies, resguardado por tres gendarmes de la unidad de Traslado de Alto Riesgo (TAR), que se encargan de los imputados que podrían intentar fugarse. Apenas cruzó la puerta, Cristóbal levantó la cabeza y buscó entre los asistentes.
Cabrera vestía una chaqueta celeste Adidas, jeans y zapatillas Nike. Tiene el peinado que usan los futbolistas, muy corto a los costados y con un jopo arriba que se peina con abundante gel. Su cara muestra los rasgos de la adolescencia: tiene muchas espinillas que disimulan dos cicatrices, una bajo el mentón, por donde entró una bala, y otra en el lado derecho del labio inferior, por donde salió ese mismo proyectil que en el camino se llevó gran parte de sus dientes. Aún le faltan tres piezas en la mandíbula inferior. Usa unos lentes ópticos que limpiaba y acomodaba constantemente durante la audiencia.
Dos días antes, el 5 de noviembre, Cristóbal, más conocido como el "Cisarro", sobrenombre que él odia, cumplió la mayoría de edad. "Ese día hicimos una fiesta en el Ministerio Público", les dice con sarcasmo a los abogados presentes el fiscal Claudio Gutiérrez, quien lleva la última causa en su contra. De sus 18 años, el joven ha pasado la mitad entrando y saliendo de programas de rehabilitación y centros del Sename que no han logrado sacarlo de la delincuencia y actualmente tiene distintos tipos de sanciones pendientes hasta que cumpla 37 años.
Según Francisco Estrada, ex director del Sename, la situación se debe a una repetitiva cadena de errores del Ministerio de Salud, de Justicia y Sename, porque no se ha intervenido de manera adecuada y sistemática.
Ese lunes de noviembre enfrentaba la audiencia en que lo imputaban, junto a otros dos jóvenes, por un robo a una casa ocurrido durante el último verano en La Reina. Cristóbal se sienta y durante la primera parte del juicio no saca la vista del público. "Mire al magistrado", le dice uno de los gendarmes. "Estoy buscando a mi mamá", responde él. Minutos más tarde, Jacqueline Morales ingresa a la sala. Él le sonríe, le lanza un beso y se tranquiliza.
La historia sin fin
Cristóbal es el octavo de diez hermanos. Su papá, Pedro Cabrera, desapareció cuando tenía meses y su familia, a cargo de su madre, siempre ha vivido en la población Villa Cousiño Macul, en Peñalolén. Dos de sus hermanos han sido detenidos por robo con intimidación y su mamá estuvo imputada por microtráfico. Cristóbal se hizo conocido en 2008 como el "Cisarro" -apodo que se ganó porque le costaba decir la palabra cigarro- cuando tenía nueve años y participó en dos violentos robos, junto a otros dos vecinos menores de edad. El primero fue en el domicilio del ciudadano japonés Masataka Wada. El segundo, en la casa del economista Leonidas Montes.
Como era menor de 14 años no pudo ser juzgado por el Sistema Penal Adolescente y el tribunal de familia lo envío a un programa de rehabilitación del Sename. Varias entidades intentaron ayudarlo, como la Municipalidad de Peñalolén, que lo integró a un Programa de Intervención Especializada (PIE) del Sename, con monitores, sicólogos y asesores educacionales, pero él lo abandonó.
Un año después, a los 10, fue detenido tras robar un auto en Peñalolén y fue enviado por 30 días al Centro de Tránsito y Diagnóstico (CTD) de Pudahuel del Sename para que fuera evaluado sicológicamente. Sólo 24 horas alcanzó a estar ahí, porque dos amigos llegaron a rescatarlo con pistolas. Al día siguiente fue capturado e internado en la unidad siquiátrica del Hospital Luis Calvo Mackenna, donde lo diagnosticaron y le dieron un tratamiento neurológico con fármacos, llamado "camisa de fuerza química", que se utiliza para aletargar. Tras ser dado de alta, un año después, reincidió y fue enviado a otro centro del Sename con otro programa de rehabilitación, desde donde se escapó en 2010. Carabineros lo detuvo y fue derivado a un tercer centro del Sename en Valparaíso.
En el centro de la Quinta Región, Francisco Estrada asumió personalmente el caso de Cristóbal y se siguió un tratamiento que controlaba específicamente la agresividad y lo ayudaba a frenar sus impulsos sin aletargarlo. En esa ocasión, el ex director del Sename solicitó una hora en el Consultorio de Salud Mental de Valparaíso para realizarle un diagnóstico y le dieron hora para seis meses después. "Para Cristóbal, que había salido en la tele y en los diarios, el sistema de salud no movió ningún pelo por atenderlo como prioridad. Eso demuestra la gravedad de los problemas de salud mental infantil del país. Ni el caso más famoso fue prioridad", dice.
