Para liderar no basta contar con una personalidad concreta o rasgos determinados. Un buen líder es aquel capaz de adaptarse a las necesidades de cada situación y de cada colaborador. Sin embargo, hay ciertas competencias directivas o características que se pueden adquirir y que ayudan a un jefe a dirigir a su equipo de la mejor manera.
Cuando hablamos de competencias nos referimos a comportamientos observables y habituales que conducen al éxito en el desempeño de una función o tarea. Las competencias que se deben medir y considerar dependerán de la organización en particular y de los puestos específicos que se quiera desarrollar.
Un modelo de competencias, desarrollado por el profesor español Pablo Cardona y que se ha validado en diferentes partes del mundo, propone que se pueden distinguir tres dimensiones de competencias directivas: de negocio, interpersonales y personales. El equilibrio de todas es la clave para un liderazgo maduro.
La Estrategia
Las competencias de negocios (también llamadas estratégicas) son aquellas que se dirigen al logro de una mejora económica para la empresa. Dentro de esta dimensión tenemos varias competencias importantes:
Visión de negocio: Capacidad de reconocer los peligros y aprovechar las oportunidades que repercuten en la competitividad y efectividad del negocio.
Visión de la organización: Conocer bien la empresa y comprender la interrelación entre las distintas unidades para poder desarrollar la cooperación entre éstas.
Orientación al Cliente: Satisfacer las necesidades del cliente, cuidando todos los detalles de la relación con él, dando respuestas a sus peticiones y sugerencias.
Gestión de Recursos: Competencia en la utilización de los recursos materiales y económicos de la manera más rápida, económica y eficaz para obtener los resultados deseados.
Negociación: Alcanzar acuerdos satisfactorios para las partes implicadas.
Networking: Desarrollar, mantener y utilizar una amplia red de relaciones con personas clave dentro y fuera de la empresa.
De estas competencias depende que la empresa logre sus objetivos y, por lo tanto, que pueda seguir existiendo. Por este motivo, las competencias de negocios son una condición necesaria, pero no suficiente para alcanzar el éxito.
Si un ejecutivo toma sus decisiones teniendo esta dimensión como único criterio, estará dejando de lado a las personas que trabajan en la empresa y también su propio desarrollo. A largo plazo, esto incidirá en una disminución de la motivación y compromiso de sus colaboradores y posiblemente afecte la propia vida personal y carrera profesional del ejecutivo.
En contacto con los otros
Las competencias interpersonales permiten el desarrollo de las capacidades de los colaboradores y su correcto desempeño en el trabajo. Aquí son importantes factores como:
Comunicación: La capacidad de escuchar y transmitir ideas de manera efectiva.
Gestión de conflictos: La capacidad de diagnosticar, afrontar y resolver conflictos interpersonales.
Carisma y Empatía: Lograr el compromiso de sus colaboradores, conociéndolos, inspirando confianza y motivándolos a conseguir sus objetivos.
Además, el líder debe ser capaz de delegar y hacer un buen coaching, al ayudar a desarrollar el potencial de cada persona. También debe estar capacitado para trabajar en equipo y fomentar la colaboración, comunicación y confianza entre sus colaboradores.
La actitud personal
Las competencias personales permiten desarrollar la confianza y la identificación de los colaboradores. Se refieren a aquellos aspectos del autoliderazgo que promueven el profesionalismo y el rol de ejemplo por parte del ejecutivo.
Aquí es importante que el líder tenga iniciativa, que sea emprendedor y que inicie cambios con energía y responsabilidad. Debe demostrar ambición para establecer metas elevadas para sí y para los demás.
También es clave que sea una persona positiva, con autocontrol, equilibrio emocional, autoconocimiento y autocrítica. Esto se refiere a la capacidad de aceptar las propias limitaciones y errores.
Además, un buen líder tiene que ser capaz de aprender y estar abierto al cambio, para así adquirir nuevos conocimientos y modificar sus hábitos. Por último, el directivo debe preocuparse de su gestión del tiempo, de la información y del estrés.
La gestión del tiempo tiene que ver con aprender a priorizar objetivos y programarse, mientras que la gestión del estrés es la capacidad de mantener equilibrio ante situaciones de especial tensión.