El 23 de enero de 2002 cambió la historia de Colo Colo para siempre. Ese día, la titular del 22º Juzgado Civil de Santiago, Helga Marchant, decretó la quiebra del Club Social y Deportivo, la corporación sin fines de lucro que presidía Peter Dragicevic y que, entonces, acumulaba millonarias deudas. El detonante fue una por $ 59 millones, reclamada por la Asociación Chilena de Leasing. Luego se sumaron múltiples acreedores. El pasivo albo bordeaba los $ 22 mil millones.
Quince años después, la entidad que ahora encabeza Fernando Monsalve tiene en sus manos el futuro de la institución. De sus votos depende la nueva presidencia, que incluso pudo volver a sus manos el jueves, cuando Paloma Norambuena, una de sus representantes en la mesa de Blanco y Negro (el otro es Pablo Acchiardi), obtuvo cuatro votos en la reunión de directorio que reveló la profunda división entre los máximos controladores de la compañía: Aníbal Mosa y Leonidas Vial. La opción sigue vigente. "Esperamos un proyecto serio antes del domingo a las 21 horas", expresó el Club Social a través de un comunicado.
En la etapa más gris de la historia alba, el síndico Juan Carlos Saffie asumió el control de la institución con la finalidad de darle continuidad al giro. Paralelamente, comenzaba el estudio de las fórmulas que impidieran el peor escenario: la desaparición del equipo más popular de Chile. Finalmente, un proyecto que impulsaron los ex timoneles Eduardo Menichetti y Carlos Ruitort y sustentado por el apoyo técnico de la corredora LarrainVial, creó la estrategia para cancelar los pasivos mediante una concesión del club por 30 años.
La promulgación de la ley de Sociedades Anónimas Deportivas, el 5 de mayo de 2005, resultó clave para fortalecer el nuevo escenario. Por esa misma fecha, se anunciaba el surgimiento de Blanco y Negro S.A. y la firma del contrato de concesión. Ningún activo se vendería. La sociedad se haría cargo de todas las acreencias y le aportaría al Club Social 18 UF mensuales más el importe de las cuotas sociales. Además, la entidad histórica tendría derecho a elegir dos de los nueve directores de la mesa. En teoría (y en la práctica, al menos hasta el jueves) esa medida le quitaba poder de decisión. Para peor, quedaban congeladas todas sus actividades deportivas y comerciales.
De hecho, hasta antes de la irrupción de la directiva de Monsalve -amparada por el movimiento opositor Colo Colo de Todos- todos los timoneles de la Corporación habían sido, al menos en su origen, afines a ByN: Carlos Ruitort, Luis Baquedano, Cristián Varela y Raúl Labán ocuparon el sillón de la sede que ya no funciona en Cienfuegos 41, como hasta antes de la quiebra, sino en un sector contiguo a la tribuna Océano del estadio Monumental. Labán propuso el primer síntoma de rebeldía: después de conseguir la inscripción masiva de 40 mil socios, en marzo de 2014 relanza la rama de básquetbol, ocupando los símbolos y colores que el contrato le impedía, y gana la Liga Nacional.
Sin embargo, la aventura duraría poco. En marzo de 2016, en virtud de la inviabilidad económica del proyecto, que terminó con deudas con técnicos y jugadores y pérdida de puntos, el ala cestera alba volvía al congelador. "Sólo seguiríamos en el básquetbol si teníamos los recursos, pero no se consiguieron", explicó, en su momento, Richard Franjola, vicepresidente de la rama y actual titular de la cooperativa Vámonos Quiñones, de donde surgió Norambuena, la insospechada carta del Club Social para volver a mandar en sus dominios históricos.