Clavito Godoy, una leyenda de 76 años y entrenador de fútbol desde tiempos inmemoriales, recorre con pasos cortos y rápidos el camarín del Municipal de La Pintana. Saluda a Chiquito Escalante, argentino de 90 kilos y 30 centímetros más alto. Y a Leo Espinoza, el goleador del equipo.
Intercambia, también, una serie de opiniones con Justo Farrán, su escudero. Su equipo, Santiago Morning, está en plena segunda rueda de la Primera B. En la muralla del camarín se ve su pizarra, plagada de flechas y círculos que simulan jugadores. El mito grita, gesticula. Y sentados en una de las bancas, vestidos de jeans y polera, Emanuel López Godoy y Alejandro Muñoz Godoy escuchan todo, en silencio.
No han sido citados aún a un partido, pero hace seis meses son parte del plantel. Tienen 18, juegan de lateral y volante, ambos por la derecha. Nacieron en marzo y agosto de 1998, con 135 días de diferencia. Son primos, casi hermanos, y los apodan Los Clavos. Emanuel y Alejandro son, explicamos, nietos de Clavito, sus herederos. Y representan un caso inédito: entrenan en el primer equipo del Morning bajo las órdenes de su abuelo.
Clavito dice que cuando volvió al Morning, a mediados del año pasado, hizo una limpieza profunda. Renovó el plantel. "Desde un principio les dije que no aceptaba flaites", explica. ¿Y hay flaties?, pregunta La Tercera, con delicadeza. "Antes había, pero los sacamos a todos", responde la leyenda. En esa época habló con Hugo Monárdez, jefe de las divisiones inferiores, sobre la posibilidad de subir algunos juveniles al primer equipo. Monárdez le recomendó nueve jugadores de entre 17 y 18 años. Entre ellos, sus herederos.
Alejandro y Emanuel crecieron juntos en una casona de La Florida y por eso su relación es más de hermanos que de primos. Desde niños, también, acompañaban a Clavito a los entrenamientos y se hicieron adolescentes entre camarines de equipos profesionales y partidos de fútbol. Pero fue recién el año pasado cuando decidieron, al menos intentar, convertirse en futbolistas. Ambos llegaron a los 13 años al Morning y, salvo un paso de Alejandro por Palestino, no se movieron más.
"Somos como hermanos, tenemos la misma edad", dice Alejandro. Y Emanuel agrega: "Sí, somos como hermanos encuentro yo". Los primos hablan por turnos; uno empieza la respuesta y el otro la complementa. Emanuel habla más, responde primero. Alejandro es lacónico y dice frases cortas.
Emanuel salió del colegio en 2015 y el año pasado sólo lo dedicó al fútbol. Este año, dice, hará preuniversitario y en 2017 planea estudiar kinesiología o educación física. Alejandro terminó cuarto medio el año pasado y ya está matriculado para estudiar técnico deportivo. Es la herencia de Clavito, dicen. "En el fútbol nunca sabes, una lesión y hasta a ahí llegas. Nos dice que sin estudios no somos nada", filosofa Alejandro. Emanuel agrega: "Nos pone el caso del Leo Espinoza, que juega y estudia. Si él puede, nosotros también".
No pertenecen a la tribu de los fachas pero, de todas formas, se reconocen medianamente adictos a la ropa. Revisan páginas de internet y copian estilos. Invierten en su imagen. Emanuel, por ejemplo, lleva el pelo corto y un expansor en cada oreja. Alejandro usa jeans rasgados y zapatillas blancas. Los dos están solteros, dicen. Y Emanuel, en este punto, hace una pausa. Duda. Alejandro ríe. "Así como pololeo, pololeo, no es. Aunque igual", dice el lateral. A través de esta entrevista, medita el heredero, le gustaría formalizar la relación.
(Y en ese momento, Emanuel -nieto del mito, lateral de proyección, orejas perforadas- enfrenta la grabadora, toma aire y, en un gesto adolescentemente romántico, dice: "Coni -póngale que su apellido es Lagos para que no crea que le hablo a otra-, ¿quieres pololear conmigo?").
Según Clavito, sus nietos todavía están demasiado verdes para debutar en el profesionalismo. Les falta desarrollar el físico. Y acostumbrarse al roce del fútbol de la B. "Dice que tenemos que dejar de jugar como juveniles, que tenemos que jugar como grandes. Nos están haciendo madurar a todos a la fuerza, tenemos que ser profesionales. Físicamente el cambio es abrupto", explica Emanuel. Y Alejandro sigue: "No nos va a regalar nada. Tenemos que seguir poniéndole empeño no más".
Clavito, el abuelo y entrenador, agrega: "Han ido progresando. Al principio andaban tiritando, los agarraban pal hueveo. O cuando Farrán los retaba, también. Tienen que aprender a manejar la presión porque así son los partidos de verdad".
A Clavito, los dos, sólo le regalan elogios. Repiten, cada cierto rato, que es como un padre para ellos. Sobre todo para Alejandro, que vive con él en Quinta Normal. Explican que ser sus herederos es un orgullo y que lo consideran un ídolo del fútbol chileno, el último entrenador de la vieja escuela.
Su meta, y casi una obsesión, es debutar en Primera B antes que termine este torneo. Y que sea con su abuelo en la banca. Después, los sueños comunes: Alejandro jugar en Colo Colo, su equipo; Emanuel, en cualquiera de los tres grandes.
Y mientras dicen eso, Clavito grita dentro del camarín. El entrenador eterno de 76 años y que todavía no piensa en el retiro da la última charla antes del debut. Porque mientras sus piernas funcionen, anuncia Alejandro, el DT seguirá dirigiendo. Sin el fútbol, sigue Emanuel, Clavito se deprime. Y nadie quiere ver a la leyenda deprimida. Aunque ayer los ladrones lo intentarpn: le robaron dos bolsos que se encontraban al interior de su vehículo en El Barrancón, "Estaba mi carné de identidad, el de entrenador, la licencia de conducir, chequera; la plata es lo de menos, la documentación es importante", se lamenta Clavito.