El 1 de enero del 2008 las noticias comenzaron como siempre: con resaca. En las primeras horas del día se hablaba sobre el show de fuegos artificiales del día anterior, de la fiesta en Valparaíso, y se aprovechaban de dar consejos para la acidez estomacal. Sin embargo, la portada de los noticieros cambió hacia el final del día, ya que el volcán Llaima estaba haciendo erupción. La erupción se veía explosiva, con una columna de tefra que se elevaba 8 kilómetros por sobre el cráter, y generó pequeños lahares que asustaron bastante a las personas que visitaban el Parque Nacional Conguillío, evacuando rápidamente. Por la noche la actividad fue un poco menos violenta, con muchas explosiones que se repetían cada cierto tiempo, pero que aún así podían elevar trozos de roca incandescente a más de un kilómetro por sobre el cráter principal.
Datos contundentes indican que esa erupción empezó a anunciarse el año 2007. Durante los primeros meses de ese año la actividad del volcán era bastante baja, lo que se evidenciaba por la poca ocurrencia de sismos. En el caso de un volcán activo existen varios tipos de sismos, y fundamentalmente están ligados al movimiento de fluidos y/o a la fractura de los conductos al interior del volcán. Y en el caso de un volcán muy activo, como el Llaima o el Villarrica, la mayoría de los sismos están ligados a la dinámica de fluidos, ya que existe magma y agua que están en constante movimiento, aprovechando los poros y fracturas que existen en el subsuelo. Usualmente, cuando estos fluidos quieren subir y no encuentran un camino abierto, se abren camino rompiendo la roca, generando otro tipo de sismos. El control de esta actividad es fundamental en el monitoreo volcánico, y se usa mucho para poder determinar el nivel de alerta. Entre mayo y agosto de ese año se registró una pequeña erupción, que aunque pasó inadvertida para la mayoría de las personas, sí decía que el volcán estaba en un estado alterado.
Muy interesantemente, la erupción del 1 de enero del 2008 tomó a muchos por sorpresa: no se registró un enjambre de sismos ligados a la ruptura de roca, ni tampoco un aumento importante en la sismicidad ligada al movimiento de fluidos. Lo que si se pudo ver fue la aparición de dos sismos importantes para un volcán (aunque de menor magnitud comparados con uno producido en la costa), y horas más tarde el volcán ya había empezado su fase eruptiva. Esta fase duró un año y medio, por lo que la erupción en realidad no duró solamente unos días, sino que tuvo subfases de actividad importantes y otras de relativa calma durante todo ese tiempo. Esto mantuvo en alerta a las comunidades de Melipeuco, Cherquenco, y Curacautín hasta junio del 2009.
Meses más tarde ocurrió el terremoto del Maule (27 de febrero del 2010), que inmediatamente reactivó fallas cercanas ligadas al volcán. Sin embargo, el volcán no hizo erupción. Su actividad sísmica decayó en el tiempo, hasta que el 2012 hubo un incremento en ella. Nuevamente, no hubo erupción. Lo más interesante es que después de esto, la sismicidad del volcán decayó a niveles sorprendentemente bajos para uno de los volcanes más activos de Sudamérica. Tanto así que en Agosto de 2017 el promedio de sismicidad mensual del volcán en sus últimos 5 años era de sólo 5 sismos. Eso es increíblemente bajo. En contraste, el Villarrica cuando no se encuentra en un estado alterado registra cientos, e incluso miles, de sismos de muy baja magnitud. ¿Qué ha pasado con el Llaima entonces? Se ha especulado con que el terremoto del Maule lo "apagó", aunque aún falta demostrarlo apropiadamente. Eso es actualmente materia de investigación intensiva por parte de los científicos. Como detalle, es importante mencionar que esta calma del volcán es similar a lo que se vio antes de su reactivación del año 2007.
Algo cambió el domingo 1 de octubre de 2017. El Observatorio Volcanológico de los Andes del Sur (OVDAS) registró un disparo sísmico, con más de 600 sismos relacionados con el movimiento de fluidos en unas 24 horas. Eso es mucho, aunque hasta ahora todos los sismos han tenido una energía muy baja. Por lo mismo, se mantiene la alerta verde, ya que no existe un indicio de que el volcán esté rumbo a una erupción próxima. Sin embargo, el disparo que se ha registrado si nos dice que la siesta del volcán parece estar terminando. Esto significa que hay que ponerle atención, para ver cómo evoluciona su actividad. No sería descabellado considerar que los conductos por los cuales asciende el magma de este volcán estén un tanto bloqueados después de años de baja actividad, por lo que seguramente deberíamos empezar a preocuparnos bastante si es que se llega a registrar un aumento sostenido en la sismicidad relacionada con la fractura del roca debajo del edificio volcánico, ya que nos diría que hay un cuerpo de magma que quiere subir, y se está abriendo camino. Eso sí, si los conductos del Llaima estuvieran aún relativamente abiertos, estos sismos no se presentarían tan marcadamente. Por ahora, nos viene bien la precaución, no la alarma. El volcán está muy bien monitoreado y nos vamos a enterar rápidamente si algo hay un cambio en la actividad del volcán. Pero parece que ha despertado. ¿Se habrá levantado por un snack nocturno para volver a dormir o se habrá despertado de verdad? Lo sabremos más temprano que tarde.
Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.