Pero el medicamento específico que recibía Cristóbal valía ocho veces más que el anterior. Estrada autorizó el costo y, según él, "en ese minuto era el niño más caro del país, pero a los dos meses era físicamente un joven común, no dopado". Pero el presupuesto no da para hacerlo en todos los casos, explica, y luego agrega que además son tratamientos que requieren un monitoreo constante para evaluar dosis, efectos secundarios y gente a cargo "que el Sename no tiene". Según él, después de que él dejó la institución en 2010, el medicamento de Cristóbal fue suspendido.
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Centro Metropolitano Norte de Til-Til, lugar donde está Cristóbal.[/caption]
Privado de libertad
Desde que Cristóbal cumplió 14 años, y es imputable como adolescente, ha sido formalizado 18 veces por delitos como robo con violencia, con intimidación, en lugar habitado, en lugar no habitado, en bienes nacionales de uso público y con sorpresa. También por portar objetos robados, lesiones graves, porte de arma blanca y amenazas simples. No en todos los casos fue declarado culpable, pero a los 16 años, tras un robo que terminó en una balacera que dejó herida en una pierna a una carabinera y a él con la boca despedazada, recibió su primera condena privativa de libertad, y quedó en régimen semi cerrado, lo que significa que debía dormir en un centro del Sename y durante el día salía y cumplía con programas de estudio.
Producto de sus reincidencias, desde hace tres meses Cristóbal está encerrado por primera vez a tiempo completo y bajo vigilancia las 24 horas en el Centro Metropolitano Norte (CMN) de Til-Til, a 64 kilómetros de Santiago y a metros de la cárcel de Punta Peuco. El recinto, uno de los "centros modelo" del Sename, tiene un gimnasio, dos piscinas, cancha de fútbol con pasto sintético y siete casas que albergan a más de 190 jóvenes infractores de delitos como robo con violencia, hurto y homicidio.
Hay siete torres desde donde vigila personal de Gendarmería, pero ellos sólo entran a los edificios en caso de una riña, y adentro están a cargo de monitores del Sename. Cristóbal está junto a otros 24 en la casa número dos, la misma donde hace tres años murió Daniel Ballesteros tras ser apuñalado 17 veces por sus compañeros en una riña por un celular.
En septiembre de este año, funcionarios del centro hicieron barricadas en la Ruta 5 Norte para protestar por la falta de un plan que los proteja de los jóvenes, luego de que cuatro trabajadores fueran agredidos por los menores y uno tratara de ahorcar a una monitora.
Cristóbal no estuvo entre ellos. "Él ha estado muy tranquilo. Hasta ahora no ha tratado de fugarse. Se ve piolita", dice un gendarme de una de las torres de vigilancia. "Desde que supimos que iba a llegar, todos los gendarmes nos pusimos más vivos porque si él se escapó de otros centros, también lo intentará acá", dice otro. "Nunca me ha faltado el respeto. La primera vez que lo vi fue en la tele, cuando era chiquitito. Ahora está todo un lolo, mucho más alto. No creo que sea un mal cabro", confiesa una de las encargadas del aseo en el centro y agrega: "Le gusta mucho conversar con nosotras sobre lo que pasa afuera".
Karina Flores, abogada que trabajó más de tres años en la Unidad de Defensa Juvenil de la Defensoría Penal Pública (DPP), lo defendió en tres oportunidades y mantuvo una relación cercana con él y su familia. Ella explica que en general mientras está en los centros, Cabrera tiene buen comportamiento, no es agresivo ni desobedece, y que el problema viene cuando sale y vuelve a la calle porque reincide.
Según un estudio realizado por el Servicio Nacional de Menores en 2015, de los jóvenes que fueron sancionados por la Ley de Responsabilidad Penal Adolescente y destinados a algún centro o programa del Sename, el 38 por ciento vuelve a delinquir en menos de un año y el 53 por ciento lo hace a los dos años.
Es por esta razón que la abogada asegura que el encierro y la vigilancia 24 horas pueden ser lo que Cristóbal necesita. "Él tiene mucha fortaleza. Es la oportunidad que tiene para que lo intervengan de manera correcta. Si antes ha pasado con otros chicos, ¿por qué no podría pasar con él?", dice.
Francisco Estrada explica que la verdadera rehabilitación se da cuando se enfrentan a la calle, "cuando tenga que elegir entre salir y no delinquir o salir a robar". Por eso, en este tipo de casos debería haber programas de acompañamiento en libertad. "Eso no lo hemos hecho. Se requieren equipos que se dediquen exclusivamente a este chico y a su familia, que estén coordinados con el aparato estatal. De modo tal que él perciba ese apoyo permanente".
Hoy, Cristóbal sigue en Til-Til un programa para terminar tercero y cuarto medio. Su rutina empieza a la siete de la mañana con una ducha y el desayuno. Tiene clases de 9 a 12, almuerza junto a sus compañeros de casa y regresa a clases hasta las 6 de la tarde, periodo en el que participa en varios talleres de trabajos manuales y artesanías en cuero, que parecen ser sus favoritos. Después, Cabrera puede ver televisión, pero él prefiere jugar a la pelota y conversar con los monitores y funcionarios del centro. Además, asiste a sesiones con un sicólogo, parte de su rehabilitación, pero durante dos meses él y sus compañeros no han recibido esa atención porque el especialista a cargo está con licencia médica.
