Probablemente el hecho político de mayor importancia en estas últimas elecciones generales es la conformación de un nuevo polo en la izquierda, muy distinto a lo que habíamos conocido en la transición. El Frente Amplio eligió 20 parlamentarios. A ellos hay que sumarle, al menos, otra veintena, entre comunistas y sectores de la Nueva Mayoría más cercanos a la izquierda. En total, llegarían a acercarse al tercio de la Cámara de Diputados. Así de fuerte es hoy ese sector, al que no sólo las encuestas, sino el hecho de ir dividido, impedía estimar adecuadamente.
Esa nueva izquierda encarna, como en el primer día, en gran medida un discurso distante o condenatorio del mercado, partidario de derechos sociales universales y de la deliberación en asamblea. La socialdemocracia parece estar, entonces, siendo desplazada por una izquierda de talante revolucionario: más cercana a la preocupación igualitarista y emancipatoria que al cuidado por las formas y los equilibrios republicanos. El tiempo permitirá apreciar si la formalización de la participación política decanta allí en una mayor sensibilidad republicana. Si la utopía asambleística se deja ver alcanzable por las vías institucionales.
Al frente, lo que uno podría calificar como una centroderecha más política que económica, ha logrado avanzar posiciones. Renovación Nacional se convierte en el partido más grande en la Cámara. A lo anterior se unen los triunfos de candidaturas más moderadas en la propia UDI, lo mismo que la aparición de un incipiente grupo parlamentario en Evópoli. Todo eso permite avizorar la consolidación de una bancada de centroderecha con miembros nuevos, dotados, en no pocos casos, de mayores capacidades retóricas y políticas que las que a veces se han exhibido en ese sector.
Este relativo éxito parlamentario de la centroderecha, que se sostuvo incluso ante la irrupción del FA, el cual no hizo, en último término, más que nutrirse a costa de la Nueva Mayoría, podría servir de guía a la candidatura presidencial de Sebastián Piñera.
Lo que parecen evidenciar las parlamentarias de ese sector, con el desplazamiento hacia el centro, es que el discurso más ortodoxo (puesto en palabras de Jovino Novoa: "Chicago-gremialista"), es- taría alcanzando ya sus límites. No es con un economicismo del crecimiento salpicado de alusiones morales o a la solidaridad que se logra convencer a grandes grupos humanos que buscan mayores niveles de integración y mejor calidad de vida urbana y comunitaria.
Un discurso político responsable, apto para construir una mayoría decisiva, debiese, a esta altura, primero, invertir los términos: no poner la política bajo ideas económicas, sino la economía al servicio de la política.
Segundo, es menester perfilar con nitidez una visión nacional, en la cual se logre discernir con claridad el modo de nuestra convivencia futura, de nuestro destino común (las condiciones bajo las cuales nuestro destino podrá ser llamado "común" y "nuestra" la convivencia futura).
Dos son los aspectos axiales que debiesen componer esa visión. Por un lado, un énfasis cuidadoso en el principio republicano, que repara en la división del poder social y político, en la importancia de contar, a la vez, con un Estado fuerte (reformado, regional) y una sociedad civil apoyada en una economía privada dinámica y poderosa. Por otro lado, una atención preferente por la integración: la integración del pueblo consigo mismo, en una nación abarcante, inclusiva, que viva bajo condiciones de existencia compartidas; y la integración del pueblo con su territorio y su, muchas veces trágicamente, abandonado paisaje.