Hace unos meses éramos muchos los que dábamos a Marco Enríquez-Ominami por muerto. El combo del escándalo (SQM + avión brasileño) parecía haber acabado con el otrora "niño terrible" de la política chilena. Quería bajar dignamente su candidatura, perdiendo unas primarias que le dieran un paraguas a su escorado PRO. Pero no se lo permitieron. Cuando intentó cobrar su menguante capital político negociando con la Nueva Mayoría o el Frente Amplio, recibió sendos portazos en la cara.

Quien hace apenas dos años era el político mejor evaluado en la CEP, ahora marcaba 0% (sí: 0) en la encuesta Adimark. Estaba formalizado como facilitador de 326 boletas y facturas ideológicamente falsas. Quedó con arraigo nacional y firma quincenal. Estaba muerto.

Entonces actuó como el boxeador que está contra la lona y a punto de caer. Comenzó a lanzar golpes a todos lados. Se victimizó por ofensas reales e imaginarias. Atacó sin piedad a quien apareciera por delante. Dio cuñas llamativas en una campaña que languidecía por lo plana. Le habló una y otra vez a Piñera, aunque de vuelta hubiera solo un silencio despreciativo. Llegó a parecer una parodia de sí mismo. Y entonces comenzó a revivir.

¿Cómo? ME-O aprovechó el vacío que dejó en algunos electores de centroizquierda el tándem de periodistas Guillier-Sánchez. Ante dos candidatos proclives a las generalidades, Enríquez-Ominami demostró manejo del detalle de las políticas públicas. Ante dos postulantes que más que líderes parecen voceros, MEO contrastó su posición de caudillo absoluto de sus huestes. Frente a la inconmovible pasividad de Guillier y al tono pausado de Beatriz, Marco les dio en el gusto a los electores que clamaban por alguien que enfrentara directamente a Piñera.

Es el hombre para ese puesto. En el fondo, ME-O y Piñera se parecen más de lo que quisieran. Ambos son audaces, con mucha ambición y pocos escrúpulos. Ambos son tiburones políticos, hábiles en oler la sangre y atacar el flanco débil de su adversario. Ambos ven oportunidades donde otros solo temen problemas. Ambos entienden la política como un deporte de contacto, y de alto riesgo.

En su estrategia, ME-O también se sobreactuó. Desaprovechó su gran oportunidad (el debate de Anatel), intentando inflar un escándalo sobre un whatsapp.

Y volvió confuso su mensaje al meter, en la misma cuña televisiva, hirientes ataques contra Guillier con llamados a la "casa de la unidad". Esquizofrenia política pura.

En la última CEP, Marco saltó de 1,8% a 4,7%, pasando del fondo de la tabla a los puestos medios junto a Goic y Kast. En su comando sueñan con un cuarto lugar que lo convierta de nuevo en un actor relevante, más si su partido consigue algunos asientos en la Cámara de Diputados. Es una meta modestísima: no desaparecer del escenario político. Muy poco para alguien que se vislumbraba en camino directo a La Moneda, pero casi una hazaña para quien hasta hace poco no pasaba del margen de error de las encuestas.

Y con eso, tal vez ME-O pueda soñar con una resurrección similar a la de Piñera, también lastrado en su momento por escándalos y derrotas que parecieron poner fin muchas veces a su carrera política. Dependerá de varios factores, partiendo por la investigación de la fiscalía en su contra. Y de algo más inmediato; que este domingo obtenga, al menos, el premio más modesto de cualquier concurso: un "siga participando".