Como en sus tiempos no se usaban las encuestas, el gran poeta trágico Eurípides de Salamina podía señalar con toda naturalidad y sin tener que dar muchas explicaciones que "lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece".

Eurípides tenía razón, nosotros, pobres diablos que debemos lidiar con las encuestas, es mejor que hagamos un alto y nos resignemos a esperar los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales ligeros de predicciones y bastante a ciegas, porque pareciera que la llegada será más bien estrecha.

Estamos enfrentando una disputa cerrada entre dos candidatos a los cuales no les fue bien.

Piñera, teniendo mucho a favor por las divisiones y disputas entre sus adversarios, le salió un tumor de proporciones a su derecha y no fue capaz de concitar el apoyo que necesitaba, se lo comió el triunfalismo y su falta de empatía. Ahora, no las tiene todas consigo.

Guillier logró salvar los muebles y pasar a segunda vuelta. Se le abrió así una nueva y significativa oportunidad.

La carrera ya iniciada no muestra mucha compostura, es natural que así sea, porque a ambos candidatos les faltan muchos votos para triunfar. Habrá ofertas a granel, vueltas de carnero, nuevos amores y flamantes sensibilidades recién adquiridas. La responsabilidad de Estado será puesta entre paréntesis por lo que queda de campaña, sólo después se pagará la cuenta.

Lo verdaderamente novedoso, sin embargo, ya se produjo, fue la recomposición profunda del nuevo Congreso Nacional, recomposición generacional y política, también de género y de habilidades que van largamente más allá de la política, abarcando desde el deporte al mundo de la entretención, incluida la más tosca.

Ella ha sido abrupta y tendrá posiblemente una cierta perdurabilidad en el tiempo.

Se ha constituido una izquierda radical apoyada por un votante de ingresos medios, con una implantación territorial extendida, sobre todo urbana, escolarizada y más bien joven. Ella presenta un pensamiento heterogéneo, en el cual tienden a jugar un rol hegemónico quienes sustentan una ambición y un estilo bastante en línea con el Podemos de España.

Esta expresión ha acogido con éxito un malestar acumulado, una bronca dilatada contra las prácticas políticas de los partidos tradicionales, sobre todo los de centroizquierda que fueron la base política de la transición democrática, quienes parecieran encarnar más que la derecha de quien se espera menos, el distanciamiento entre la ciudadanía y el mundo de la política.

Este enojo es probable que tenga su raíz menos en el plano de las ideas y mucho más en el plano de una práctica política marcada crecientemente por el abandono de proyectos colectivos, y una adicción a particularismos parroquiales e incluso personales, al imperio de un carrerismo mezquino donde prima una voluntad desnuda de continuidad en el poder.

Tal enfado distingue poco y conlleva injusticias en cuanto a las personas, pero sobre todo deja en la oscuridad los enormes avances de Chile y de los chilenos durante los gobiernos de centroizquierda. Las luces objetivas, medibles y perceptibles quedan veladas y sólo aparecen los límites y carencias, todo se lee con ojo amargo, la historia real se nubla, los tremendos obstáculos enfrentados se convierten en meras excusas, la gradualidad constructora de mayorías, en una pura muestra de pusilanimidad.

Esa percepción sesgada, pero popular, se alimentó de manera suicida desde la propia coalición de centroizquierda y también desde el interior del actual gobierno en su afán por hacer realidad la tesis de "correr las cercas" cueste lo que cueste, terminando por obtener una cosecha algo desmañada rodeada de un extenso yermo político en la coalición de gobierno.

Lo curioso es que esto, en vez de provocar desazón, produce satisfacción entre sus responsables.

La conjunción de la excitación radicalizadora y las prácticas políticas malsanas y acomodaticias condujeron a debilitar la coalición y adelgazar en particular el núcleo reformador socialdemócrata y socialcristiano hasta la exigüidad, llevándolo a sufrir, con pocas excepciones, una derrota electoral inocultable.

Ello ha dejado una coalición algo trunca, desequilibrada, que busca sin mucha elegancia la aceptación de quienes a su izquierda los miran con distancia.

Si bien es esperable que un número importante de votantes del Frente Amplio lo hagan por Guillier, no habrá un entendimiento mayor.

El Frente Amplio, imagino que piensa que si el juego consiste en una refundación radical y probablemente polarizadora, sus ventajas para impulsar sin amarras dicho proceso son evidentes.

Posee el encanto de lo nuevo, no tiene un recorrido del cual rendir cuentas y su pulsión idealista está casi sin uso, tiene la pureza de lo que no ha acontecido, todavía no ha pasado por los ríspidos caminos de la fangosa construcción política, no ha trabajando aún "sus duros metales" en palabras de Max Weber.

Sólo el contacto con la realidad llevará a sus sectores más lúcidos a desarrollar quizás una reflexividad reformadora acerca del porvenir.

Con todo, en política conviene ser prudente al hacer afirmaciones categóricas de fenómenos recientes y mirar toda la complejidad del estado de ánimo ciudadano, para poder distinguir cuál es la parte de convicción doctrinaria y aquello que es más bien disgusto, identificación emocional prepolítica y no política que cristaliza en el voto radicalizado, cuál es su contenido de repulsa ética y cuál será la solidez de su permanencia. No lo sabemos aún.

Lo cierto es que esos elementos que combinan emociones y empatías con, ojalá, niveles más altos de reflexividad seguirán estando presentes en la acción política del mañana.

La visión reformadora del andar sereno y la gradualidad que aspira a combinar modernización instrumental con modernidad normativa e individuación con bienestar colectivo, hoy pareciera no tener quién le escriba, ¿significa que está condenada a una influencia casi marginal en los tiempos que vienen?

Podría ser, puede que su rol se haya agotado en sus logros y sus ideas y propuestas se conjuguen mal con el estado de ánimo actual en una sociedad más impaciente, gruñona y cortoplacista.

Quién sabe, pero Chile necesitará ese espacio, ese estilo y esa racionalidad para la construcción del futuro; más vale que tal reconocimiento no sea demasiado tardío.

Habrá que esperar, por cierto, el fin de la exaltación propia de la dura competencia actual. Afortunadamente, lo distintivo de una democracia, tal como lo dice Jesús Silva-Herzog Márquez, es que "los que ganan no lo ganan todo, y los que pierden, no lo hacen para siempre".

Quiero creer que hay un espacio para un impulso reformador sensato y, a la vez, "alejado de los pequeños negocios reformistas" en palabras de Gobetti. Su ensanchamiento será tarea sobre todo de nuevas generaciones, la forma que ella adopte y su relación con las tendencias políticas que predominan hoy en la centroizquierda es difícil de imaginar ahora, sólo la vida lo dirá.