En el año 1985, un grupo de geólogos analizó la secuencia de la ocurrencia de sismos cerca del pueblo de Parkfield, ubicado en California, cerca de la Falla de San Andrés (sí, la misma que genera un terremoto tan grande que la Roca tiene que venir a salvar el día), encontrando algo muy interesante: un sismo de magnitud entre 5.5 y 6.5 ocurría en una ventana de tiempo muy marcada. Desde 1857, el tiempo entre estos sismos (todos localizados en lugares similares) era de 22 años, en promedio. Seguro, el tiempo de repetición no era preciso (los terremotos no se repetían exactamente cada 22 años), pero el análisis de los datos permitía afirmar que el próximo terremoto de magnitud mayor a 6 ocurriría en la zona con un 95% de probabilidad en 1993. Por lo mismo, los científicos llenaron de instrumentos la zona, con la esperanza de encontrar qué precursores tiene un terremoto, para así poder aplicar esto en otros lados del mundo. A tal nivel llegó esto que muchos investigadores que estaban relacionados en el proyecto tenían beepers (¡oh, qué tiempos!) donde recibirían las alertas en caso que se midiera cualquier cosa fuera de lo normal, para que así pudieran identificar estos precursores adecuadamente. Demás está decir que este experimento tuvo tanta atención en su momento que la idea de que los terremotos tienen ciclos marcados y semi-precisos se instauró en la palestra pública y gubernamental.
Llegó 1993, y no ocurrió nada. Pasó 1994, la Universidad de Chile ganó su primer torneo desde 1969, y aún nada. Terminaron los 90, pasó el Y2K, y aún nada. El terremoto finalmente ocurrió en el año 2004. El evento tuvo una magnitud 6, exactamente como se le esperaba, pero ocurrió 11 años después de lo esperado. Y cuando se compara 11 años versus el tiempo "de repetición" de 22 años, ¡uno encuentra que el error es tremendo! ¡50%!.
¿Qué pasó? ¿Cómo es posible que científicos con años de experiencia en el área se hayan equivocado por tanto? La razón fundamental es que sobresimplificaron el problema. Ellos planteaban, como hoy también lo hacemos, que los terremotos se generan por el movimiento relativo y repentino entre dos placas. Este movimiento no siempre ocurre, ya que las placas se bloquean, deforman todo el entorno, y acumulan tensión. Lo crucial del planteamiento de estos científicos en la época es que esta tensión se acumula de manera relativamente uniforme. Es decir, la tensión crece en una cantidad x en un año, y siempre aumenta de la misma manera, hasta que se libera en un terremoto. Luego, se vuelve a acumular de la misma forma en que se acumulaba antes del sismo. Hoy sabemos que esto no siempre es cierto, pero en defensa de los científicos de la época, ellos no contaban con tantas observaciones de terremotos como los que tenemos ahora.
La gran cantidad de información que se ha obtenido en los últimos 15 años ha sido iluminadora. Hoy sabemos que no todos los limites de placa se mueven siempre igual, ni tampoco producen terremotos de la misma manera. Por ejemplo, en la zona norte del país, donde se cree que hay suficiente tensión acumulada para producir un mega evento de magnitud mayor a 9, el último terremoto sólo fue de magnitud 8.4, de manera que no liberó toda la tensión acumulada. Tanto es así que aún se puede producir otro sismo de magnitud mayor a 8.5 en la región. Otro caso es el de la zona del terremoto del Maule del 2010, donde se vio cómo casi toda la tensión acumulada desde 1835 fue liberada en un solo gran evento. Este comportamiento tan distinto en dos zonas de la misma subducción de placas refleja lo tremendamente complejos que son los terremotos en su génesis.
Otro detalle que nos habla sobre la complejidad de todo el fenómeno ha sido el descubrimiento de los llamados terremotos lentos, que ocurren cuando las dos placas se deslizan suavemente, sin producir ondas, por lo que no sentimos nada. Estos eventos liberan parte de la tensión acumulada, por lo que cambian toda la condición de una zona donde se está incubando un terremoto. Más aún, se ha visto que ocurren de manera bastante frecuente, por lo que para poder analizar el estado de tensiones en una región no basta con contar cuantos años pasaron desde el último terremoto, sino que hay que realizar estudios más profundos. Llamativamente se han visto varios de ellos como precursores de grandes terremotos (sí, también en Chile). Hoy son un gran rompecabezas para los científicos de todo el mundo.
Entonces, ¿qué hacemos? En este entorno se vuelve muy difícil anticipar la forma en que un sismo se generará en una zona. Lo que sabemos nos dice que, frente a observaciones físicas de una región que está incubando un terremoto, podemos hablar de escenarios y evaluar cuan probables son, no de certezas absolutas. Un ejemplo icónico es el artículo científico publicado el año 2009 por un grupo de internacional de científicos, en el cual participaron connotados sismólogos chilenos, donde analizaron las deformaciones de la corteza entre Pichilemu y Lebu. Su conclusión fue que, en el peor escenario, toda la tensión acumulada en la región se liberaría en un solo gran terremoto de magnitud entre 8 y 8.5, si es que pasaba en el futuro cercano. El paper fue publicado en Junio del 2009, y el 27 de Febrero del 2010 ocurrió el peor escenario.
Siendo así, ¿con qué nos quedamos?. Sí, en una región del planeta que es geológicamente activa los terremotos grandes tenderán a ocurrir, pero el tiempo que pasa entre ellos es siempre cambiante (¡y muy cambiante, muchas veces!). Además, el tamaño de ellos (magnitud) no siempre es el mismo. Por lo mismo, no podemos llegar y anticiparnos a estos movimientos sin antes estudiar con detalle un lugar. Los terremotos son eventos complejos en su naturaleza, y esto es uno de los puntos por los cuales aún no podemos predecirlos. Debemos seguir estudiándolos, pero por sobre todo es mandatorio que estemos preparados como país para cuando ocurran.
Los únicos terremotos que tienen un ciclo marcado de repetición que se cumple siempre, son totalmente predecibles, y tienen el mismo tamaño, se toman en esta época, fiestas patrias. Nos vemos la próxima semana.
Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además profesor asistente en la Universidad Católica de Temuco. Semanalmente estará colaborando con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica.