No tiene que ver solamente con los números principales, con los que más gente convocan y que son los llamados a encabezar los carteles del festival. Coachella se ha ganado un buen nombre en la cartelera anual de encuentros masivos, precisamente porque cumple con el mainstream, con los grandes nombres que financian el negocio (Jay Z que cerró la jornada inaugural, sin ir más lejos), pero también con los nuevos músicos, con los emergentes.
Porque, a pesar de sutilezas programáticas y mejores ediciones que otras, este encuentro no ha fallado nunca en sus 11 ediciones en el intento de tener un festival de música que esté a la altura de las grandes ligas y que los deje a todos contentos.
El encuentro que terminó el domingo en el club de polo Empire, de Indio, en California, y ante unas 60 mil personas (el promedio de asistencia que se vio en las tres noches), cerró una versión que alternó saludablemente entre los grandes artistas y los que vienen pidiendo cancha. La tercera jornada y final tuvo una cartelera potente: Gorillaz, Thom Yorke (el cantante de Radiohead con su proyecto paralelo llamado Atoms for Peace, junto al bajista Flea y el productor Nigel Godrich), Phoenix -uno de los shows más exitosos del día- y el retorno de una vieja gloria de los 90 llamada Pavement.
Pero también escenificó el desfile de una tropa de nuevos nombres que difícilmente encontrarían una vitrina de este calado en otro festival de similares características. Florence and the Machine, Mayer Hawthorne and the County y B.o.B. fueron sólo algunas de las bandas emergentes que tuvieron shows consagratorios en la última jornada de Coachella. El criterio editorial de este certamen está muy claro: clásicos y gente joven. El culto a la historia de Devo (uno de los recitales más vibrantes del sábado), pero también el espacio para que Band of Skulls o Avett Brothers muestren lo suyo.
También llama la atención la representación del otro lado del Atlántico. The Specials, Public Image Limited, Muse, Gorillaz y The Gossip fueron sólo algunas de las bandas británicas que llegaron para cobrar lo que les pertenece y sin tener que estar pidiendo permiso como habitualmente sucede en estos casos. Su espacio estaba asegurado al igual que para otros como MGMT, Hot Chip, Grizzly Bear y Passion Pit, que consagraron su ascenso en este escenario cada día más importante.
En la jornada final, la del domingo, también brillaron Spoon y Julian Casablancas, que mostró disco solista, aunque no eludió el cancionero de The Strokes. Y en la medianía de la exigencia, asomaron Yo la Tengo, De la Soul y Deerhunter. El resto, con matices de estilo y horarios, confirmó la tesis de que este festival hay que caminarlo y caminarlo hasta encontrar lo que se anda buscando. Y que, a pesar del éxito predecible para los que cobraron más caro, este sigue siendo el sitio perfecto para celebrar a los grandes y sacar cuentas con los que vienen acercándose por el camino.