Hace 40 años, las pantallas de Francia se encontraron con algunas de las figuras más prestigiosas de su cine hablando sobre temas tan ajenos como el desabastecimiento, la defensa del gobierno popular y el avance de las tropas desleales hacia La Moneda. Portaban carnet de identidad chileno y caminaban en supuestas calles santiaguinas, aunque sus rostros eran los de Jean-Louis Trintignant, Annie Girardot o la sueca Bibi Andersson, actriz favorita de Ingmar Bergman. Todos, por convicción o solidaridad, actuaron en Llueve sobre Santiago, la película de Helvio Soto sobre el Golpe de Estado de 1973.

Pequeño mito del cine político de los 70 y posteriormente desacreditada por su propio realizador ("filme de propaganda"), desde ayer Llueve sobre Santiago tiene una sucesora en la ficción fílmica sobre el 11 de septiembre de 1973: con 27 copias, la película Allende en su laberinto, entró a los cines de Chile. La cinta es de Miguel Littin, compañero de generación de Helvio Soto en la politizada escena cinematográfica chilena durante la Unidad Popular. Como Soto, Littin conoció a Allende y, también al periodista Augusto Olivares, que es un personaje relevante en ambas películas. A diferencia de la producción franco-búlgara de Helvio Soto, esta obra tiene un énfasis absoluto en la figura del presidente Salvador Allende (Daniel Muñoz) durante sus últimas siete horas de vida.

Figura abordada en la literatura, en el teatro y hasta en la ópera, el ex presidente socialista ha ido adquiriendo un perfil definido en la ficción. Sus contornos suelen ser heroicos, aunque en la cinta de Littin hay un intento por aterrizar al personaje. En Llueve sobre Santiago no: Allende, interpretado por el actor búlgaro Naicho Petrov, muere acribillado a balazos por militares. De fondo se escucha una dramática composición de Astor Piazzolla, que creó la banda sonora de la cinta.

Aquel mismo año de 1975, el italiano Giuseppe Ferrara (El caso Moro) estrenó en su país Facia di spia, ficcionalización de la intervención de la CIA en el Tercer Mundo, donde aparecían personificados el Che Guevara y Salvador Allende. Tal como en Llueve sobre Santiago, el suicidio no existe y Allende es asesinado.

En este contexto, el documental Salvador Allende (2004) de Patricio Guzmán es otra cosa. El filme evita el análisis del gran conflicto y retrata al ex presidente al nivel de la calle y de los militantes de base, indagando en los recuerdos de los partidarios más anónimos.

En otra órbita se mueve El astuto mono Pinochet contra La Moneda de los Cerdos (2004), cinta de Perut y Osnovikoff que sin anestesia y sin sacralizaciones explora la visión de un grupo de niños y jóvenes sobre la muerte de Allende en La Moneda.

Este año será también el turno del estreno de otro documental: Allende, mi abuelo Allende de Marca Tambutti. La cinta dirigida por su nieta reconstruye al mandatario en el contexto familiar.

Aunque es un personaje literalmente muerto, en la cinta Post-mórtem de Pablo Larraín la figura de Allende se asoma en toda la historia a través de un relato sobre los funcionarios que deben hacerse cargo de la autopsia del cuerpo en un recinto público.

Si en cine las representaciones son aún pocas, en teatro el catálogo es mayor. Están, entre las más recientes, El 11 de septiembre de Salvador Allende (2003), obra de Oscar Castro que a pesar de su título también incorpora pasajes de la vida juvenil del ex presidente e incluso le da a Henry Kissinger la categoría de personaje; Allende, noche de septiembre (2013), de Luis Barrales, representada en su momento por Jaime Lorca en el rol del líder socialista y Patricia Rivadeneira como su secretaria Payita Contreras. Diferente es el caso de Allende, un acontecimiento teatral (2009) de la compañía Teatro Kapital y que en el 2013 llegó en categoría de fusión entre danza, performance y teatro. Y , claro, también está La imaginación del futuro (2013) dirigida por Marcos Layera: en el exitoso montaje de la compañía La Re-sentida, el ex presidente y su circunstancia histórica son sometidos a una propuesta de ficción desinhibida, con mucho humor y una insolencia saludable. El planteamiento, con algo de sarcasmo, sitúa los difíciles últimos días de Allende en el contexto de un< curioso tratamiento comunicacional, con varios ministros de Estado intentando asesorar al presidente.