Oscar Guillermo Garretón anhela certezas pero no las encuentra o no al menos en "su" sector, si acaso aun es el suyo. Incluso es probable que su única certeza sea que no va a encontrarlas allí, pero quizás por cortesía a sus viejos camaradas prefirió recientemente expresar su escepticismo de un modo indirecto, de sesgo, como si sus dificultades consistieran no en su falta de fe en el credo sino en su carencia de confianza en el predicador de turno, el actual paladín de la épica proletaria. Y para eso había necesidad de expresarse en tono distinto al del renegado Kautzky y más bien similar al del ilustre Hamlet.

Es lo que hizo el domingo pasado en entrevista a este medio, donde confesó sus muchas dificultades anímicas para alinearse con la NM. "Uno no vota por dudas sino por certezas", dijo, refiriéndose a la sinuosa candidatura de Alejandro Guillier. Manifestó que podría preferir a Carolina Goic, todavía en carrera en esa fecha. Y quién sabe si dicha preferencia por una dama con elegante perfume a progresismo moderado, "comme il faut", es solo un saludo nostálgico a su antigua vida, a su vieja militancia, a sus ideas e ilusiones de otrora, en breve, no una decisión racional sino un conmovedor gesto de despedida a las sonrosadas mejillas de su pubertad política. Esa época suya revolucionaria de puño en alto, ojos en blanco y la escopeta de corcho al alcance de la mano -"Voto + Fusil" predicaban y proclamaban con no poca presunción, arrogancia y vanidad los ultras de la época- tal vez es hoy, para Garretón, viñeta de un remoto pasado que recuerda con cierto asombro ante tanta necedad y equívocos tomados como verdades reveladas; por eso no sería tan extraordinario que en realidad esté decidiendo darle su voto a Piñera. Mal que mal Garretón es de los pocos que auténticamente sacó lección de lo que significaba no solo el "socialismo con vino tinto y empanadas" sino el socialismo como tal, "sans phrase", desnudo de adorno marquetero. O su actual y bastarda versión, el populismo. Pero estas enormidades no se dicen. Sería de mal gusto. Una cosa es ser apóstata y otra escupírselos en la cara a los beatos.

Dudas existenciales

Pero aunque haya muchos que como Garretón centran sus dudas en los dichos y hechos de tal o cual personaje, desde los de la Presidenta a los de los actuales candidatos de la izquierda o "progresismo", no por eso el número le da peso a lo que es un pecado de ingenuidad; los vacilantes dan muestras menos de aguda observación que de tardía prevalencia de reliquias de optimismo y voluntarismo adheridas a sus espíritus desde sus años mozos. En efecto, las incoherencias del programa de Guillier, los párrafos que aparecen o desaparecen según si se "colaron" o no, las frases de hoy que se desmienten mañana, etcétera, todo eso solo marginalmente tiene que ver con desórdenes derivados de la desprolijidad, con ignorancia y/o con el oportunismo y demagogia estándar que los políticos de todos los tiempos se permiten cuando se está en campaña y la tarea no es gobernar sino embaucar. Ese factor está presente, sin duda; de hecho es el que se manifiesta como fenómeno perceptible y llena las portadas de la prensa. Es real, pero de una realidad derivada de un fondo al que la inmensa mayoría de los personeros del sector, tanto viejos como nuevos, se niegan a mirar, aunque luego, contra su voluntad, la expresan en lo que dicen y aun más en lo que NO dicen. Ese fondo es la completa, total e históricamente probada hasta la saciedad falencia teórica e inoperancia práctica del socialismo en cualquiera de sus sabores o encarnaciones, ya fuese a la soviética, a la RDA que paladeó Bachelet, a la yugoslava de Tito, a la bolivariana de Chávez y Maduro, a lo progresismo sin pronunciar la palabra socialismo, a la "socialdemocracia" que tan bien suena y tan poco significa, a la "normalidad" predicada por Mayol con expropiaciones en cómodas cuotas, a la nórdica que nunca ha existido, a la griega en quiebra o a la española con un Podemos que ni siquiera puede constituir gobierno. La vacilación, los zigzagueos del sector, los cantinfleos descarados, la confusión, contradicciones e idiotismos surtidos no son simplemente efecto de la corta inteligencia y larga sinvergüenzura de algunos de los hechores, sino de la inexistencia de un fondo sólido y coherente que los apoye, de un basamento para sus ideas, aun de las malas, de una "infra" capaz de sostenerlos aunque sea solo con un catálogo de frases hechas. Sin dicho fondo esas frases hechas se deshacen y se vienen al suelo como volantines cortados.

