La decisión de la dictadura venezolana de sacar a Leopoldo López, su preso político más emblemático, de la cárcel de Ramo Verde y enviarlo a su casa en condiciones de arresto domiciliario ofrece lecturas muy distintas.

Dos de ellas viajan hoy de boca en boca dentro y fuera del país. Una señala que él y su familia, especialmente su esposa Lilian y su madre Antonieta, cuya heroica lucha por su libertad ha dado la vuelta al mundo, negociaron con el gobierno de Maduro la llamada "casa por cárcel". Según esta interpretación, el precio que ha aceptado pagar Leopoldo es el abandono de la lucha en las calles que él mismo, junto con la opositora María Corina Machado y el ex alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, también bajo arresto domiciliario, bautizó como "La Salida".

La otra versión indica que en realidad no solo no hubo una negociación sino que se trató de una derrota de Maduro: acorralado por las protestas masivas que llevan cien días y a las que el chavismo ha respondido matando a casi cien manifestantes, hiriendo a centenares de ellos y deteniendo a otros tantos, pretendería evitar el desmoronamiento de un régimen agonizante.

¿Dónde se encuentra la verdad? No se trata aquí de buscar el justo medio aristotélico porque este contexto no lo permite, sino de examinar la conducta de los distintos involucrados. ¿Hay algo en la conducta de Leopoldo o de Lilian Tintori hasta ahora que permita señalar que han cedido a la presión del gobierno a cambio de poner fin a la trágica condición en la que lo tenía preso? No. Al contrario, ellos siguen apoyando lo más importante que hay hoy en el calendario político de la Resistencia democrática: la consulta de este domingo, en la que la oposición, sin la autorización de Maduro, pedirá a los votantes responder "sí" o "no" a tres propuestas que buscan poner fin a la dictadura.

La primera de ellas plantea el rechazo a la Asamblea Nacional Constituyente que, violando la Constitución vigente, Maduro y compañía han convocado para el 30 de julio a fin de deshacerse de la actual Asamblea Nacional, de mayoría opositora. La segunda plantea a las Fuerzas Armadas hacer respetar esa misma Constitución. La última, en frontal desafío al oficialismo, plantea renovar los poderes públicos, instalando un gobierno provisional que convoque elecciones.

El apoyo activo y resuelto de la familia López a esta consulta después del traslado de Leopoldo tiene mucho más peso que cualquier chisme o conjetura. El dirigente opositor sigue buscando la transición democrática. Mientras no dé señales de lo contrario, es una cruel acusación la que se le hace.

Examinemos la segunda hipótesis: que Maduro, contra las cuerdas, ha tenido que ceder a la presión porque ya no posee la fuerza para sostener el "statu quo". Hasta ahora mantiene las elecciones inconstitucionales del 30 de julio mediante las cuales pretende dar el salto definitivo al régimen totalitario, en el que ni siquiera los muy limitados espacios de acción opositora y actitud crítica sean tolerados y en el que las instituciones republicanas, ya en ruinas, cedan el paso a un sistema de inspiración cubana.

Además, continúan en la cárcel unos 400 presos políticos y algunos miles de detenidos provisionales. Del mismo modo, siguen activos los esfuerzos para sofocar la disidencia cada vez más incómoda que le ha salido al frente a Maduro desde el propio Estado chavista, empezando por la fiscal general, Luisa Ortega, a la que sigue intentando desplazar.

El clima callejero, por lo demás, es el mismo de los últimos meses: un despliegue represivo abrumador, del que forman parte esos "colectivos", en verdad fuerzas paramilitares armadas por el chavismo y públicamente respaldadas en infinidad de ocasiones por Maduro, que han ejercido la espeluznante violencia contra los manifestantes de la que el mundo entero ha sido testigo. Los encarcelamientos siguen a la orden del día, como el del diputado en el Consejo Legislativo de Barinas, Wilmer Azuaje, al que una fotografía altamente desagradable muestra encadenado a un tubo o escalera metálica en una celda del Sebin (el servicio de inteligencia) de aspecto infecto.

Nada de esto -y tampoco los rumores intensos pero no confirmados de que Maduro está negociando su exilio con la Rusia de Vladimir Putin- permiten colegir que el gobernante chavista está derrotado y que la liberación a medias de López es una concesión enteramente forzada por circunstancias ajenas a su voluntad.

No: mi interpretación es que se trata de un paso táctico, soplado al oído por Cuba, maestro en estas cuestiones, aprovechando a esos caballeros tan útiles al régimen -los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero, Martín Torrijos y Leonel Fernández- que con la "casa por cárcel" de Leopoldo pueden ahora dar fe de las buenas intenciones del gobierno (y, sin necesidad de decirlo, de la intransigencia de la oposición). Porque ya está en marcha, nuevamente, la maquinaria, que el gobierno activa cada vez que lo quiere, de la "negociación" política que tanto ha servido en el último año para desmovilizar a parte de la oposición cuando fue necesario o para acentuar las inevitables divisiones internas entre los adversarios.

