Uno habla y el otro observa. Uno es el fiestero, el empático, el que habla con todos, y el otro es el que lo mira de lejos, tomándose un trago, el que acepta sin cuestionamientos cuando hay que partir.

Hay algo tan natural, tan fácil de reconocer en la dinámica que existe entre Neil Tennant (55) y Chris Lowe (50), que de natural y familiar no falla nunca. Pet Shop Boys es el dúo perfecto, la sociedad donde nadie roba protagonismo, la pareja que asume que el negocio se hace juntos.

Esa sintonía fina, esa convivencia sana, si se quiere, tuvo un rotundo efecto anoche en Santiago, en el tercer concierto en suelo chileno de los británicos y ante unas 9 mil personas que llegaron hasta el Movistar Arena.

En contraste con su últma presentación local, la de 2007, algo precaria de recursos, con más afán discotequero que de show formal, Pet Shop Boys llegó con una puesta en escena de lujo. Con una pared hecha de cubos movibles y sobre los que se proyectaban las imágenes más simbólicas de sus canciones más conocidas. Que son muchas y que pueden levantar a un muerto.

Porque esta es la firma que revitalizó el espíritu de la onda disco, que simplificó el concepto del tecno y lo abrió a las masas. Triunfo nada menor para un dúo que antes de la primera hora de concierto ya había tenido varias cumbres: el colorido número de Go west y su cover imbatible de You were always on my mind.

Y siempre en las mismas coordenadas. Tennant al frente, Lowe como el sideman perfecto. La magia de Pet Shop Boys no se agota.