La ciudad de Caral, considerada la más antigua de América, celebró quince años desde que las investigaciones arqueológicas sacaran a la luz los restos de una civilización que, con sus 5.000 años, fue contemporánea de la egipcia y la sumeria.

El sitio arqueológico, que cuenta con seis pirámides escalonadas y dos plazas ceremoniales, entre los elementos más vistosos, recibieron el pasado junio un reconocimiento y un regalo al ser declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Los arqueólogos han excavado ya cinco ciudades en el valle del río Supe, unos 180 kilómetros al norte de Lima, que se levantaron entre el 3000 y el 1800 antes de Cristo, aunque saben que existen una veintena de asentamientos humanos en total en torno a ese valle.

Al ser Caral la más monumental, ha dado nombre a toda una civilización cuya influencia se extendió en un área de 300x400 kilómetros, según explica Ruth Shady, jefa del "Proyecto Caral" y alma madre de todo el proyecto arqueológico desarrollado en estos 15 años.

En este valle desértico, azotado por el viento y donde el río Supe pone la excepción con una franja verde bien definida, surgió esta civilización de la que los arqueólogos, tras quince años de trabajos, aún ignoran o suponen más cosas de las que saben.

Cultivaban papa y maíz, y sobre todo algodón, que intercambiaban por pescados y moluscos con los pueblos de la rica costa del Pacífico, distante a unos veinte kilómetros, y no conocieron ni el metal ni la cerámica, según explica el arqueólogo Marco Bezares.

Al no existir estos objetos tan codiciados por los "huaqueros" o ladrones de tumbas, las ruinas de Caral no han sufrido el saqueo de otros sitios arqueológicos peruanos, pero por eso mismo su ausencia hace que falten elementos para poder conocer mejor el funcionamiento de aquella civilización.

Se cree que la sociedad estaba dividida en tres clases, una de dirigentes o religiosos, otra de  administrativos ambas habitantes de zonas aledañas a las pirámides, y la tercera del pueblo llano, que ocupaba los barrios más periféricos, según Bezares.

Los arqueólogos insisten en el carácter urbano de esta civilización, pues según ellos se hace evidente que existió un diseño y una planificación previos a la construcción de los monumentos y las ciudades mismas.

Las pirámides son casi contemporáneas de la Pirámide Escalonada de Saqara en Egipto, pero no son tan colosales ni tampoco tenían una función funeraria, sino que se cree que sirvieron para realizar en su cúspide ceremonias en las que el fuego era un elemento central, según Bezares.

Por alguna razón desconocida, cada 100 o 150 años las pirámides eran cubiertas por nuevas capas de arcilla, paja y piedras, que iban ensanchando su base y aumentando su altura.

Entre los elementos más característicos de Caral está la utilización de un recurso arquitectónico llamada chicra, que consiste en bolsas de juncos entrelazados rellenas de piedras que hacen de ladrillos, y que aún hoy son perfectamente visibles entre los muros de las construcciones.

Además de las pirámides, destacan dos plazas circulares donde también se celebraban ceremonias de "cohesión social", a juzgar por los instrumentos musicales (32 flautas y 38 cornetas) encontrados entre las ruinas, y en un caso se han encontrado restos de un sacrifico humano, sin que se sepa si esto era habitual.

Uno de los últimos descubrimientos de Caral es el llamado "Palacio de Quincha", por el nombre de una técnica constructiva que designa unos muros hechos de troncos de sauce enlazados con juncos y recubiertos luego con barro y piedras, cuya particularidad es su resistencia antisísmica.

Sin embargo, parece ser que fueron los terremotos, asociados a una época de fuertes lluvias y de desgaste social los que, tras 1.200 años de vida, supusieron el fin de una civilización que aún hoy esconde numerosos enigmas.