Esa negociación, por cierto, no debe descartarse cuando las condiciones permitan que la transición a la democracia sea su objetivo. Como sucedió en países como Checoslovaquia (cuando todavía se llamaba así) y Polonia en las postrimerías del comunismo. Pero ni el gobierno ni sus amigos externos han ofrecido demostraciones de que ese es su propósito. La impresión que transmiten es que pretenden una dictadura con menos protestas y, por tanto, menos presos políticos y menos represión. Pero una dictadura al fin y al cabo, que es lo que representa la continuidad de un régimen que desde hace muchos años nada tiene que ver con la legalidad y la Constitución (una Constitución que se dio a sí misma el propio chavismo y que ha probado ser irónicamente insuficiente apara terminar de instalar el sistema totalitario a la cubana).

En cualquier caso, esta sería una muy mala noticia. Es una noticia infinitamente peor en el contexto de la barbarización de la vida social producida por el hambre, la ausencia de medicinas, el colapso de la producción (incluso de la petrolera, que ha caído a 1,9 de millones de barriles diarios), la desmoralización y desconfianza que se han extendido al grueso de la población. Eso es lo que indican esas encuestas que hoy sitúan el repudio al gobierno en alrededor de un 80%. No de otro modo se explica, además, que a pesar de la represión que vienen soportando, los venezolanos sigan en las calles jugándose la vida.

La única buena noticia en este acongojante contexto es la unidad creciente del país en favor de una salida democrática. El chavismo ha logrado -y quizá esta sea una de sus mayores derrotas- que el rechazo a lo establecido hermane a venezolanos de todas las condiciones sociales. Hasta hace pocos años, era común ver que solo el este de Caracas (la parte más pudiente) se manifestaba con denuedo contra el chavismo; de un tiempo a esta parte, el oeste se ha sumado y los barrios pobres, muchos de los cuales eran bastiones chavistas, han pasado a la ofensiva, motivados por la desesperación.

Si este domingo la oposición, es decir la Mesa de la Unidad Democrática, logra llevar a cabo la consulta popular que el gobierno rechaza, veremos a millones de ciudadanos de toda condición responder un "sí" contundente a las tres preguntas. Si el gobierno impide su realización, no será porque la inmensa mayoría de los venezolanos ha querido expresar con su ausencia en las urnas la satisfacción por lo establecido, sino porque el aparato represivo se salió con la suya. En cambio, si el 30 de julio las elecciones inconstitucionales para la Asamblea Nacional Constituyente convocadas por el gobierno expresan el verdadero sentimiento popular, el ausentismo será masivo. Si no, la asistencia de votantes sólo podrá ser achacada a la movilización de empleados públicos, la intimidación, o un fraude (se ha abolido la tinta indeleble, de manera que nada impedirá a los ciudadanos que se presten a votar dos, tres o cuatro veces).

La frágil realidad no permite todavía esperanzarse en una salida para Venezuela que no pase por la lucha en las calles contra la dictadura, probablemente a un costo cruel en vidas humanas y energía social. Pero es evidente que el gobierno es hoy más débil que hace unos meses, que su aislamiento internacional es más agudo (con excepción de esos países caribeños a los que tiene presionados en la OEA) y que no encuentra la forma de sofocar la protesta por mucha violencia que ejerza contra ella. Quizá el momento en que el gobierno arroje la toalla y quiera negociar en serio no está demasiado lejano.

Precisamente porque parecen conscientes de ello, varios oficialistas han roto filas con Maduro en estos días, incluyendo a ese grupo de "chavistas críticos" entre los que hay una ex defensora del pueblo, un miembro del grupo Marea Socialista y diputados actuales. Todos ellos han rechazado por ilegales las elecciones convocadas por Maduro para instalar una Asamblea Nacional Constituyente y han respaldado la consulta popular convocada por la Mesa de la Unidad Democrática.

Por si esto fuera poco, la fiscalía se ha convertido en un foco de resistencia. La labor que viene cumpliendo, con valentía Luisa Ortega es secundada por otros fiscales y empleados del Ministerio Público, a juzgar por el hecho de que no han permitido, hasta ahora, que tomen posesión de sus cargos los fiscales obedientes que Maduro ha designado para reemplazar a los que se le han rebelado.

La lección de la historia es meridianamente clara: mientras no haya una señal inequívoca de que el gobierno quiere negociar la transición -no una mejora de las condiciones carcelarias de los presos de conciencia u otras cuestiones tácticas sino el retorno pleno de la democracia-, carece de sentido cejar en el esfuerzo que ha venido desplegando la oposición en estos durísimos meses. A menos que –y no es el caso- la oposición haya abandonado todo espíritu de lucha, convencida de que no hay luz al final del túnel y agotada de tanto sacrificio sin recompensa.

Eso significa que la Mesa de la Unidad Democrática deberá superar la prueba a la que ahora la vuelve a someter el régimen, como hace unos meses, cuando la dividió en torno a otro "diálogo" engañoso y provocó su división. Desde que en 2010 la oposición se unió, le ha sido posible obtener logros importantes aun si la permanencia de la dictadura da la impresión contraria. Solo en los periodos de división pudo el chavismo hacerse fuerte y reducir significativamente la capacidad de respuesta de sus adversarios.

Es una lección que seguramente Leopoldo, desde su casa, convertida hoy en una cárcel más amable que la anterior pero aún llena de restricciones, tendrá muy en cuenta.