Todos los martes se reúne además con Cristián Esquivel, abogado de la Defensoría para revisar el cumplimiento de su plan de reinserción social. "Quedé impresionado porque nunca me imaginé que fuera así. Es bien portado y respetuoso, un adolescente normal con muy buena presencia, afeitado, peinado, con ropa limpia. Se expresa muy bien", comenta.
Desde que llegó al centro no ha tenido ninguna sanción. "Él sabe que si se porta bien, puede salir antes", asegura uno de los encargados de la casa en que vive. "Él no la lleva acá. Está en un proceso de integrarse porque es nuevo, entonces no tiene mucha confianza con los otros jóvenes y su comportamiento es muy bueno", comenta un monitor cercano a él y agrega: "Odia que le digan 'Cisarro'. Él sabe que cuando la gente piensa en el Sename, altiro lo asocian con su imagen. Por eso está prohibido que lo llamen así aquí". Tampoco le gustan los medios, y por estos días está enojado por un titular que apareció al día siguiente de su cumpleaños en La Cuarta: "El Cisarro ya no arrastra la bolsa del pan", decía, y fue el argumento con que explicó por qué no quería hablar para este reportaje.
"Su fama lo perjudica. Es fácil decir que fue el 'Cisarro' porque todos lo van a creer", dice Francisco Concha, abogado de la unidad de adolescentes de la Defensoría, quien estuvo a cargo de defenderlo a comienzos de este mes en su última audiencia.
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Karina Flores, ex abogada de la DPP; Francisco Estrada, ex director del Sename y Francisco Concha, abogado de la DPP.[/caption]
Hasta los 37
En la sala 601, mientras los testigos ingresan a dar su testimonio, Cristóbal aprovecha de conversar brevemente con su mamá y le pregunta por Paula, su pareja. Jacqueline le dice que no pudo venir, él pregunta por qué, y ella lo mira sin responder. Toma agua y nuevamente se incomoda.
Con sus 18 años recién cumplidos, Cabrera está ahí enfrentando la última acusación que se le hizo mientras era menor de edad: un robo a una casa en La Reina, junto a dos de sus vecinos de la Villa Cousiño Macul, Ignacio Vargas (18), alias "El Chucky", líder de la banda "los 19 de Peñalolén" y del menor H.E.M.C. (17).
Su abogado alega que las pruebas en su contra no son contundentes, que sólo se basan en el relato del taxista Jesús Castro (24), quien trasladó a los jóvenes asaltantes esa noche, quien no conoce a Cabrera pero dice que entre ellos había uno que se identificó como el "Cisarro". "En otras causas que ha sido imputado, siempre reconoce que participó, pero en esta ocasión él me dijo que no", dice Concha. Pero su argumento no es atendido.
Los magistrados ingresan a la sala, todos se ponen de pie y declaran culpables a los tres jóvenes en forma unánime. Los otros dos acusados se exaltan. Cristóbal suspira, baja la cabeza y luego mira a su mamá y le muestra la mano abierta. "Me van a dar cinco", dice mientras Jacqueline se tapa la cara.
Tiene razón: lo sentencian a cumplir ese periodo en régimen cerrado en Til-Til, los que sumado a los dos años que ya tiene pendientes significa que saldrá de ahí a los 25. Tras eso deberá pasar otros cinco en un centro distinto bajo régimen semicerrado, y luego siete años de libertad asistida especial, un programa de reinserción social a cargo del Sename. Es decir, terminará de cumplir sus penas a los 37 años, plazo que puede disminuir bastante si muestra buen comportamiento. En cambio, si reincide, podría terminar pagando las condenas o sumar otras en un recinto para adultos a cargo de Gendarmería, una cárcel, ya que ahora es mayor de edad. Esa es la encrucijada a la que se enfrenta hoy Cristóbal Cabrera.
Su abogado, Francisco Concha, dice que presentará un recurso de anulación para tratar de disminuir o eliminar la última sentencia e insiste en que ser el "Cisarro", le jugó en contra.
A pesar de que Cristóbal está consciente de su situación como adulto frente a la justicia y de las consecuencias que le podría traer un nuevo delito, Francisco Estrada asegura que la cárcel no basta para intimidar a alguien que como él ya ha pasado la mitad de su vida en torno al sistema penal, pero agrega: "Cristóbal se puede rehabilitar. En algún momento va a dejar de delinquir. Las estadísticas demuestras que después de los 27 años, la mayoría de los jóvenes lo deja de hacer. Necesita proyectarse en el tiempo, ver cómo quiere ser en cinco o diez años más, eso lo ayuda a generarse planes en la vida, pero es muy difícil a los 18 años".
Al finalizar la audiencia, los gendarmes TAR levantan de los brazos a los imputados y se los llevan de la sala. Mientras avanza hacia la salida, Cristóbal mira a Jacqueline y le grita:
-"¡Te amo mucho, mamita!".