Como era de esperar, la última encuesta del Centro de Estudios Públicos correspondiente a los meses de julio-agosto de 2017 ha provocado múltiples reacciones y análisis, sobre todo en lo que respecta a sus mediciones de las opiniones político-electorales.
Es natural que se haya prestado menos atención a otras percepciones de los chilenos que la encuesta mide, las cuales pueden ser, sin embargo, útiles para reflexionar sobre las decisiones políticas que finalmente los electores tomarán.
Estas percepciones reflejan un cierto estado de ánimo sobre los asuntos encuestados que no coinciden necesariamente en ocasiones con la oferta discursiva que les presenta el mundo político.
Analizándolas, da la impresión, por ejemplo, de que no calzan con la visión de profundo desamparo e injusticia permanente que plantea la izquierda radical. Los chilenos, de acuerdo a esta encuesta, parecerían no sentirse en un infierno social y tampoco en un páramo económico.
Cuando les preguntan por "su satisfacción personal con la vida", un 65 % se sitúa en un rango muy alto de satisfacción y muy pocos, apenas un 8%, se colocan en un rango bajo.
Curiosamente, cuando responden por la satisfacción de sus compatriotas, encuentran que los demás están algo peor que ellos, pero no se trata de un descenso dramático. En general, muy pocos chilenos aparecen al borde de la crisis de nervios. La misma tendencia se presenta en relación a las preguntas sobre la situación económica presente y futura. También en sus respuestas al revés de la que dice el antiguo refrán piensan que el césped de su jardín es más verde y más brillante que el de su vecino.
Sólo el 14% considera que la situación económica del país atraviesa un estado de decadencia, aun cuando con realismo el 69 % considera que el país está económicamente estancado. Los optimistas de fierro que piensan que estamos progresando son apenas el 16%.
Sin duda, es una percepción que no se acerca a lo óptimo, pero que se distancia fuertemente de la visión de derrumbe apocalíptico planteada por voceros de la derecha.
De otra parte, el 53% considera que su situación económica no es buena ni mala, el 26% la encuentra buena y el 21% mala, y la mirada que tienen sobre el futuro es más bien serena tirando para optimista: el 57% piensa que va a seguir igual, el 37% que va a mejorar y sólo el 4% que las cosas van a empeorar.
Estas percepciones reflejan un cierto estado de ánimo sobre los asuntos encuestados que no coinciden en ocasiones con la oferta discursiva que les presenta el mundo político.
Cuando responden las mismas preguntas, ya no sobre su situación personal, sino del país en su conjunto, la mirada se vuelve más sombría, pero no de manera exagerada.
¡Difícil imaginar el asalto del palacio de invierno con este estado de ánimo!
La encuesta señala también que los problemas a los cuales el gobierno debe prestar más atención son la delincuencia, la salud y la educación, y plantea una serie de preguntas sobre la salud y la educación superior.
En referencia a la salud, el 40% señala estar bastante satisfecho con la atención que recibe, el 28% la encuentra reguleque y el 32% expresa distintos grados de insatisfacción.
Estas cifras se vuelven mucho más críticas cuando se refieren al sistema de salud existente en Chile, ahí sólo el 26% muestra satisfacción, el 27% lo encuentra reguleque y un amplio 47% se encuentra en algún grado insatisfecho.
A través de estas y otras respuestas se puede concluir que las personas aprecian la calidad del personal de salud que los atiende, pero consideran que el sistema como tal presenta muchas debilidades, tanto en lo organizacional como en lo material.
Sin embargo, confiesan recibir con frecuencia atenciones médicas y realizarse exámenes.
También perciben una mejoría del funcionamiento del sistema entre 2011 y 2017.
En síntesis, se percibe un sistema de salud con bastantes problemas, pero no el de una situación de indefensión generalizada.
En relación con el tema de educación superior, las respuestas muestran que la gente ve en el acceso a la educación superior la vía real para que sus hijos obtengan mayores ingresos y mejores trabajos, bastante más abajo aparecen temas más integrales, como el desarrollo personal y las aspiraciones vocacionales.
Las preocupaciones aparecen ligadas al endeudamiento posterior o a la valoración insuficiente de los futuros empleadores respecto de los títulos obtenidos.
Se aspira a que nadie quede fuera de la educación superior por falta de recursos, a una buena calidad de esa educación y, en tercer lugar, a que nadie obtenga lucro en la educación superior.
Está casi ausente el tema de la estatalidad o no estatalidad de los establecimientos que tanto atormenta a algunos rectores.
De manera mayoritaria (68%) se piensa que debería aumentar el número de estudiantes de educación superior y aparece dividida la opinión en torno a si la gratuidad debiera ser sólo para los que tienen menores recursos, que alcanzan un 51%, y quienes son partidarios de la gratuidad universal, que alcanzan un 46 %.
Es evidente que la centralidad política que ha adquirido este tema en los últimos años ha impactado de manera crucial en el imaginario de la aspiración familiar, ello podría explicar por qué se ha convertido, a mi juicio, más allá de una racionalidad en las prioridades del desarrollo educacional en el gran debate educativo.
Su percepción como herramienta irremplazable de movilidad social explica, además, la practicidad de las preocupaciones de los encuestados, ellas tienen sólo muy parcialmente que ver con el contenido ideológico de movimiento social que lo colocó como tema central del actual gobierno.
El gobierno aparece en comparación con los tres últimos que lo precedieron como el peor evaluado en la encuesta julio-agosto del CEP que se realiza en el último año del periodo, tanto en la aprobación presidencial (24%) como en el manejo económico (14%). Naturalmente, como lo señalan otras encuestas, se pueden presentar variaciones en el futuro, y puede que ellas sean al alza, pero difícilmente ese aumento tendrá dimensiones hiperbólicas.
Ese bajo nivel de apoyo obedece a múltiples causas, algunas están ligadas a los vaivenes de la economía internacional, otros a fenómenos de la fragilización de la representatividad que sacude a todas las democracias, pero también conllevan un juicio sobre la gestión del actual gobierno.
Más allá de logros importantes que se deben reconocer al gobierno en materia de transformaciones sociales, civilizacionales e institucionales, su gestión presenta un conjunto de rasgos que oscurecen sus conquistas como resultado de una porfiada bulimia en la agenda de reformas que conspira contra su calidad, de poca pericia en la conducción política, de desprolijidad en la gestión, de una buscada despreocupación por ligar continuidad y cambio, crecimiento y progreso social, convicciones y ductilidad, aspectos que terminaron por no conquistar el apoyo de la izquierda radical y por desbaratar la articulación de una mayoría serena y progresista.
Quién sabe si no sería preferible para el gobierno, aprovechando un cuadro económico internacional que tiende a mejorar, olvidar en estos últimos meses tanta preocupación por sus sellos y sus legados y mejorar su eficiencia para concluir su periodo con un mayor aprecio por parte de la ciudadanía.