Sandro fue el último gran ídolo argentino. De verdad no creo que haya nadie que se le pueda comparar. Por trayectoria, por su personalidad, por todo lo que lo rodeaba, que era mucho más que un tipo que subía a un escenario a hacer lo suyo.
Incluso ahí, en la tarima, era muy diferente al resto: Sandro prendía fuego al local, las mujeres se volvían locas, a veces era difícil poder escuchar lo que estaba cantando por el nivel de bullicio que había en sus recitales.
Sin embargo, una vez que terminaba, se iba a su casa a cenar. "Me están esperando, tengo que llegar a la hora", me decía como si fuera otra< persona. Digo, no la que estaba ahí en la tarima desatando esa energía. Y pasaba así porque era dos personas a la vez: Roberto Sánchez, el hombre de la casa, y Sandro, el artista.
Los que conocimos al hombre, a Sánchez, sabemos cómo era. Nunca salía mucho de casa, pero le gustaba llamar y hablar por teléfono. Cuando llamaba a mi casa, pedía hablar con todos: con mi esposa y mis hijos. Era muy inusual para este mundo que llamara incluso después de los shows. Por ejemplo, si alguna vez me veía en televisión, esperaba un rato y llamaba para felicitarme.
Era un tipo muy divertido, muy cálido y comunicativo, muy amigo de sus amigos y muy astuto en crear ese halo de misterio en torno a él. Celoso de su privacidad, pero franco para admitir sus vicios como el cigarrillo, por ejemplo. Era un hombre muy especial, por eso no creo que haya nadie que sea tan ídolo como él fue.