Desazón

Y sin embargo los feligreses de dicho culto deben perseverar. ¿Qué hace, qué puede hacer un creyente si un día descubre que el Dios en que creía no existe? Se cuenta que Luis XVI negó su apoyo a la candidatura papal de un cardenal de Francia porque, dijo, "ni siquiera cree en Dios". Nada de raro: el creyente de la calle puede aunque con dificultades confesarse a sí mismo su descreimiento y optar por otra fe o por ninguna, pero no un cardenal. Un cardenal -y su equivalente en política- es menos un devoto que un hombre comprometido con una carrera. La carrera eclesiástica no lo es menos que la carrera funcionaria en la Contraloría General de la República. Cuando se lleva toda una vida sumido en ella, cuando se ha invertido un gran capital en años, un volumen de esperanzas, de ambiciones y posición social no es cosa de echar todo eso por la borda por el simple detalle de no creer en Dios o no creer en el contralor. ¿Va Teillier a despojarse de su dieta, su posición y su cómoda vida como corredor de propiedades si acaso se dio cuenta hace ya mucho tiempo que el "comunismo, etapa superior del socialismo", es un cuento de hadas?

Tampoco, por lo demás, es preciso mirar cara a cara la verdad. No es necesario ser totalmente honesto consigo mismo y decir "ya no creo". No se requiere reconocer abiertamente que la evidencia fáctica y el raciocinio nos han apartado de la creencia. Basta un grado intermedio, módico, barato de honestidad para lo cual basta decir "tengo dudas"; es la actitud que prevalece en muchos socialistas. Mejor aun, más fácil todavía es no mirar ese abismo; es la postura que prevalece en los comunistas. Puede uno toda la vida seguir siendo cardenal sin hacerse preguntas sino haciendo prosternaciones.

De tal palo…

De tal palo tal astilla. O de tal credo tal hipocresía y fingimiento. No importa cuánto colabore uno mismo con la ambigüedad, el silencio acomodaticio y el uso hasta el hartazgo de las prosternaciones, la verdad, la cual en su raíz equivale a la realidad, tarde o temprano se manifiesta aunque sea torcidamente tal como una represión inconsciente nos lleva, según Freud, a alguna conducta sintomática extraña, absurda e incomprensible. En este caso el colapso del devocionario de izquierda, el derrumbe de su ideología y sus referentes, el desplome del llamado socialismo real al que hoy se suma el fracaso de los "populismos reales" o de las "democracias ciudadanas" a cargo de expresar la voluntad de energúmenos a sueldo del régimen, como en Venezuela, es la fuente emponzoñada de la cual brota la confusión al borde de la farsa de los múltiples discursos que vienen desde el polifacético sector autoproclamado como progresista; de ahí surgen las cantinfladas de la NM, las del Frente Amplio, las de la decé y hasta de los resucitados radicales. No habiendo doctrina sólida y creíble, no hay referentes; no habiendo referentes, todo queda al arbitrio de los golpes de efecto, las "coladas", los "ya vuelvo".

No es entonces, el de Garretón y tantos otros sumidos en la duda, un problema originado por un Guillier vacilante o cambiante. No es cuestión de personas, sino el efecto de invocar porfiadamente el espectro de una fallecida visión del mundo y con ese desvaído e impotente fantasma insistir década tras década en el combate contra el modelo capitalista, el cual, al menos, cumple con el requisito básico de todo orden social exitoso: sobrevivir, crecer y recrearse una y otra vez.