Las emociones son el motor del ser humano, aquello que nos mueve. De hecho la palabra "e-moción", viene del latín movere y significa "mover hacia fuera". Cada emoción nos mueve con mayor o menor fuerza en alguna dirección; por lo tanto, si ejercer el liderazgo es movilizar desde un cierto lugar a otro, necesito que las personas habiten la emoción que los conectará con la fuerza y dirección donde se encuentra el objetivo a alcanzar.

Las emociones son un fenómeno biológico. Nuestro sistema nervioso y nuestro metabolismo cambian según la emoción que estemos experimentando. El reconocerlo ya nos permite comprender cómo es que ellas nos predisponen a la acción.

Por ejemplo, si sentimos rabia, nuestro sistema nervioso y metabólico nos prepara para defender los derechos que sentimos están siendo vulnerados. En efecto, nuestra irrigación sanguínea aumenta y se dirige a los músculos efectores, retirando parte de la corteza cerebral (entre otros cambios) y nos preparamos para el ataque. Es por eso que una persona con rabia escucha menos, se coordina con mayor dificultad, tendiendo a defenderse y poner límites con mayor facilidad.

El médico psicoterapeuta Norberto Levy explica que las emociones son señales de nuestro mundo interno. Esto es fundamental en el ámbito del liderazgo personal, pues son una fuente importante para descubrir y darse cuenta cómo uno está y qué le está pasando a uno internamente.

Características de las emociones

1. Son contagiosas: El cerebro límbico controla el mundo emocional. Éste tiene una característica importante que se conoce como la "resonancia límbica" y que significa, literalmente, "resonar con la emoción del otro". En contacto con mis emociones puedo sentir tristeza cuando estoy con alguien que está triste. Esta característica es muy importante para el ejercicio del liderazgo, ya que puedo contagiar mis emociones a otros. Y así como se contagia el entusiasmo, también se puede contagiar la resignación.

2. No son puras: Sentimos varias emociones al mismo tiempo. No es que sólo sienta alegría, sino que puedo estar contactado también con la positividad, la gratitud y otras emociones. Incluso con emociones antagónicas, como el amor con el odio.

3. No son ni buenas ni malas: Las emociones nos ocurren y tienen su razón de existir,  nos abren un cierto espacio de posibilidades y nos cierran otros. El hecho de que una emoción me predisponga a la acción no significa que llevaré a cabo esa acción.

4. Hay interdependencia entre cuerpo y emoción: Dependiendo del tipo de cuerpo, es más fácil experimentar algunas emociones por sobre otras. El miedo y la rabia ocurren en cuerpos tensos; la tristeza y la alegría, en cuerpos sueltos y distendidos.

5. Hay interdependencia entre juicios y emociones: Cada emoción está sostenida en un juicio central. Si el juicio cambia la emoción también se modifica. La emoción no le pertenece al hecho, sino a la interpretación que cada uno tenga de él.

Parte de la gestión emocional implica poder conversar con otros de lo que nos ocurre emocionalmente, lo que no es nada de fácil, claramente. Para ello, en muchas oportunidades es más efectivo hablar del juicio que sostiene a la emoción, más que de la emoción propiamente tal. Por ejemplo "qué es lo que te pareció injusto", más que "por qué estás enojado".

Para ello es fundamental manejar la gestión de emociones conociendo las seis emociones básicas (alegría, tristeza, miedo, rabia, ternura, gozo), que son como los colores primarios, ya que la combinación de ellas genera todo el colorido emocional que sentimos. También es necesario conocer la predisposición a la acción que genera cada una de las emociones por sí sola y el juicio base que los acompaña a ambos.

Por ejemplo, la nostalgia tiene la alegría del recuerdo de algo feliz que me ocurrió y, al mismo tiempo, la tristeza de que ya pasó. Siendo nostálgico, la predisposición puede variar, ya que podemos realizar juicios base distintos, dependiendo de cuál de las dos emociones es la predominante. En el caso de que nuestra nostalgia esté dominada por la tristeza de la pérdida, probablemente nos replegaremos, estaremos ausentes, nos ensimismaremos. Esto porque "juzgamos" que perdimos algo que importaba.

¿Pueden compartir alguna situación que dé cuenta de cómo funcionan las emociones?

Tiempo atrás efectuamos una experiencia para vivir la rabia y aprender a reconocerla. Algunos de los participantes, más que otros, vivieron intensamente el proceso. Al terminar, conversamos para aprender.

En esa oportunidad, uno de los alumnos se durmió mientras conversábamos. Otro levantó la mano y nos preguntó a los profesores si nos molestaba que estuviera durmiendo. Le contestamos que no, y en cambio al ver que él si estaba molesto le preguntamos por qué creía que el otro dormía. Dijo que por su falta de compromiso, y que probablemente estuviera trasnochado.

Continuó explicando que él pensaba que no le tomaba el peso a lo que estábamos haciendo. Le contestamos que comprendíamos que dado que él consideraba injusto lo que estaba ocurriendo, le producía rabia; pero que nosotros nos explicábamos de otra forma el por qué dormía. Habíamos visto a ese alumno muy comprometido en la experiencia, al punto de que sentimos que fue el que más experimentó la rabia, y nosotros sabíamos que cuando experimentamos en profundidad una emoción como ésta, el metabolismo genera una enorme fatiga, y este alumno, creíamos, necesitaba dormir.

Este ejemplo nos muestra cómo cada juicio y cada explicación nos llevan a un cierto mundo emocional y depende del observador que somos en ese minuto. Ahora bien, si nuestras explicaciones abarcan más que ciertas experiencias y se nos transforman en las explicaciones de "la vida", es muy probable que se nos quede pegada la emoción y la habitemos como telón de fondo de nuestra forma de vivir. A estas emociones que trascienden el momento les denominamos estados de ánimo. Éstos inciden en todo lo que vemos, es como un papel celofán que está entre nosotros y el mundo, así si este es azul, todo se verá azul. Si mi estado de ánimo es el miedo, todo lo veré como una amenaza.