El autobús comienza a ascender por una serpenteante carretera para salvar el sinuoso trazado que le plantea el cerro. Es noche cerrada en el desierto, pero hay bastante luz porque la luna ilumina el recorrido como una gigantesca lámpara de gas. Una vez arriba, el paisaje se vuelve inexpugnable. No hay rastro de vida más allá de las decenas de cruces de madera y animitas, que los lugareños han ido dejando en recuerdo de sus difuntos, en los márgenes de los caminos. Huellas de amor y muerte.

Tras una última estribación a la izquierda, aparece al fin la silueta de El Salvador, como una constelación más o menos geométrica en medio de la nada. Las débiles luces de neón del campamento minero se confunden con el manto de estrellas. Son las 10 de la noche y las calles de la localidad se encuentran vacías, solitarias, doblemente desiertas. Tan solo una docena de perros, trotando en manada, patrullan la ciudad.

Por la mañana, el lugar se ve diferente. Los grandes montículos de tierra que se ciernen sobre la población y el extraño trazado urbano, con forma de anfiteatro romano, confieren a El Salvador un aire aletargado, como de otra época. El calor sofoca desde muy temprano.

Luis Guerra nos recibe a la sombra, consciente, tal vez, de que su historia es larga. Ha dedicado su vida a casi todas las profesiones que uno puede ser capaz de imaginar. Ha sido panadero, carnicero, lustrador de zapatos, empresario, gerente de hotel y hasta dueño del que fue, en su día, el supermercado más moderno de la Tercera Región. Salvadoreño de adopción, Luis fue también uno de los socios fundadores de Cobresal, allá por 1979.

Hoy tiene a su nombre dos hosterías y es una auténtica enciclopedia futbolística a la hora de revivir el primer esplendor de la escuadra albinaranja. "Cobresal fue a la Libertadores en el '86, y le tocó en el grupo con América y Deportivo Cali, que eran equipos muy poderosos en aquellos años. Como era el equipo chico, a Cobresal lo mandaron primero de visita, a Colombia, y sacó dos empates. Podría haber clasificado, porque no perdió ningún partido, pero no le dejaron. Contra Católica, se cobró un córner que no era y el partido acabó en empate. Ese fue el final. La mafia del fútbol es así", denuncia el ex dirigente, quien teme que algo parecido pueda volver a suceder en el desenlace del presente Clausura: "Este semestre están jugando bien los chicos, pero pensar en ganar el campeonato, con Colo Colo tan cerca, es difícil. Al final los acabarán bajando con un mal arbitraje", sentencia.

Guerra, que asegura haberse ido alejando del mundo del fútbol con el transcurso de los años, todavía se emociona al regresar mentalmente a la tarde en que la ANFP visitó El Salvador para evaluar si el estadio El Cobre cumplía con los estándares exigidos para competir en el profesionalismo. "Fue lo más maravilloso que viví como dirigente. ¿Tú has visto dónde está el estadio?, ¿has visto lo que hay alrededor? Para conseguir este césped, se trajo tierra desde Copiapó, se empezó a trabajar por capas, 24 horas al día, y mira lo que conseguimos. Ese pasto es la octava maravilla mundial", exclama el que fuera vecino de Iván Zamorano en la época en la que el jugador defendía los colores del cuadro minero.

Hoy son otros los futbolistas que representan a la entidad en la élite del balompié chileno. "Futbolistas que no están endiosados, como en otras partes",  advierte Guerra, y que han conseguido situar, luego de nueve fechas, al conjunto atacameño en lo más alto de la tabla clasificatoria. La premisa, tan sencilla como clara: comportarse como un equipo dentro y fuera de la cancha. "Esto más que un equipo es una familia. Y lo que se está logrando es el resultado del trabajo, porque no tenemos aquí ninguna figura", explica Eduardo, kinesiólogo del club, a modo de presentación.

Aislamiento y unidad

"El plantel está muy unido. En un lugar como este se termina sabiendo todo, porque, como suele decirse, 'Pueblo chico, infierno grande'. Por eso te puedo asegurar que este año la unión es real". Así de contundente se muestra a la hora de analizar el ambiente que reina en el seno de la entidad, Cristian Cortés, quien se define a sí mismo como "la persona más cercana al club de entre todos los externos". Y puede que sea cierto, pues su dedicación a Cobresal, en la mayoría de los casos desinteresada, resulta poco menos que encomiable. Y es que Cortés, que en estos momentos se encuentra inmerso en una campaña de captación de socios, refugiándose del sol bajo una carpa situada frente a la céntrica Plaza de la República, ha estado presente en todos los partidos que su equipo ha disputado esta temporada. Dentro y fuera de El Salvador, ese lugar apacible y aislado que, como reconoce el propio DT, Dalcio Giovagnoli, "a primera vista, intimida e impacta".

Un impacto que, sin embargo, ha resultado decisivo a la hora de forjar el carácter del equipo y que tiene buena parte de la culpa del estrecho vínculo que se ha generado entre los integrantes del plantel. "Creo que no existen equipos que logren grandes objetivos sin tener un grupo unido y un ambiente acogedor. El Salvador, por sus características, te da eso. En una ciudad más grande, vas del entrenamiento a casa y el contacto que puedes tener fuera es poco o nada. Acá estamos todos en la misma", confiesa el central argentino Federico Martorell. "La ciudad de El Salvador es un tema que te complica un poco, porque aquí no tienes mall, no tienes centro, pero creo que eso propició que el equipo se afiatara más", completa su compañero de camarín Johan Fuentes. Una realidad que, como indica Matías Donoso, autor la pasada fecha de un importantísimo hat trick ante Católica, en ocasiones es difícil de llevar: "Este lugar te obliga a tener que compartir con tus compañeros, y eso es lindo, pero también es duro saber que vas a estar tan lejos de tu familia. En mi caso, una de mis hijas está en Santiago, y cuando uno se propone venir aquí, sabe que tiene que sacrificarse para que todo funcione".

La situación de aislamiento en que se encuentra situado, en términos geográficos, el campamento minero; la crudeza de su clima; y la escasa densidad poblacional de una localidad que, con aproximadamente 8.000 habitantes, es menor que el aforo de su estadio; confieren una importancia capital a la búsqueda de entretenimientos y pasatiempos compartidos. "Ellos saben que el día que tienen libre, la playa está a 100 kilómetros, para canalizar un poco. Y el resto del tiempo se manejan bastante en cuanto a las reuniones, a los asados, al póker. La pasan bien y creo que eso ha fortalecido al grupo. Lo mismo sucede en los viajes. El último mes hicimos alrededor de 9000 kilometros, muchos de ellos en autobús. Y ahí el grupo se repliega para mal o se fortalece, y aquí está sucediendo lo segundo", remarca Giovagnoli. "No me gustaba el póker. Llegué acá y empecé a jugar póker por el Paco Sánchez, que es el que nos metió a todos en el vicio. Acá me convertí en jugador de póker, pero amateur nomás", confiesa sonriente Matías Donoso, uno de los tantos futbolistas del plantel que diariamente se dan cita en el Club Social Rayuela para almorzar, cenar o continuar formándose en el arte de los juegos de cartas. Unas cartas que, al menos por el momento, parecen estar dándole la razón a Cobresal. Un conjunto que hace fechas que ha dejado de ir de farol sobre el tapete del campeonato chileno.

Fuerza y temple minero

"Esta es una zona de mucha gente trabajadora, que trabaja siete por siete, catorce por catorce, y por ahí uno viene y busca darle un poco de alegría. Después de estar peleando el descenso los últimos años, pelear ahora los primeros lugares, es una gran alegría para todos". El que habla es Paco Sánchez, lateral derecho del elenco albinaranja, para quien la realidad de El Salvador -y por extensión, de su equipo- no podría ser interpretada sin contemplar lo que representa en este lugar el sector de la minería. Y es que la relación que existe entre la empresa Codelco -encargada desde 1971 de la explotación de la mina de cobre excavada en uno de los cerros de la población- y la entidad deportiva, siempre ha sido indivisible. Tanto es así, que futbolistas y cuerpo técnico de Cobresal habitan en viviendas cedidas por el club previa asignación de Codelco, y en las que se encuentran exentos del pago de cualquier tipo de retribución en concepto de arriendo, agua o luz.

Una situación que explica el temor manifestado en más de una ocasión por parte de la entidad ante un hipotético cierre de la mina y el consiguiente traslado de la sede del club a otra localidad. Algo que, los más optimistas, prefieren obviar: "La mina lleva cuarenta años cerrando, y ahí sigue", reflexiona Luis Guerra.

Sea como fuere, la "fuerza" y el "temple minero" han sido desde siempre los dos principales valores en torno a los que se ha erigido la institución deportiva de Cobresal. Dos consignas que, el técnico argentino del cuadro salvadoreño, reconoce que sus jugadores han sabido asimilar: "Nosotros siempre tratamos de dedicar las victorias al personal que trabaja en la mina, porque debe ser una de las actividades más duras que existen sobre la faz de la tierra. Y eso es un poco lo que se nos ha podido contagiar".

El estadio El Cobre se vestirá mañana de gala para recibir a Unión La Calera en partido válido por la décima fecha del torneo clausura. Un choque que servirá para evaluar las aspiraciones reales de los pupilos de Giovagnoli en el campeonato doméstico, con la posibilidad de conquistar el primer campeonato de liga de su historia en el horizonte. Una empresa complicada, pero nunca imposible. Y es que pocas cosas parecen imposibles en el corazón del desierto de Atacama. El único desierto del mundo que, producto de las escasísimas lluvias que tienen lugar en la región, llega incluso a florecer. El desierto florido es un fantástico espectáculo que no se vive todos los años. Un desafío de la naturaleza contra la naturaleza misma, una maravillosa rareza, como el milagro Cobresal.