Kenny G, que en realidad se llama Kenneth Gorelick (53), entra como Pedro por su casa al Teatro Caupolicán. Sonriente y su saxo imposible, ese de afán exhibicionista y destreza de academia con el que se ha vuelto célebre desde mediados de los ochentas.
Es un tipo simpático que no mezquina la "buena onda" (bromea con sus músicos, intenta hablar en español y anoche hasta tuvo la insólita gentileza de sortear un saxo entre los asistentes), pero carga con críticas que sólo podría recibir un criminal.
El guitarrista Pat Metheny, por ejemplo, dijo alguna vez que él representaba "uno de los puntos más bajos de la cultura moderna" y son muchos más los que han hecho fila para desmarcarse de su género que se ubica a medias entre el jazz y el pop formal. Todo porque este saxofonista que ha vendido más de 70 millones de discos, gira por el mundo versionando hits como Your're Beautiful (James Blunt) y otros de corte caribeño o de lo que venga, en realidad, con un meloso sonido llamado smooth jazz.
Anoche, en su tercer paso por el país, quedó claro por qué genera tanto recelo. Porque aunque no debería, se empeña en demostrar cada cinco minutos lo virtuoso que es. Sosteniendo notas por largos pasajes y "desafiando" a sus compañeros de banda al inútil juego de quién digita más rápido. Y siempre sale airoso.
Kenny G partió con Home y no demoró mucho más en mostrar Silhouette, Forever In Love y G Bop, algunas de sus melodías más conocidas. Su directo, que podría ser tedio para los que secundan la teoría de Metheny, tiene más matices de lo esperado.
El percusionista Ron Powell, otro pródigo en sonreír, toma el protagonismo con un pandero y alienta a una platea de dos mil 800 personas, a las que les importa un carajo lo que se diga de Kenny G. Una audiencia que se fue feliz para la casa con este virtuoso que agota, pero que nunca falla.