Los sicólogos hablan de creencia limitante. Los futboleros son más directos y le llaman arrugue, cagadera. Los especialistas apuntan a los errores tácticos, a las tonteras de la banca. Los azules agradecen la ayuda divina. En fin... tantas explicaciones para un mismo desastre y da lo mismo cuál es la correcta. Lo real es que Colo Colo se derrumbó en el peor momento. En el paso clave por la corona. En el Monumental, lo que es peor, con el empate 1-1 con Antofagasta. El peor escenario posible para Guede y sus dirigidos. La punta ya no es blanca, sino del archirrival. Es de la U.
A disipar dudas. A matar. Así salió el cuadro popular. Con rostros serios, mirada hambrienta. Y se notó, porque la primera media hora fue entera para el dueño de casa. La pelota duraba segundos en poder de Antofagasta, impotente frente a la presión.
Primer paso logrado. El segundo era traducir ese dominio en ocasiones de gol. También se cumplió, porque Manuel García sacó se lució ante remates de Jaime Valdés y Esteban Paredes, a quemarropa el segundo. El tercer paso, por ende, era adueñarse del marcador. Y esa tarea igual se concretó, con la anotación de Octavio Rivero a los 23. La fiesta estaba casi completa en el Monumental. En la cancha había un equipo, el de escudo mapuche.
A los de Guede, sin embargo, les faltó un mandato para completar la tarea perfecta en el primer tiempo. El de asegurar el triunfo. Sacar una ventaja más expresiva, adecuada para lo que se veía en el campo. Noquear a un rival entregado. En eso falló y después lo sufrió, con lágrimas incluidas, porque los nortinos, sin llegar a ser protagonistas, poco a poco empezaron a sentirse más cómodos. Lógico, la presión alba decayó y Antofagasta, incluso, se acercó al empate, con un tiro libre de Droguett.
El 1-0 del primer tiempo era justo, pero dejaba un aire de dudas. Un tufillo de temor de cara al complemento, especialmente porque en Rancagua la U ya estaba en ventaja. Con los azules venciendo a O'Higgins, el margen de error era cero para Guede y los suyos.
Entonces Colo Colo sufrió un ataque de vértigo. Se nubló en la cancha y también en el banco, con cambios erráticos, inexplicables. Salió Rivero, que las había ganado casi todas (Paredes se quedó en el campo sólo con el nombre); salió el fantasma Fernández, lo que obligó a Valdés a jugar como enganche, sin el espacio que tiene (y aprovecha mejor) viniendo desde atrás.
Los Pumas crecieron. Con argumentos precarios, complicaron a la zaga alba. Álvaro Salazar empezó a trabajar y alcanzó a salvarle el pellejo a su escuadra. Sacó con los pies un cabezazo de Flavio Ciampichetti. El tema de los arqueros, sin embargo, sigue siendo el calvario del Cacique. Salazar falló groseramente en un córner y le regaló el gol a Gonzalo Villagra. Las pifias por el bajón en Macul dieron paso a las críticas y las rechiflas. No quedaba de otra, nuevamente Colo Colo se disparaba en los pies. En los pies, en la cabeza y en el corazón.
Arrugaron. Todos. Los jugadores, Pablo Guede. Todos. Y fueron castigados por ello. El título se les fue de las manos. Festeja la U y Colo Colo va camino al cementerio.